Batalla de Ideas

15 septiembre, 2014

Máximo, etapa superior del camporismo

Por Ulises Bosia. El acto realizado ante unas cuarenta mil personas en el estadio Diego Armando Maradona, en el corazón del barrio porteño de La Paternal, expresa en cierta forma la apertura de una nueva etapa para La Cámpora, lo que se cristalizó en la aparición pública de Máximo Kirchner.

Por Ulises Bosia. El acto realizado ante unas cuarenta mil personas en el estadio Diego Armando Maradona, en el corazón del barrio porteño de La Paternal, expresa en cierta forma la apertura de una nueva etapa para La Cámpora, lo que se cristalizó en la aparición pública de Máximo Kirchner.

La Cámpora es la expresión política más nítida de la nueva generación que se sumó a la militancia a partir del ciclo de politización abierto en el 2008 con el conflicto entre los dueños del campo y el gobierno nacional. No fue la única expresión de una dinámica que por cierto excedió al kirchnerismo, pero sí la más significativa, la que concentró mayormente en sí misma las cualidades y contradicciones de este tiempo.

En una etapa marcada por las tensiones entre sectores del poder económico y el poder político, que generó una fuerte polarización en la sociedad, La Cámpora fue el principal blanco de la estigmatización permanente propagada por los grandes medios de comunicación. Se convirtió en el símbolo mismo de la cris-pasión.

Desde el principio sus militantes fueron llamados a la política para defender al gobierno nacional contra los embates de las corporaciones. Esa es su principal razón de ser: la defensa del gobierno de Cristina. Por eso es inútil buscar en La Cámpora un proyecto político de la juventud, algún programa político propio, mucho menos una suerte de presión hacia el liderazgo de la presidenta para radicalizar el proceso. Tampoco referencias a ningún episodio de la lucha social, en la que no encuentran incentivos para participar y que más bien miran con desconfianza y hasta rechazo. En este sentido es un fenómeno muy diferente del de las juventudes peronistas de los años setenta.

Se trata de una organización construida desde el gobierno, de arriba hacia abajo. Está presente en todos los terrenos de la institucionalidad, desde los distintos ministerios hasta el Congreso Nacional, en los municipios y en el Partido Justicialista. Este es el principal motivo de crítica que se les hace: “son todos funcionarios”, resaltando que, como en todo movimiento de estas dimensiones, el arribismo y el oportunismo de muchos encontró un ancho cauce para desarrollarse a su interior.

Pero visto desde otro punto de vista, es mucho más interesante pensar que se trata de una generación militante que asumió la necesidad de hacer política, de comprometerse y poner el cuerpo en la gestión pública, de trascender las limitaciones del “compromiso social”.

En esto se diferencia de la generación anterior, que se incorporó a la militancia alrededor del ciclo de politización que se dio a finales de los años noventa y desembocó en la rebelión popular de 2001, formada a contracorriente de los valores de moda en aquel momento, entre gases lacrimógenos y gomas quemadas, marcada por el rechazo de la gestión pública. Es curioso que los principales dirigentes camporistas – Larroque, De Pedro, Cabandie, Ottavis, Recalde – sí provengan de esa etapa de militancia anterior, lo que deja entrever las complejidades de la construcción política y su virtud para adaptarse a una nueva etapa.

Entre el 2008 y el 2012, años en que se vivió la etapa de confrontación entre el gobierno y distintos sectores del poder económico, el lugar de La Cámpora en la política argentina era claro: sostener al gobierno, defenderlo de manera activa ante las amenazas desestabilizadoras. Ahora bien, esa etapa terminó y el final del ciclo kirchnerista marcado por la intención de lograr una “retirada ordenada” por parte de la presidenta generó el desafío actual de que La Cámpora repensara su ubicación y proyectara su futuro para una vez que Cristina termine su mandato. La propia convocatoria del acto “Irreversible”, marca ya una mirada de balance propia del que está buscando reacomodarse para una nueva etapa.

Indudablemente este contundente acto, sólo comparable al interior del kirchnerismo al del Movimiento Evita del 22 de agosto en Ferro, buscó mostrar a cualquier presidenciable del Frente para la Victoria que deberá contar con La Cámpora en el debate hacia el 2015, no sólo por la gran convocatoria sino porque la esencia del kirchnerismo está allí, como quedó claro con la presencia estelar de Máximo Kirchner. Incluso si el hijo de Néstor y Cristina no fuera candidato el año que viene, el golpe de efecto ya está logrado: La Cámpora es el kirchnerismo. Eso explica que no haya sido un acto de Unidos y Organizados como los anteriores, sino únicamente del camporismo.

Pero además, yendo más allá del recambio presidencial, expresa la vocación de su dirigencia de que el kirchnerismo sobreviva la salida del gobierno de la presidenta. ¿Será posible? ¿Qué capacidad tendrá esta agrupación construida desde el Estado para reorganizarse desde el llano? ¿Qué balance hará finalmente su militancia de estos doce años de gobierno? ¿Considerará frustradas sus expectativas de cambios estructurales? ¿Aceptará resignada que “más no se podía hacer”? ¿Terminará por convertirse simplemente en un nuevo staff de administración del capitalismo argentino?

Son preguntas pertinentes, que eventualmente la historia responderá.

 

@ulibosia

 

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