14 agosto, 2014

Manos arriba significa «No disparen»

Continúan los disturbios en la ciudad estadounidense de Ferguson, estado de Missouri, en repudio al asesinato del joven afroamericano Michael Brown a manos de un policía, el pasado sábado 9. Se multiplican las movilizaciones y ya hubo saqueos y numerosos arrestos. Este martes hasta el presidente Obama tuvo que salir a pedir calma.

Continúan los disturbios en la ciudad estadounidense de Ferguson, estado de Missouri, en repudio al asesinato del joven afroamericano Michael Brown a manos de un policía, el pasado sábado 9. Se multiplican las movilizaciones y ya hubo saqueos y numerosos arrestos. Este martes hasta el presidente Obama tuvo que salir a pedir calma.

Las protestas no cesan en la pequeña localidad de Ferguson, 21 mil habitantes, cercana a la ciudad de Saint Louis. En una localidad donde dos tercios de la población son afrodescendientes, las repercusiones del asesinato del joven Michael Brown, de 18 años, a manos de un policía blanco, están lejos de apagarse.

El pasado sábado 9 de agosto Michael Brown recibió por lo menos tres disparos en la cara y el pecho por parte de un policía, cuyo nombre aún no se hizo público para proteger su seguridad. El argumento policial afirma que Michael trató de atacar al agente y que entonces, aunque el joven no iba armado, se trató de un caso de defensa personal. En cambio, familiares y amigos de Brown sostienen una versión diferente. Dorian Johnson, un amigo de Michael que lo acompañaba al momento del crimen, afirma que el policía abrió fuego simplemente cuando éste, que ya tenía las manos arriba, se negó a moverse del centro de la calle a la vereda. La familia del joven asesinado cuestiona la hipótesis del ataque y sostiene que Michael era un joven pacífico, que estaba a punto de comenzar la universidad.

Inmediatamente después del homicidio, la comunidad de Ferguson convocó a una vigilia por Michael que rápidamente derivó en protestas contra la policía, que reprimió con gases lacrimógenos. Desde el primer enfrentamiento del pasado domingo hasta el día de la fecha se registran más de 40 detenidos en las protestas y numerosos saqueos en la ciudad. En las marchas se multiplican las denuncias de «ejecución», así como las consignas que plantean «Basta de policías asesinos en nuestra comunidad» y “Manos arriba significa No disparen‘”.

El caso se torna particularmente candente en la estela de indignación que atravesó a la comunidad afroamericana de los Estados Unidos luego de la reciente absolución de George Zimmerman, acusado de matar a Trayvon Martin, un joven afroamericano de 17 años, en febrero de 2012. Luego de un juicio de 23 días, a mediados del pasado mes de julio el jurado decidió unánimemente, pese a todas las evidencias en contra, declarar inocente del homicidio a Zimmerman, lo que desató una oleada de movilizaciones de repudio en diversas ciudades estadounidenses.

Los reiterados disturbios en la ciudad de Ferguson, que ya tuvieron repercusiones en otras comunidades del estado de Missouri, y el contexto de sensibilidad social de la comunidad afroamericana después del caso Martin, obligaron al presidente Barack Obama a interrumpir sus vacaciones y pronunciarse públicamente en una breve conferencia de prensa en la que calificó a la muerte de Michael Brown de “desgarradora”. La declaración presidencial condenó tanto el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía como los saqueos y llamó a la calma y a confiar en las investigaciones federales sobre el crimen.

La Oficina Federal de Investigaciones (FBI) está llevando adelante una investigación paralela para determinar las circunstancias del homicidio, mientras los miembros de la comunidad afroamericana denuncian el claro “perfil racial” de la policía, mayoritariamente blanca. Los cuestionamientos a la lógica corporativa de la institución policial se vieron reforzados también por la negativa a dar a conocer el nombre del agente acusado del homicidio. El jefe de la policía local, Thomas Jackson, se negó al reclamo de los familiares del joven asesinado y de los manifestantes planteando que “el riesgo de que el agente o su familia sufran algún daño sobrepasa el valor de revelar su nombre”.

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