8 julio, 2014
The Exposed Snark
El vendedor de humo. Nueva entrega de esta columna en la que el dibujante Lucas Nine se propone “garantizar una provisión de teorías escandalosas para discutir en la sobremesa y munir al pastenaca de un material que le permita impresionar a sus amistades”.

El vendedor de humo. Nueva entrega de esta columna en la que el dibujante Lucas Nine se propone “garantizar una provisión de teorías escandalosas para discutir en la sobremesa y munir al pastenaca de un material que le permita impresionar a sus amistades”.
La hora del lector
La astucia de jactarse de los libros que se han leído antes de los que se han escrito es un lugar común que ya no impresiona a nadie, y hasta los estudiantes de comunicación imaginan la trampa que encierra el sofisma: no se trata tan sólo de considerar a la lectura como una operación creativa sino de pensarla más bien como una reescritura privada de la obra. En suma, de proponer como autor al lector.
Algunos catedráticos agregan que es posible ilustrar el caso sirviéndose de una analogía con la experiencia teatral, donde una obra fijada sobre el papel por algún tipo de código cerrado es devuelta a la vida por un elenco de comparsas a los que nadie podría negar su autonomía creativa. Sea excesiva o no la comparación, el hecho es que la lectoreescritura es la operación moderna por excelencia: inodora, incolora y, por encima de todas las cosas, la que implica el mínimo esfuerzo.
Como en muchas transacciones modernas relacionadas con el arte, las vanguardias han hecho necesario cierto grado de violencia en ella, y es así que nos ufanamos de las múltiples violaciones a las que hemos sometido al inocente sentido de un texto.
Las víctimas de este tipo de vandalismo se cuentan por millares, pero podemos centrarnos en una de ellas: el pobre Lewis Carroll (1832-1898). Su saga de Alicia (Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del Espejo) ha sido leída desde el momento de su aparición como un tratado de matemática euclidiana, ejercicios de lógica formal, anuncios en clave de los crímenes que Jack el Destripador cometería algunas décadas luego, introducción al mundo de las drogas, el ABC del mingitorio y, por supuesto, un catálogo de perversiones surgidas de la mente de un pedófilo degenerado.
Quizás a modo de venganza, la siguiente obra que Carroll puso a disposición del público fue una ratonera especialmente diseñada para los Buscadores del Significado Oculto: en La Caza del Snark (1876), Lewis logró poner a punto una trampa capaz de cocerlos en su propio jugo. Sabía que la carencia de cualquier significado (real o aparente) no sería suficiente para descorazonar al aficionado a los crucigramas, sino todo lo contrario. No se equivocaba.
El libro consiste en un largo poema acerca de la absurda expedición de un grupo de lunáticos que, siguiendo un mapa en blanco, parten a la búsqueda de un animal (acaso mitológico) al que nadie ha visto jamás y del que no existe la menor descripción. Este animal, conocido como el “Snark”, esconde sin embargo una singular amenaza:
“Pero, ay, radiante sobrino, cuidate
si tu Snark es un Boojum. Porque entonces
suave y repentinamente desaparecerás
y nunca nos veremos de nuevo.”
La amenaza se materializa al final de la obra, momento culminante en el que el “radiante sobrino” se abalanza sobre el presunto Snark para desaparecer “suave y repentinamente” porque, según reza la última y celebérrima línea del poema:
“…el Snark era un Boojum, verán.”
Súmese a esto cantidad de datos supuestamente significativos que excitan la curiosidad del lector (los nombres de todos los personajes empiezan con la letra “B”, la repetida aparición del número 42, etc.), y se entenderá que la obra haya sido leída como la parodia de un caso judicial, un drama existencial o panfleto en contra de la vivisección, por citar algunas de sus interpretaciones. Y es que La Caza del Snark es un libro donde la aparente falta de sentido ha permitido que le fueran adjudicados casi todos los posibles.
Es cierto que el propio Carroll fomentó estas especulaciones, sosteniendo que el significado final del libro se le escapaba por completo y sugiriendo que eran uno y cada uno de los lectores los encargados de proveerlo; pero no está de más recordar que esa búsqueda de sentido que el autor proponía parodiaba sospechosamente a la realizada por sus propios personajes en el libro:
“Lo buscaron con dedales, lo buscaron con precaución.
Lo persiguieron con tenedores y esperanzas,
Amenazaron su vida con una acción del ferrocarril.
Lo atrajeron con sonrisas y jabón.”
Sin embargo, una atenta lectura de la obra y, especialmente, las circunstancias en las que fue concebida, sugieren al lector inquieto que hay más sentido involucrado en La Caza del Snark que aquel admitido por el propio Carroll. Partamos en su búsqueda, sirviéndonos de la excelente biografía que Morton Cohen ha dejado sobre el escritor.
Nuestra corazonada
Cuando su ahijado Charlie Wilcox enferma de tuberculosis en julio de 1874, Lewis Carroll viaja a Guilford con la intención de cuidarlo. Tras casi toda una noche en vela junto al inválido, Carroll sale a dar una caminata por los alrededores y es allí cuando concibe la famosa última línea que dará origen a todo el libro:
«…Porque el Snark era un Boojum, verán».
Carroll concibe su obra velando a un pariente que no tardará mucho en patear el balde. No es casualidad que presente al libro como “un agonía en ocho convulsiones”, ni que el significado del Snark esté ligado de algún modo a la idea de la aniquilación final, como sugieren muchos de los comentaristas. Sin embargo, es probable que ese significado ya esté condensado de algún modo en la línea final: nadie escribe un libro completo para justificar una sola oración.
Como se ha dicho, la sonoridad del poema es importante, y quizás la música de las palabras valga más que su significado aparente: “Snark” y “Boojum”. En cuanto sonido, no podrían ser más distintas entre sí. Y, sin embargo, si nos situamos en la posición de alguien que ha pasado la noche despierto velando el sueño de los otros, “Snark” se parece bastante a “snore” (“ronquido”: en inglés, vocablo y onomatopeya suelen corresponderse).
Apliquemos la misma regla fonética a su opuesto, y veremos que el “boojum”, en ese contexto de onomatopeyas, sugiere el sonido de un bostezo. En esta hipótesis se trataría del bostezo que precede al despertar. O mejor dicho, el despertar mismo, resumido en un bostezo gracias a la misma operación que nos permitía ver al sueño en un simple ronquido.
En Alicia a través del Espejo, Carroll había descrito ya el paradójico encuentro entre Alicia y un Rey Blanco que duerme a pierna suelta:
«—Ahora está soñando —dijo Tweedledee—; ¿Con quién dirías tú que está soñando?
—Eso no se puede saber —dijo Alicia.
—¡Pues contigo! —exclamó Tweedledee palmoteando triunfalmente—. Si dejase de soñar contigo, ¿dónde crees que estarías tú?
—Donde estoy ahora, naturalmente —dijo Alicia.
—¡Ni mucho menos! —replicó Tweedledee con desprecio—. No estarías en ninguna parte. ¡Vamos, tú no eres más que un objeto soñado por él!
—Si ese Rey se despertase —añadió Tweedledum—, ¡paf!, te apagarías como una vela »
Quien comprende que sueña, despierta. Resolver el enigma de la existencia y disolverse en la nada son una misma cosa. Fin de la corazonada.
…
Puede ser que para cierto tipo de lectores avispados, esta interpretación de La Caza del Snark sea excesiva o incluso violenta, pero es conveniente recordar que la creación de este tipo de engendros estaba prevista de algún modo en el plan original de Carroll y nosotros nos hemos limitado a seguir el derrotero diseñado por el maestro.
Lewis Carroll es justamente recordado hoy por ser el autor de la saga de Alicia. Sumemos a su ramito de laureles la gloria de ser autor del primer Gran Señuelo Literario.
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