7 julio, 2014
Perón
Por Ulises Bosia. El pasado primero de julio se cumplieron 40 años de la muerte de Juan Domingo Perón, la figura política principal del siglo XX en nuestro país. Algunas reflexiones desordenadas sobre el general.

Por Ulises Bosia. El pasado primero de julio se cumplieron 40 años de la muerte de Juan Domingo Perón, la figura política principal del siglo XX en nuestro país. Algunas reflexiones desordenadas sobre el general.
Todavía resulta difícil escribir sobre el significado y el legado del general Perón, cuatro décadas más tarde. ¿Cuánta mayor dificultad habrá significado el cierre de la tapa en las redacciones de los periódicos de la época?
En ese marco cobra mayor altura la pluma de Rodolfo Walsh, quien ideó el texto de tapa del diario Noticias, directamente vinculado a Montoneros. El título lo era todo, cinco enormes mayúsculas negras formaban la palabra “DOLOR”, traduciendo fielmente el sentimiento mayoritario del pueblo argentino. Sin embargo, la situación política del momento volvía inevitable precisar más la línea editorial, por lo que Walsh escribió las siguientes palabras, que delinean con maestría el perfil que el peronismo montonero quería transmitir:
«El general Perón, figura central de la política argentina en los últimos treinta años, murió ayer a las 13:15. En la conciencia de millones de hombres y mujeres, la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un líder excepcional”.
Figura central
Efectivamente Perón fue la figura central de la política nacional aproximadamente entre el 44 y el 74, como escribió el autor de Operación Masacre, qué duda puede caber. Su aparición en la vida pública fue tardía, al menos desde los estándares que manejamos hoy. El 17 de octubre de 1945, por caso, Perón ya contaba con cincuenta años. Pero volviendo a los treinta años de la tapa de Noticias, 18 los pasó en el exilio, más de la mitad, y sin embargo su influjo marcó a fuego aquellos años coronados por el luche y vuelve.
La caída de Perón, a sangre y fuego, precedida por el bombardeo de la Plaza de Mayo, fue un hecho profundamente traumático en la conciencia popular. El daño se agravó tras el revanchismo inmediatamente posterior y, peor aún, por ese experimento de negación al que se encomendó la clase dominante que fue la proscripción y que, a la hora de hacer balances, fue totalmente contraproducente.
La combinación entre el clima de época mundial de fines de los sesenta con la falta de libertades políticas en el país y una política económica favorable a la penetración del capital monopolista extranjero, generó que hasta amplios sectores de la clase media se reconciliaran con una identidad peronista que en su juventud habían detestado, directamente o mediante el testimonio de sus padres y abuelos.
Con el diario del lunes, es evidente que ninguna negación por la fuerza hubiera podido remover de la conciencia popular la experiencia política de una clase trabajadora que había accedido por primera vez a una “ciudadanía completa”, que había sido integrada por el Estado nacional y tenida en cuenta a la hora de planificar sus políticas, que había vivido conquistas sociales de gran magnitud, que se había organizado en comisiones internas en cada lugar de trabajo transformando la propia percepción que tenía de sí misma, en fin, que había sido “empoderada” como nunca antes, para usar el lenguaje de los politólogos de la actualidad.
En aquellos treinta años la figura de Perón signó el destino nacional. En un primer momento como personificación luminosa del Estado junto a Eva, en un segundo momento acompañando los vaivenes de la política argentina con sus mensajes desde el exilio y finalmente en los setenta, como el líder que llegaba para pacificar el país y reencauzar una situación política que amenazaba con poner en peligro los privilegios seculares de la clase dominante.
El fragor de la lucha política que lo envolvió
Lo que Walsh difícilmente haya imaginado es que el peronismo continuaría siendo la fuerza política decisiva de la Argentina cuarenta años más, aun tras la sangrienta “reorganización nacional” de los militares, del despliegue de la política neoliberal y el empobrecimiento masivo del pueblo trabajador, de la rebelión popular del año 2001 y el “qué se vayan todos”.
Ya lejos de ser “el hecho maldito del país burgués”, como imaginaba el combativo John William Cooke, es decir un fenómeno intolerable para mantener el orden del capitalismo argentino, tras la vuelta de la democracia el peronismo se instaló como la maquinaria clave de la gestión del poder en la Argentina, reciclado como el partido político garante de la gobernabilidad por excelencia. Con más razón con el aporte del radicalismo, incapaz hasta ahora de garantizar el cumplimiento de sus dos mandatos presidenciales.
La llegada de Néstor Kirchner a la presidencia en 2003, y la inauguración del ciclo de gobiernos kirchneristas que continuó Cristina Fernández en 2007 y 2011, posiblemente los más parecidos al primer peronismo que hayan existido, ni siquiera fue imaginada por sus contemporáneos en tiempo real. Con el traje del Frente para la Victoria, siempre encima de la ropa interior justicialista, los gobiernos kirchneristas implicaron una revitalización de la militancia y la tradición peronista que parecía muerta tras la adopción prácticamente unánime del credo neoliberal en sus filas en los años noventa.
Por otro lado, los viejos ecos de las luchas intestinas dentro del peronismo en los años setenta todavía pudieron escucharse durante el kirchnerismo. En la acusación de “montoneros” o “zurdos” para Néstor y Cristina, en la distinción tajante de aquellos simplemente “peronistas” que rechazan asumirse kirchneristas, en la disputa intelectual y simbólica por el “auténtico” Perón, para el que todo partisano tiene una cita que lo confirma como verdad revelada. Las poderosas fuerzas desatadas por el propio general, que siempre apostó a controlarlas con su arte tan maestro como siniestro de conducción política, finalmente se le fueron de las manos preanunciando la tragedia que sobrevendría
Un líder excepcional
Ahora bien, ¿cómo pensar el liderazgo político en la Argentina después de Perón? Y para ir más al grano, ¿cómo interpretar y proyectar el liderazgo actual de Cristina? ¿Será algo efímero, unido únicamente por la argamasa del poder, como preanuncian ciertas voces, mezclando pronósticos con expresión de deseos? ¿Estaremos asistiendo al nacimiento de una nueva identidad política que llegó para quedarse, como aseguran otros, necesitados de una justificación para sus decisiones políticas?
En la accidentada historia nacional, será una novedad la alternancia democrática con una figura de la envergadura y el liderazgo de Cristina fuera del poder político. Tal vez el único antecedente comparable sea el de Alfonsín, pero bien mirado el último líder radical sólo cobró dimensiones de estadista a la hora de su muerte. El final fracasado de su gobierno empequeñeció fuertemente su figura.
Todo hace pensar que el 2015 no traerá consigo un final traumático para el kirchnerismo, sino más bien un traspaso institucional, incluso aunque esté cruzado por fuertes turbulencias económicas y sociales. ¿Cómo será entonces tener a Cristina fuera del gobierno? ¿Cuál será su lugar en la escena nacional?
@ulibosia
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