Cultura

13 junio, 2014

Guiñándole el ojo al fusilero

Flores sobre el orín, de Alejandro Modarelli, aborda el tema muy poco trabajado teatralmente de la homosexualidad durante la última dictadura militar. Buenas actuaciones, una puesta interesante y un texto políticamente lleno de aciertos y memorias.

Flores sobre el orín, de Alejandro Modarelli, aborda el tema muy poco trabajado teatralmente de la homosexualidad durante la última dictadura militar. Buenas actuaciones, una puesta interesante y un texto políticamente lleno de aciertos y memorias.

Por qué seremos tan disparatadas y brillantes
abordaremos con tocado de plumas el latrocinio
desparramando gráciles sentencias
que no retrasarán la salva, no
pero que al menos permitirán guiñarle el ojo al fusilero.

Por qué seremos tan hermosas… , Néstor Perlongher

 

El apogeo de la recurrente euforia futbolística puede ser también un buen momento para recordar que mientras la pelota rueda por el césped, fuera de las canchas siguen pasando cosas. Sucede en Brasil, con importantes protestas antimundialistas que cuestionan las millonadas invertidas en fútbol mientras continúan ignorándose gigantescas deudas internas en educación, salud o vivienda. Y también pasó en Argentina 1978.

Bastante se ha escrito acerca de la utilización de la fiesta mundialista por la criminal dictadura argentina, que usó los gritos de gol para tapar los alaridos de la tortura. Pero Flores sobre el orín, el debut teatral de Alejandro Modarelli (co-autor del libro Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura, de 2001, y autor de Rosa prepucio. Crónicas de sodomía, amor y bigudí, de 2012), aborda inteligentemente una veta muy poco estudiada de los planes represivos del gobierno de facto encabezado en ese momento por el general Videla: la persecución a la comunidad homosexual.

Para los jóvenes habitantes de un presente argentino que en algunos aspectos podría ser considerado como de vanguardia en cuanto al derecho a la diversidad sexual puede resultar difícil imaginar que hace poco más de 30 años el panorama no podía ser más distinto. Si bien los “pervertidos” homosexuales fueron víctimas preferidas por todas las dictaduras reaccionarias, del nazismo a nuestros gloriosos militares, lo cierto es que la conjunción con la fiesta mundialista implicó un nuevo pico represivo. Claro, había que “limpiar” las calles para que los visitantes internacionales confirmaran una imagen patria de orden, limpieza y fraternidad. Los argentinos somos derechos y humanos, decía la Junta militar, repetía la revista 7 Días y multiplicaban los calcos en las lunetas de los autos. Y también somos machos, está claro.

En ese contexto funesto, los espacios para el despliegue de una sexualidad diversa tendían a desaparecer, lógicamente. Las famosas parties privadas solían acabar con razzias violentas y el yirar callejero se volvía cada vez más peligroso. Un pantalón muy ajustado o una camisa de colores atrevidos podía implicar, en el mejor de los casos, una golpiza o una visita a la comisaría. Pero el deseo es casi imposible de contener. Es creativo, valiente, insumiso, muchas veces inconsciente. Pero precisamente esa inconsciencia puede ser una forma de resistencia, de esperanza, una forma de no rendirse ante la violencia totalitaria y heteronormativa.

Así, la comunidad homosexual pasó a encontrarse en otros espacios: el conurbano bonaerense, fértil en chongos y menos vigilado que una capital en el centro de las cámaras de TV; los cines en los que las “comedias pícaras” del italiano Lando Buzzanca o de los autóctonos Olmedo y Porcel eran apenas una excusa para encuentros mucho más calientes y, sobre todo, las famosas teteras. Aquellos malolientes baños de las estaciones ferroviarias fueron trincheras de lucha y bastiones del deseo durante los años de plomo. Flores sobre el orín.

El eje de la obra dirigida por Jesús Gómez sobre el texto de Modarelli es Lissette -una potente interpretación de Juan González-, reina de las teteras de la línea Mitre, quien tejerá una relación marginal, de poderes cambiantes, violencias y resistencias, beneficios mutuos y, por supuesto, también sexo con Albano, un agente policial de la Brigada de Moralidad, encargado de ofrecerse a las “locas” en los baños para luego aplicarles el temible artículo 2H y detenerlas.

Siguiendo a la divina Lissette visitaremos fiestas, teteras, calabozos, cines y banquinas. También seremos testigos de la hipocresía de un poder fascista que mientras reprime y tortura también se pinta los labios. Y conoceremos a algunos otros personajes que nos muestran que si bien todos los putos son considerados delincuentes, las consecuencias serán bien distintas si se trata del hijo de un embajador o de un simple hijo de vecino. En este sentido también la obra de Modarelli complejiza muchos de los actuales estereotipos apolíticos de lo gay, construidos para un nicho de mercado al que se valora exclusivamente por su capacidad de consumo.

Muchas de las líneas políticas de la obra, que abundan y enriquecen sin nunca volverse panfletarias, provienen del personaje de Héctor Anabitarte. Comunista y fundador del primer grupo de activismo homosexual de la historia argentina (Nuestro mundo, un pequeño colectivo que comenzó a reunirse a fines de 1967 en lugares tan insólitos como la casilla de un guardabarreras de la estación Gerli), Anabitarte interviene en la obra desde el exilio español al que lo obliga el inicio de la dictadura. Anabitarte y Nuestro mundo serían parte en 1971 de la fundación del Frente de Liberación Homosexual (FLH), junto a Manuel Puig, Juan José Sebreli, Blas Matamoro y Juan José Hernández. Poco después se sumaría al grupo la arrolladora personalidad de Néstor Perlongher. El FLH llegó a organizar a un centenar de personas, hombres y mujeres, en grupos de diversas orientaciones, desde el cristianismo hasta el trotskismo (Perlongher encabezaba este sector, autodenominado grupo Eros), comenzó a editar algunos materiales públicos (el periódico Homosexuales, la revista Somos) y buscó una intervención política organizada.

A instancias de Perlongher el FLH intentó un acercamiento a la izquierda peronista, llegando a marchar con sus banderas a Ezeiza para recibir a Perón y a participar del famoso acto del 1 de mayo de Plaza de Mayo en el que el General expulsó a los Montoneros acusándolos de “estúpidos e imberbes”. Sin embargo, antes de ser echados de la Plaza, los Montos supieron recibir al FLH al grito de “No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de Perón y Montoneros”. Y la izquierda revolucionaria no fue menos homofóbica por aquellos años, nos recuerda Anabitarte en la obra.

Finalmente el FLH se disuelve poco después del golpe militar de marzo de 1976. Perlongher es detenido, Anabitarte se exilia. Más de 400 homosexuales integran las listas de desaparecidos de la CONADEP, según Carlos Jáuregui (uno de los fundadores de la Comunidad Homosexual Argentina), pero nunca son reconocidos como tales en el “Nunca Más” por presiones del ala católica de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Pero la resistencia continúa. El deseo prosigue con su zapa revolucionaria, aunque los putos no lean a Perlongher. Se resiste en los cines y en los baños. Se apuesta al placer en las mismas narices de la muerte. Y así, de alguna manera, se triunfa.

Los valiosísimos derechos actuales no son graciosas concesiones del poder de turno sino conquistas. Si se mira atentamente, como propone la obra de Modarelli, es posible encontrar en cada paso adelante las huellas de muchos otros pasos anteriores, historias de compromisos, dolores, heridas y muertes, que exigen complejizar la mirada sobre lo actual, historizándolo y politizándolo. Y también emputeciéndolo, ¿por qué no?

Flores sobre el orín fue declarada por la Legislatura porteña “de interés para la promoción de los derechos humanos” y cuenta con el apoyo de la CHA. Y, hay que decirlo, además de inteligente es una obra muy divertida. Humor y deseo son los nombres de las dos principales trincheras de resistencia contra los totalitarismos.

Pedro Perucca – @PedroP71

 

Ficha técnico artística
Autoría: Alejandro Modarelli
Actúan: Patricia Becker, Renzo Bormioli, Christian Chapi, Sebastián Demarco, Carlos Donigian, Melisa Gerardo, Juan González, Alvaro Hernandez, Alex Malave, Carlos Mallo, Jorge Noguera, José Postorivo, Eduardo Raffa
Música: Marcelo Pablo Katz
Fotografía: Beatriz Muicey
Coreografía: Marcela Robbio
Dirección: Jesús Gómez

Teatro Payró
San Martin 766, Capital Federal
4312-5922
Web: http://www.teatropayro.com.ar/
Entrada: $ 80,00 / $ 40,00
Sábado – 23:30 hs

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