Europa

19 marzo, 2014

Ucrania: la crisis no termina

Desde la desintegración de la Unión Soviética, y por ende su emergencia en tanto Estado nación, Ucrania ha tenido un gran valor geopolítico. Aunque siguió ligada por múltiples lazos a Moscú, desde la década pasada pareció comenzar un acercamiento a la Unión Europea, a través de distintos gobiernos.

Desde la desintegración de la Unión Soviética, y por ende su emergencia en tanto Estado nación, Ucrania ha tenido un gran valor geopolítico. Aunque siguió ligada por múltiples lazos a Moscú, desde la década pasada pareció comenzar un acercamiento a la Unión Europea, a través de distintos gobiernos.

Esa situación debía consolidarse el 28 de noviembre pasado, cuando estaba estipulado que Viktor Yanukóvich, presidente ucraniano, firmaría un Tratado de Asociación con Bruselas.

Sin embargo, a último momento decidió postergarlo. A partir de allí, el centro de Kiev y otras ciudades (en su mayoría de las regiones occidentales de Ucrania) fue ocupado ininterrumpidamente por manifestantes de diversa procedencia, cuyo único reclamo en común era la adhesión a “Europa”. Para ellos, así como para la Unión Europea (UE) y Estados Unidos, las presiones de Rusia habían influido al presidente.

Yanukóvich nunca dejó de declarar su interés de ingresar a la UE. Por esos días sostenía que “nadie va a robarnos el sueño de una Ucrania europea”. Pero las condiciones económicas obligaban a repensar los términos del acuerdo. El país se vería perjudicado por la eliminación de barreras arancelarias y necesitaba un préstamo monetario que ni la UE ni el FMI podían garantizar, al menos, sin profundos recortes. Por otro lado, el acuerdo afectaba sus relaciones comerciales con Rusia que, entre otras cuestiones, dejaría de bonificar la importación de gas, del cual la industria ucraniana depende enormemente.

Vladimir Putin, quien hace tiempo está interesado en expandir la Unión Aduanera (conformada por países del ex espacio soviético), siempre sostuvo su deseo de sumar a Ucrania a la misma. En una reunión a mediados de diciembre le ofreció un préstamo de 15 mil millones de dólares a Yanukóvich, además de la refinanciación de los precios del gas. Para los manifestantes pro europeos (agrupados en el denominado Euromaidan), este fue el gesto que demostró hacia dónde prefería dirigirse su presidente. Continuaron con sus reclamos apoyados por la UE (hace tiempo en campaña para incorporar ex repúblicas sovieticas, como Georgia y Moldavia) y los EEUU (en busca de estrechar el cerco sobre Rusia, sumando a Ucrania a la OTAN).

Victoria Nuland, encargada estadounidense para las cuestiones europeas, declaró el 5 de diciembre en una conferencia en la US-Ukraine Foundation que el Maidan mostraba principios y valores que eran pilares de la democracia.

En enero, tras la derogación de unas violentas leyes represivas y la destitución del denostado primer ministro Mykola Azarov, Yanukóvich parecía encauzar el conflicto. Pero el 18 de febrero estallaron en Kiev los disturbios más graves desde el comienzo de la crisis. Se extendieron por varios días, enfrentándose los manifestantes con la brutal policía antidisturbios. Incluso, se denunció que francotiradores apostados en distintos edificios disparaban a la multitud.

Más de 80 muertos y cientos de heridos obligaron a una reunión de emergencia de Yanukóvich con los líderes opositores. Se llegó a un acuerdo que incluía adelantar las elecciones y que fue ratificado por las potencias occidentales, pero no así por Rusia.
Entonces quedó claro, como parecía hacía tiempo, que el Euromaidan difícilmente podía ser representado por los partidos de la oposición. El líder del partido Udar, Vladimir Klitschko, ex campéon mundial de boxeo y candidato de Angela Merkel para Ucrania, fue el encargado de transmitir la noticia del acuerdo. Y fue abucheado. Especialmente por el llamado Sector de Derecha, manifestantes ultranacionalistas y xenófobos (y antirrusos), que eran los que habían llevado el mayor peso de los enfrentamientos y querían la destitución del presidente.

Al día siguiente (22 de febrero), en un procedimiento ilegal de acuerdo a la Constitución ucraniana, el Parlamento echó a Yanukóvich que había dejado Kiev con rumbo desconocido. Arseniy Yatseniuk fue nombrado primer ministro interino hasta el 25 de mayo, cuando deberán realizarse elecciones.

Yatseniuk proviene del partido Patria, de la ex primera ministra Yulia Timoshenko, enemiga política de Yanukóvich que se hallaba presa por abuso de poder. Fue liberada en seguida y su primera acción fue hablarles a los manifestantes del Euromaidan.
Aunque conformado por elementos heterogéneos, el rol de la derecha radical, sin ser preponderante numéricamente, ha sido muy visible en el Maidan. Los miembros de Sector de Derecha se definen como «nacionalistas autónomos» y están ligados al tercer partido de la oposición parlamentaria, el nacionalista Svoboda (Libertad), aunque se los considera más radicales. Esto es significativo, ya que Svoboda recibió varias críticas de la UE por sus ideas (como cuando en 2010 su líder, Oleg Tyahnybok, ante la condena de un guardia nazi del campo de Sobibor, sostuvo que era un héroe que había luchado por la libertad).

La izquierda ucraniana, de por sí pequeña, ha estado dividida con sectores completamente opuestos al Maidan y otros participando activamente. Entre los primeros está el grupo Oposicion de Izquierda. Uno de sus referentes, Zajar Popovich, reconocía en una entrevista en Viento Sur a fines de febrero que “la perspectiva más probable es el establecimiento de un régimen de derecha, autoritario y nacionalista”.

Los reclamos a Yanukóvich iban más allá del ingreso o no a la UE. Entre las críticas más notorias se destacaba la denuncia de una ostensible corrupción por parte de la clase dirigente, en un país donde la pobreza ronda el 25% de la población. Como anécdota, vale comentar que la mansión del ex presidente en las afueras de Kiev fue abierta al público, quedando a la vista los lujos inimaginables que poseía. Las acusaciones alcanzan a más funcionarios y familiares de Yanukóvich.

Pero el nuevo gobierno no tiene el apoyo de todo el país. De hecho, la división puede decirse que es geográfica, como lo avalaba una encuesta del Instituto de Sociología de Kiev en diciembre, sobre las preferencias acerca de sumarse a la UE o a la Unión Aduanera. El oeste de Ucrania, más inclinado a Europa, se siente más a gusto con el gobierno de transición que el sur y el este, más cercanos a Rusia. En ciudades de estas regiones no se hicieron esperar manifestaciones contrarias a las nuevas autoridades, consideradas ilegítimas. La situación en Crimea grafica indudablemente la cuestión.

Yatseniuk no sólo debe lidiar con la crisis interna, sino con la externa. Esta, más allá de los tironeos políticos-militares entre EEUU, la UE y Rusia, tiene un importante sesgo económico. Al no prolongar Rusia los subsidios al gas, Ucrania necesita una fuerte inyección económica para seguir recibiendo ese básico insumo y para afrontar el pago de diversas deudas. La UE (con la que el gobierno interino quiere firmar el acuerdo postergado), EEUU y el FMI ya han declarado su disposición a colaborar con elevadas sumas monetarias, pero las políticas de ajustes que reclamarán generarán posiblemente grandes inconvenientes a un gobierno con pronta fecha de caducidad y sostenido en base a acuerdos precarios.

Para seguir sumando complejidad, la semana pasada Yanukóvich realizó una conferencia de prensa en Rusia, en la que señaló: «Deseo recordar que sigo siendo no sólo el único presidente legítimo de Ucrania, sino también su comandante en jefe supremo. No he renunciado a mis facultades y no me han destituido de acuerdo al procedimiento establecido en la Constitución». Aseguró que volverá al país y criticó al gobierno de transición acusándolo de ser una banda de “ultranacionalistas y fascistas”.

Pocos días después Yatseniuk se reunió con Obama, demostrando el apoyo de Estados Unidos a su gobierno. Así, entre las peleas de las grandes potencias y los conflictos internos, es evidente que todavía queda mucho camino por recorrer para que algún tipo de estabilidad política se afiance en Ucrania.

 

Matías Figal

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