4 marzo, 2014
Ensayar otro discurso y otra actitud
Por Manuel Martínez El paso del Papa por América Latina reabrió el debate sobre cómo relacionarse desde la izquierda con […]

Por Manuel Martínez
El paso del Papa por América Latina reabrió el debate sobre cómo relacionarse desde la izquierda con su prédica. Con ánimo provocativo, ¿por qué es necesario salir de los lugares comunes y asumir el desafío de relacionarse con este fenómeno?
En una de esas charlas ocasionales uno podría preguntarse: ¿Cuáles son los argentinos/as más conocidos en el mundo? La respuesta: el Che Guevara, Evita, Gardel, Maradona, Messi y ahora Bergoglio, el papa Francisco. ¡Cierto, muy cierto! Nuestros famosos representan a la lucha de clases, al fútbol y al tango. En gran medida es así. Se trata de personajes emblemáticos de la Argentina, conocidos aquí, allá y más allá. Sin embargo, Francisco no es el Che, no es Evita, tampoco Maradona, Messi o Gardel, es otra cosa. Y es importante que esa «otra cosa», esa otra representación que moviliza a millones, sea vista desde un lugar diferente.
La derecha y sus medios corporativos tratan de buscar tal o cual frase en los mensajes de Francisco para decir: «Es un mensaje a los políticos», sobre todo cuando habla de corrupción, como si tal derecha fuera impoluta. La izquierda sectaria no entiende de qué se trata, más aún cuando el Papa se dirige a la juventud y les pide que «hagan lío», que vayan a «contracorriente» o que la Iglesia «debe construirse en las villas»; y al no poder conjugar nada de esto con su discurso vuelve a los escándalos financieros del Vaticano, a la condena eclesiástica al aborto, etc. Debemos recordar, por otra parte, al filósofo peronista que propuso «apropiarse» de Francisco, supuestamente para sumar su impronta pontificia al «modelo nacional y popular».
Una discusión sobre este tema desde el campo popular debe trascender las interpretaciones políticas reduccionistas, ya sea las de los oportunistas que pretenden colgarse de la sotana papal, así como las de los sectarios que pretenden competir desde una izquierda verdaderamente eclesial con los postulados de la Iglesia Católica, desconociendo el factor religioso -o la religiosidad- que está presente en millones de personas. Esta discusión no es nada fácil y es incómoda, en particular en los ámbitos de la izquierda, del feminismo y en los espacios de diversidad de géneros. Hay razones suficientes para que así sea, no sólo por razones ideológicas sino por la historia misma de la Iglesia, por el rol de las jerarquías al lado de los poderosos, por la moral hipócrita que predica, por la represión a la sexualidad libre, por su carácter patriarcal, etc.
No se trata de justificar nada, efectivamente, sino de distinguir e interpretar lo que significa la movilización de millones de personas -mayoritariamente jóvenes- convocadas por el Papa en este siglo XXI y en un país de América Latina, como sucedió hace algunas semanas en Brasil en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud.
Interpretar este fenómeno como tal es todo un desafío para quienes buscan el cambio social y esbozan proyectos emancipatorios que todavía no movilizan a millones. Frente a esta realidad contundente, lo peor que se puede hacer es ponerse a la defensiva, es decir atrincherarse en cierto ideologismo excluyente, en supuestos principios revolucionarios, etc.
Resulta necesario construir otro discurso y poner en práctica otra actitud, más aún si se tiene en cuenta que esos millones de hombres y mujeres, que hoy expresan su religiosidad, deberán ser parte -o ya lo son, en algunos casos- de la transformación social que se busca. Y esto no sólo apunta a quienes se manifestaron en Copacabana ensimismados con los gestos y la prédica pontificia, también incluye a otros/as, muchos/as más, que, gracias a la tecnología satelital de esta época, de una u otra manera sienten que esos gestos los/las representan y contienen.
Los pontífices de la Edad Media e incluso los más famosos del siglo XX -Pío XII y Juan XXIII, con la excepción de Juan Pablo II- no contaban con la magia de la transmisión de sus actos en tiempo real. Si así hubiera sido la historia sería otra.
Ensayar otro discurso y otra actitud frente a este inmenso fenómeno religioso, significa relacionarse con los sentimientos que expresan las multitudes católicas. Pero además con lo que Francisco les está proponiendo, es decir, la renovación de la militancia cristiana: «La Iglesia no es una ONG», «salgan a la calle». Habría que pensar qué harán esos jóvenes que estuvieron en Rio de Janeiro o que desde lejos recibieron el mensaje. ¿Lograrán revertir la crisis de la Iglesia?, ¿se pondrán a militar en las parroquias?, ¿buscarán efectivamente relacionarse con los más pobres?
Puede decirse que algo de esto ya existe y moviliza. Más aún, que existió hace décadas con la prédica de la Teología de la Liberación -que por cierto no comparte Francisco-, pero el impulso actual es hacia una revitalización diferente, seguramente más transversal, en un sentido menos ideologizada, que puede cuestionar los usos convencionales de la política, la riqueza desmedida, la marginación, el trabajo precario, la trata de personas, etc. Y ¿qué se hace frente a esto?, ¿se sigue repitiendo que «la religión es el opio del pueblo»?
Esta famosa frase de Marx, «considerada como la quintaescencia de la concepción marxista del fenómeno religioso por la mayoría de sus partidarios y oponentes», según lo expresa el intelectual marxista Michael Löwy, es sólo el final de una reflexión que comienza diciendo: «La angustia religiosa es al mismo tiempo la expresión del dolor real y la protesta contra él…». Esta dualidad del pensamiento de Marx sobre el fenómeno religioso es ignorada por completo. Y esa ignorancia lleva a un ateísmo estéril. Sin duda, es necesario un debate no-académico ni anclado en citas, un debate político real sobre lo que hoy significa y representa la religiosidad.
Resulta interesante y productivo pensar esta cuestión con detenimiento, asumiendo el desafío, proyectando y creando de la mejor manera una relación compatible y virtuosa con esa juventud a la que «le duele» el mundo actual y «protesta» a su manera. Bienvenidas sean todas las críticas.
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