El Mundo

4 noviembre, 2016

Argentina y los TLC a once años del «No al ALCA»

El 4 de noviembre de 2005 un triunfante Chávez le mojaba la oreja a George Bush con la célebre frase: «ALCA, al carajo». A 11 años de aquel evento histórico, los cambios de gobierno recientes que tuvieron lugar en Brasil y Argentina volvieron a alinear a la región con la agenda del libre comercio.

El 4 de noviembre de 2005 un triunfante Chávez le mojaba la oreja a George Bush con la célebre frase: «ALCA, al carajo». A 11 años de aquel evento histórico, los cambios de gobierno recientes que tuvieron lugar en Brasil y Argentina volvieron a alinear a la región con la agenda del libre comercio.

Históricamente, desde que en 1999 se produjo la «Batalla de Seattle» en el contexto de la Reunión Ministerial de la Organización Mundial de Comercio, el libre comercio ha encontrado un fuerte rechazo por parte de la población. Frente a esta situación, los gobiernos interesados en llevar adelante esta agenda han tenido que negociar la liberalización a puertas cerradas y con un grado de secretismo que contradice todos los principios elementales de las exigencias que tienen los Estados de dar cuenta de sus actos. Ni siquiera la Europa de los derechos humanos ha escapado de esta regla general: a fines de siglo XX, el viejo continente era el principal promotor de un tratado multilateral llamado Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) que, ni bien salió a la luz pública, fue criticado por la ciudadanía, que se movilizó para frenarlo.

El «No al ALCA», en este sentido, no fue una excepción: involucró la organización y la movilización popular de miles a lo largo del continente, que gestaron una campaña de concientización y educación popular sobre los efectos de este tratado en la vida cotidiana de millones de personas que, a la fecha en que salieron a la luz los primeros borradores, ignoraban completamente las consecuencias que el tratado iba a tener sobre sus vidas. Esas campañas y esas movilizaciones construyeron una organización que fue acompañada por líderes populares que interpretaron -y promovieron- la voluntad de la ciudadanía de rechazar estos tratados. Y esa movilización alcanzó su punto crítico con la organización del escenario de la IV Cumbre de las Américas, donde el tratado finalmente fue rechazado.

Hoy no contamos con esas figuras clave que funcionaron como respaldo a la movilización popular. Bien por el contrario, la agenda de los gobiernos de Argentina y Brasil está más que abierta a recibir la «lluvia de inversiones» que vendría, según sus peregrinas teorías nunca contrastadas, con la apertura irrestricta de la economía y la liberalización comercial. Desde que asumió en diciembre de 2015, uno de los ejes centrales de la agenda de Macri fue el realineamiento estratégico de la agenda internacional: de la integración regional entre el Mercosur y China, a la integración hacia la Alianza del Pacífico.

Para eso, no sólo solicitó que Argentina sea miembro observador de esa comunidad de países (Chile, Colombia, México y Perú), que ya tiene firmado o negocia actualmente su ingreso al TPP (Tratado Trans Pacífico), sino que también declaró las intenciones de Argentina de finalizar las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre el Mercosur y la Unión Europea; firmó un acuerdo marco de inversiones con Obama denominado el TIFA (Trade and Investment Framework Agreement) para negociar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y además declaró sus intenciones de firmar un acuerdo de libre comercio con México. La agenda de Macri está abierta para todo el mundo.

En este contexto, se presentan dos grandes desafíos. El primero es comprender que negociar un tratado de libre comercio es un proceso que lleva mucho tiempo y no se da de manera automática. De hecho, a pesar de los deseos de Macri de abrir la agenda, ningún país parece estar demasiado interesado en entrar en negociaciones con la Argentina. Pero eso no quita que la agenda de los TLC no se esté moviendo. El borrador de la agenda legislativa de Macri hay que ir a buscarlo a los capítulos del Tratado TransPacífico (TPP), porque es ahí donde están delineadas las principales medidas legislativas que este gobierno está implementando. Esto exige su lectura atenta y minuciosa.

El segundo desafío es construir una agenda de unidad. Las organizaciones del campo popular tienen un papel histórico que cumplir con este nuevo escenario de construir una gran Jornada de lucha continental por la democracia y contra el neoliberalismo.

El avance en la imposición de TLC requiere de la unidad y la respuesta conjunta de todos los sectores interesados en ponerle un freno a la liberalización comercial. Es la única respuesta posible en un contexto donde ya no existen presidentes como Chávez con virtuosismo suficiente para mandar al carajo al próximo presidente de los Estados Unidos.

Evelin Heidel – @scannopolis

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