25 diciembre, 2021
La última vez que la bandera de la URSS flameó sobre el Kremlin
El 25 de diciembre de 1991, el último presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Mijaíl Gorbachov, presentó su renuncia. Formalmente, la potencia mundial que marcó la historia del siglo XX, había dejado de existir semanas atrás.

Los últimos días de la URSS fueron turbulentos, los hechos se sucedieron uno tras otro en un espiral que pareció imparable.
Durante 1991 la situación se volvió insostenible. Ya desde fines de 1990 y durante el año siguiente distintas repúblicas que integraban la Unión proclamaron su independencia (Estonia, Letonia y Lituania) o votaron en sus respectivos parlamentos declaraciones de «soberanía estatal» (Rusia y Ucrania).
Previamente, la caída del muro de Berlín (1989) y de varios gobiernos de Europa del Este así como la crisis económica interna -que intentó contrarrestar la Perestroika de Gorbachov- venían minando el poder soviético.
En este escenario, un grupo de miembros del gobierno, el ejército y la KGB intentaron dar un golpe de Estado en el mes de agosto contra las reformas del presidente y para frenar la sangría de repúblicas. Por falta de apoyo la intentona fracasó y aceleró aun más los acontecimientos.
Boris Yeltsin, presidente de Rusia (no de la URSS) que había renunciado al Partido Comunista de la Unión Soviética un año antes, impulsó la firma del Tratado de Belavezha. Este se concretó el 8 de diciembre y además de Yeltsin lo suscribieron Stanislav Shushkévich, presidente de la República Socialista Soviética de Bielorrusia, y Leonid Kravchuk, su par ucraniano. Allí señalaron que la URSS dejaba de existir «como sujeto de Derecho Internacional y realidad geopolítica».
Los mandatarios de estos tres Estados informaron su decisión a Gorbachov por teléfono.
El 21 de diciembre, en Alma Ata, la entonces capital de Kasajistán, 11 de las repúblicas soviéticas -todas menos Lituania, Letonia, Estonia y Georgia- suscribieron el tratado para conformar la Comunidad de Estados Independientes (CEI) y asestaron la estocada definitiva a la Unión Soviética.
La salida de Gorbachov y el triunfo de las élites nacionales
Fue así que en la Navidad de 1991 el último presidente de la URSS dio su discurso de renuncia por la televisión nacional. En los hechos Gorbachov ya no presidía ningún Estado ni tenía poder real sobre las repúblicas soviéticas.
«Las cámaras de televisión estadounidenses estaban allí intentando captar escenas de júbilo pero no consiguieron ni una sola imagen. La CNN filmó a un grupo marginal de cuatro o cinco personas tocando el acordeón y bailando, y transmitieron esa noticia al mundo. Nada que ver con la realidad. Fue un día sombrío y extraño», declaró Rafael Poch, corresponsal del diario español La Vanguardia en Moscú entre 1988 y 2002.
Poch explicó que nadie festejaba, pero tampoco lloraban. La sensación generalizada era de «estupefacción», dijo a Sputnik News.
Desde su perspectiva «nadie imaginaba el desmoronamiento» de la segunda potencia mundial. E incluso descarta las teorías que relacionaron el derrumbe de la URSS con factores externos como «la mano firme de Ronald Reagan», la «influencia del Papa Juan Pablo II», o incluso «la puja entre los nacionalismos».
Por el contrario hizo foco en la propia clase dirigente que consideraba agotado el proyecto soviético y buscaba cuotas de poder que solo podría alcanzar con la independencia de sus repúblicas. Para conquistar el poder, «el grupo de Boris Yeltsin -que fue el primer presidente de la Federación Rusa entre 1991 y 1999-, tenía que disolver el súper Estado soviético y eso es lo que ocurrió porque el sistema estaba muy oxidado con una situación socio económica muy crítica», analizó.
Fue así que aquella fría noche moscovita de diciembre, tras el discurso de Gorbachov, la bandera de la URSS fue arriada del Kremlin por última vez.
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