15 diciembre, 2021
¿Qué hacemos con todo esto que nos pasa?
En su segunda temporada en el teatro Nün, La infinidad de las partes no requirió de extravagante escenografía y presentación para interrogar desde el cuerpo escénico todo lo que no sabemos definir de aquello que llamamos amor.

La infinidad de las partes se para en el ambivalente lugar de hablar sobre el amor sin saber qué hacer con él, sin saber qué hacer con todo eso que nos pasa. Desde la performance, la música y, claro, la teatralidad, la obra juega, en una dramaturgia afilada, con los códigos modernos que fuimos adquiriendo para conocernos -y desconocernos- amorosamente. Temporalmente indefinida y corporalmente enriquecedora, La infinidad de las partes se toma la libertad de versionar el amor sin tomar ninguna verdad y explorando todas las incertezas.
Hacer teatro desde y para el amor se volvió una tarea intermediada por múltiples ejes desde que los vínculos se entrecruzaron con las redes, las nuevas formas de relacionarse y la distancia social. No es fácil hablar del amor en escena si ni siquiera comprendemos cómo comunicar nuestras propias formas de amar. Las incomodidades, los likes, los silencios y los mensajes vistos se mezclan entre las variadas posibilidades de interpretar una señal o una intuición; pero en realidad de lo que estamos hablando es de que no poseemos una remota idea de lo que es el amor. La infinidad de las partes no titubea en ponerse en esa posición ambigua e incierta en donde nada se fundamenta como la verdad absoluta.
¿Te enamorás rápido? ¿Tenes el visto activado? ¿Me besarías en público? Todas esas dudas latentes se encrudecen con la sucesión de momentos -una primera cita, una ruptura incierta, un reencuentro con una ex pareja- que se espejan en el propio público. La única historia que se está contando en escena es la que todes alguna vez transitamos y la sala no puede más que verse colmada de carcajadas en un instante y en otro enmudecida por completo. La infinidad de las partes nos ahorra el complejo lugar de hablar desde, para y por el amor y el público agradece ese acto inundando de aplausos el teatro.
El tiempo se muestra igual de presente que les otres cuerpes en escena; su postura latente se percibe en todos los rincones de la obra y marca el ritmo de la narrativa escénica. El movimiento de los personajes se desdibuja entre los compases vinculares -las esperas, los duelos, las fascinaciones- y la finitud se miente. Todas nuestras partes, que se tiran a la pileta por amar a une otre, se ven desnudas en la obra.
¿Se puede relatar de manera cronológica una historia de amor? Si revisamos continuamente el pasado, proyectamos de forma constante a futuro y dudamos del presente casi por instinto, la temporalidad amorosa sólo se puede contar desde la infinidad de nuestros sentires y miedos. Les intérpretes se desconocen en el espacio y chocan entre elles con sus opuestas verdades e historias, mientras les cuerpes transicionan entre diversos roles y atraviesan incomodidades que se plantan profundamente en escena. Si amar es experimentar viva y a la vez inciertamente con cada parte del cuerpo, La infinidad de las partes es una obra que habla de la eterna respuesta de la que todes dudamos: ¿qué es el amor?
No hay mejor lenguaje que el que construye la obra para abarcar el dificultoso dilema amoroso. Una pieza amplia y a la vez puntillosa que traduce fielmente todos nuestros temores e inseguridades en fuertes interpelaciones sobre el escenario. La infinidad de las partes nos convoca a revisitar lo que no sabemos hacer con todo eso que nos pasa.
La infinidad de las partes es una obra de creación colectiva dirigida por Maria Belen Meana y Cecilia Nuñez. Actúan Malena Rodríguez Sordi, Lautaro Noriega y Rocío Gómez Wlosko, y el próximo año presentarán una nueva temporada.
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