25 noviembre, 2021
El día de la zurda
Hace 35 años iniciaron una amistad. Ambos salieron del llano y alcanzaron la cima del mundo. Se amaron y se entendieron como padre e hijo. Hoy comparten la eternidad y son llorados por los pueblos del mundo que los van a extrañar y amar para siempre. Quizá sea hora de declarar al 25 de noviembre como el día de La Zurda.
Hernán Aisenberg
Hay causalidades de la historia que son difíciles de explicar, mucho más para quienes no somos creyentes. Por ejemplo, Gardel y Rodrigo murieron un 24 de junio en un accidente volviendo de un recital. Ambos eran referentes de géneros musicales de extracción popular, que llegaron a triunfar cruzando las barreras de la clase y se transformaron en íconos al perder la vida en plena vigencia.
Un 26 de julio, en la misma fecha que San Martín y Bolívar se encontraban en Guayaquil para coronar un proceso revolucionario para toda la América Latina del siglo XIX, en Cuba surgió un movimiento revolucionario que se volvería faro para las revoluciones continentales del siglo XX. Ese mismo día, en Argentina pasaba a la inmortalidad una de las mujeres que más transformó la realidad del pueblo argentino. ¿Casualidad o causalidad? ¿Astros, azar o destino? ¿Qué habrá detrás de semejantes coincidencias calendarias?
Esta misma pregunta sin respuesta nos lleva directamente al 25 de noviembre, día en el que el mundo iba a ver partir a su mejor cerebro y a su mejor pie. Ambos no solo tenían la coincidencia de pensar y patear con la zurda, sino que sentían el corazón también a la izquierda. Por distintos motivos y en distintas circunstancias, ambos desafiaron y gambetearon a la muerte varias veces y terminaron encontrando la eternidad el mismo día, como si lo hubiesen planeado.
Era una relación filial adoptiva en la que cada uno hacía su parte. El Diego difundía las ideas de la isla, con sus tatuajes, con sus broncas, con sus confrontaciones políticas. Por su parte, Fidel y Cuba cuidaron del Pelusa en sus peores momentos, lo rehabilitaron, le dieron asilo y atención al drogadicto cuando nadie le abría las puertas.
La vida los había cruzado por casualidad y la muerte los volvió a juntar. ¿Son posibles tantas casualidades? Diego conoció al Che Guevara gracias al profe Signorini, justo en el momento de su vida donde empezaba a entender la desigualdad. El pibe de Fiorito que veía a su madre quedarse sin cena para darle de comer a sus hijos ya jugaba y vivía en Europa en grandes mansiones, autos de lujo y una vida de despilfarro.
Pero cuando el barrilete empezaba a perder noción del suelo en el que pisaba, llegó Nápoles y lo convirtió definitivamente en el abanderado de los pobres. Se enfrentó al norte italiano, rico, racista y xenófobo que lo odiaba por defener a capa y espada la identidad napolitana. Inició su guerra con la FIFA por los derechos de los jugadores y armó un sindicato internacional de futbolistas, pero fue recién después de su consagración mundial en México que recibió la invitación especial para conocer al tipo que sería su inspiración. Desde ese momento se adoptaron mutuamente como padre e hijo.
El primer encuentro entre ambos fue precisamente en 1986. El Comandante Castro ya iba a cumplir 30 años al mando de la revolución cubana, pero no había perdido la esencia de un tipo común. Quedó estupefacto cuando Maradona le contó en una cena íntima que la clave para patear los penales era mirar fijo al portero rival para desmoralizarlo, mostrándose confiado. “Entonces Diego, ¿en serio que tú no miras el balón al patear?”, respondió sorprendido.
El Diego de apenas 26 años había tocado el cielo con las manos y luchaba denodadamente contra sus propios fantasmas para mantener los pies sobre la tierra. En ese entonces, quizá la única persona que podía entenderlo en todo el mundo era precisamente el Comandante. Si bien estaba en la cima desde antes que Diegote naciera, previamente también había podido cumplir sus sueños y también tuvo que lidiar con haber alcanzado la gloria de tan jovencito.
Es que las hazañas de Fidel también empezaron en el barro, en la dificultad, el exilio. Pero fue otro 25 de noviembre de 1956 donde se embarcó literal y metafóricamente en la concreción de sus ideales. Zarpó de México en el yate Granma, con más de 82 tripulantes dispuestos a terminar con la dictadura batistiana y conducir los destinos del pueblo cubano para terminar con el hambre, el analfabetismo, la dominación y la opresión. Fidel tenía apenas 30 años y ya era el líder de esa embarcación, el capitán de su equipo, el Comandante.
Pero el Fidel que recibió a Maradona en su casa cubana en 1986 ya doblaba en edad al que había cruzado el Mar Caribe con los sueños a cuestas, que había pasado tres años peleando en la sierra, había vencido militar y culturalmente y había realizado una revolución que seguía vigente cuando todas las demás empezaban a flaquear. El desafío del Castro sesentañero era mantener viva la idea de un futuro mejor. Nadie mejor que Maradona para brindarle aquella confianza.
A partir de allí se acompañaron mutuamente, se apoyaron hasta en los peores momentos. Diego Armando se tatuó a Fidel y al Che, se enfrentó a Bush, le dio todo su apoyo a los socios y amigos de Cuba como Chávez, Evo, Lula e incluso el kirchnerismo. Fidel peleó junto al Pibe de oro contra sus adicciones, contra las drogas, contra la fama, contra el monstruo menemista y capitalista que convivía en el diez. Lo ayudó a ser mejor padre para sus hijas, a reencontrarse con sus otres hijes, a no cruzar nunca de vereda y mantenerse fiel a sus orígenes.
Después de 30 años de amistad y con 90 años, Fidel abandonó el mundo de los vivos dejando una herida difícil de sanar en Diego y en los pueblos de América Latina. Después llegaron Trump, Macri y Bolsonaro. El golpe a Evo, la destitución de Dilma y la cárcel para Lula. El coronavirus, el encierro y una crisis galopante a nivel mundial. Todo es un poco más triste desde aquel 25 de noviembre de 2016. Pero el año pasado la herida se abrió de tal forma que ya no iba a cicatrizar nunca más.
La última gambeta, la última jugada había llegado el mismo día del último discurso, del último adiós. El viaje había terminado para los dos el mismo día que Fidel inició su viaje junto con el Che en México. Quizá aquella amistad tan popular, tan nuestra, tan necesaria, esté continuando en algún lugar. Quizá se hayan sumado al encuentro el Che, Evita y Chávez.
Ojalá esa fuerza, esos sueños y ese deseo por cumplirlos permanezcan en la memoria popular. Mientras tanto, acá solo queda recordarlos, admirarlos y homenajearlos declarando al 25 de noviembre como el Día Internacional de La Zurda.
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