El Mundo

24 noviembre, 2021

Chile: claves para analizar los resultados electorales

Un análisis de la primera vuelta presidencial revela que aunque la rebelión popular trajo importantes cambios políticos, el tablero electoral todavía muestra muchas continuidades.

Ale Kur

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La rebelión popular que sacudió Chile desde octubre de 2019 produjo un considerable impacto en la situación política del país andino. Esto se puede observar, entre otras cuestiones, en la convocatoria a la Convención Constituyente, el hundimiento de los partidos tradicionales y la irrupción de nuevas fuerzas y candidatos que se alzaron con el triunfo en las diversas instancias electorales. La propia existencia de las movilizaciones sociales masivas implica en sí un “cambio de paradigma”, ya que le otorga el protagonismo democrático a la propia sociedad, desbordando los marcos del régimen heredado de la dictadura pinochetista.

Pero aunque todo lo anterior sea cierto, es necesario agregar algunos matices para tener un panorama más equilibrado de la situación. Los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales muestran que las principales líneas de demarcación del tablero político no sufrieron cambios tan abruptos con respecto a la primera ronda de las presidenciales de 2017.

Un primer elemento a señalar es el nivel de participación: en 2017 fue de un 46.72% del padrón, mientras que en 2021 fue de un 47.34%. Un crecimiento muy pequeño que no refleja los altos niveles de politización que parecieron expresarse en las calles.

Los resultados de la derecha

Un segundo elemento a señalar son los resultados electorales obtenidos por las fuerzas abiertamente de derecha. En 2017 el actual presidente Sebastián Piñera obtuvo el 36,64% de los votos y José Kast (el mismo que obtuvo el primer lugar en las elecciones del domingo pasado) el 7,93%. Es decir, la derecha en su conjunto obtuvo en la primera vuelta de 2017 el 44,57% de los votos.

En 2021, José Kast obtuvo el  27.91% de los votos, mientras que Sebastián Sichel (el candidato del oficialismo de Piñera) obtuvo el  12.79%. Es decir, el conjunto de la derecha “dura” obtuvo el 40,7% de los votos. 

Lo que vemos aquí, por lo tanto, no se trata tanto de un gran cambio en las fronteras electorales del campo político derechista, sino más bien de una reconfiguración interna de sus votos. O dicho de otra forma: el fenómeno político fue el traslado de votos desde la derecha tradicional de Piñera hacia la “nueva derecha” de Kast, en sintonía con fenómenos políticos como los de Donald Trump en EE.UU. y Jair Bolsonaro en Brasil.

Podemos ver aquí cómo se replica en Chile lo que ya venía ocurriendo en otras latitudes y longitudes: el surgimiento de nuevos liderazgos conservadores con un discurso más agresivo, “políticamente incorrecto”, que teatraliza el odio y la provocación despertando pasiones más profundas. En el caso chileno, este fenómeno se alimenta de los prejuicios contra los inmigrantes (especialmente venezolanos), del discurso represivo contra el supuesto “terrorismo” mapuche, y en general del rechazo conservador a las movilizaciones populares en nombre del “orden”. Es este discurso el que viene a ocupar el vacío dejado por el hundimiento de Piñera, tomando el relevo de su rol como referente de los sectores más conservadores.

Los resultados de la izquierda

Por otra parte, en el polo político opuesto de la vida política chilena tenemos a los sectores progresistas anti-neoliberales, ubicados a la izquierda de las fuerzas que tradicionalmente conformaban la Concertación (Partido Socialista – Democracia Cristiana).

En los últimos años los protagonistas principales de este espacio anti-neoliberal vienen siendo el Frente Amplio (formado por la confluencia de varios colectivos provenientes de los movimientos sociales) y el Partido Comunista. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2017, el F.A. obtuvo el 20,27%  de los votos, mientras que en las de 2021 el frente “Apruebo Dignidad” (formado principalmente por el F.A. y el P.C.) obtuvo el 25.83%. Aquí podemos observar un crecimiento relativamente pequeño del caudal electoral de la izquierda, que no parece expresar los niveles de radicalización que se vieron en las calles.

Tenemos, por lo tanto, dos posibles hipótesis. Una de ellas sería imaginar que amplios sectores de la sociedad chilena que simpatizaron con las protestas no se volcaron a apoyar a las opciones políticas que expresaban esas mismas reivindicaciones. Aquí el problema sería el paso de una conciencia genéricamente “social” a una conciencia más específicamente político-electoral. 

La otra hipótesis sería suponer que las propias protestas, por más masivas que hayan sido, no reflejaran más que a una minoría de la sociedad chilena. Es decir, que en el mejor de los casos, las protestas hayan expresado a esa misma cuarta parte del electorado que votó a las opciones anti-neoliberales. En este caso, la rebelión popular no habría expresado un vuelco de la sociedad hacia la izquierda, sino solamente visibilizado a sectores que (en su mayoría) ya estaban a la izquierda por lo menos desde 2017.

En cualquiera de ambos casos, lo que observamos es un cierto “techo” político-electoral de las fuerzas antineoliberales que la propia rebelión popular no logró derribar hasta el momento.

Es en cambio en el espectro que va de centroizquierda a centroderecha donde se produjeron los mayores cambios: la pérdida de casi la mitad de los votos de las fuerzas de la ex-Concertación y el surgimiento de la opción “independiente” (pero neoliberal y conservadora) de Parisi, que se quedó con el tercer lugar con el 12.80% de los votos.

Son finalmente los votantes de ese espectro los que terminarán inclinando la balanza en una u otra dirección en la segunda vuelta. Sólo allí podrá medirse si la rebelión de octubre de 2019 produjo cambios profundos en la correlación de fuerzas políticas, o si en cambio lo que predomina son los elementos de continuidad.

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