16 noviembre, 2021
La bronca siempre se expresa por izquierda
Terminadas las elecciones de medio término, todas las fuerzas políticas anunciaron sus triunfos con bombo y platillo. Es posible que todos ganen o que todos pierdan. El Frente de Todos recuperó terreno y el FIT hizo una elección histórica, pero la preocupación sigue siendo el crecimiento de los discursos de odio.


Hernán Aisenberg
A diferencia de las elecciones ejecutivas, donde gana el que consigue más votos y se queda con la presidencia, las legislativas suelen permitir un pequeño margen para que cada fuerza política construya sus perspectivas de manera positiva. Porque los resultados son dispares en los diferentes distritos, porque los objetivos son diferentes para cada fuerza y porque al igual que los escaños, las victorias o derrotas suelen ser proporcionales y relativas.
En este caso, teniendo el antecedente de las PASO, los resultados del último domingo se vuelven aún más relativos. Mientras el oficialismo muestra como una victoria cierta recuperación comparando con la contundente derrota de septiembre, la oposición trata de esconder la cantidad de votos que perdió por derecha con la emergencia de los autoproclamados “liberales” y “libertarios”, que también se muestran como los grandes ganadores aunque no lograron su objetivo de dejar sin futuro al kirchnerismo.
A pesar de esta reacción, que se disfraza de incorrección política, en la que presentan como novedosa una estrategia política ya vetusta y fracasada, el Frente de Izquierda de los Trabajadores (FIT) también consiguió resultados históricos y se consolidó como la tercera fuerza a nivel nacional. El festejo de la izquierda sigue sin ser completo, porque la extrema derecha todavía corre la agenda y el sentido común hacia los discursos de odio.
De esta manera, el resultado electoral deja el escenario totalmente abierto de cara al 2023. Todos se muestran victoriosos, pero al mismo tiempo todos sienten preocupación. La batalla cultural está cada vez más expuesta, la grieta se mueve del centro a los extremos y desde todas las expresiones políticas se puede observar el vaso medio lleno o medio vacío.
El crecimiento del Frente de Todes y la elección histórica del FIT
Desde una perspectiva progresista, la remontada del oficialismo tiene que poder leerse con cierto entusiasmo. Si bien probablemente haya sido de las peores elecciones del peronismo unido, es lógico que desde el oficialismo se termine destacando la capacidad del FDT para recomponerse en estos últimos tres meses y alcanzar una paridad que ni el más optimista del oficialismo hubiese vaticinado.
Acercarse a un empate técnico en la provincia de Buenos Aires, ganar casi todos los distritos del conurbano, recuperar la mayoría del Senado provincial y bastiones peronistas como Quilmes o San Martín, sostener una digna elección en CABA y retener las históricas provincias peronistas del NOA tiene que ser entendido como una buena noticia para el oficialismo.
Es cierto que perdió la mayoría en el Senado de la Nación, pero era algo que no dejaba de ser previsible luego de los resultados de las PASO. Sin embargo, el gobierno sorprendió reteniendo la primera minoría en la Cámara Baja cuando el PRO ya exigía la presidencia de la cámara antes de la elección. Ahora la apuesta del gobierno será construir consesos legislativos con las fuerzas provinciales de Río Negro (Somos Río Negro, de Alberto Weretilnek) y Neuquén (Movimiento Popular Neuquino – MPN).
Está claro que gestionar la pandemia dejó secuelas. La crisis económica, la inflación, la deuda y el desempleo fueron costos que el oficialismo terminó pagando con un voto bronca que se expresó con contundencia. Pero el debate que se abre ahí es quién lo capitalizó. A dónde migraron los votos que hicieron que Alberto fuera presidente en 2019.
Una primera lectura podría ser la baja participación que presentaron estas legislativas. Si bien hubo un crecimiento en estas elecciones generales por sobre las PASO, sigue habiendo un montón de personas que frustradas, decepcionadas o enojadas mantuvieron la decisión de no ir a votar. El desencanto con el gobierno pudo haber derivado también en una elección histórica del FIT, que consiguió cuatro bancas en la Cámara de Diputados ocupadas por Nicolás Del Caño y Romina del Plá por la provincia de Buenos Aires, Myriam Bregman por CABA y Alejandro Vilca por Jujuy.
La baja participación y el buen resultado de la izquierda puede explicar perfectamente la fuga de votantes del FDT, sin embargo, gran parte de los analistas siguen vinculando el voto bronca a una derecha reaccionaria y juvenil que se muestra como rebelde, contestataria y antisistema. Esta explicación no sólo se extendió en los medios y en la parte más “moderada” de la oposición, sino que la repiten y retoman ciertos referentes del campo popular y de los movimientos sociales que siguen sin darle a este fenómeno la seriedad que merece. Milei para algunos “es un loquito que grita”, para otros “convoca desde la bronca”, pero nadie hace la lectura de lo que Milei efectivamente representa.
La bronca del pueblo es el motor de la historia, de los cambios trascendentales y de todas las revoluciones. Puede expresarse en ausentismo o en un voto por izquierda, pero nunca por derecha, porque la derecha es reaccionaria y la reacción no es bronca, no es desazón, no es frustración. La reacción es la protección de los privilegios que no se quieren abandonar.
El peligro del crecimiento de los discursos de odio
“Milei gana votos porque es un señor que grita y está muy enojado”, han declarado algunos referentes del campo popular tratando de justificar la buena elección de Milei en los barrios populares de la Capital Federal. Incluso referentes del campo popular aseguraron que el atractivo de Milei no pasa por lo que dice, sino por sus modos.
No obstante, estas elecciones generales demostraron que el proyecto de Milei pudo contener más allá de los modos, retener su propio electorado y acaparar nuevos votantes. Consiguió el apoyo de expresiones de derecha conservadora que no pasaron las Primarias, como el partido NOS de Gómez Centurión, o incluso a muchos votantes de Juntos por el Cambio que habían elegido en las primarias a López Murphy o que aceptaron el juego entre halcones y palomas que planteó el propio economista del establishment.
Lo que está claro es que nadie consigue un voto de cada cinco en un distrito sólo por “hablar gritando”. Hay que empezar a analizar la construcción de poder que hay detrás de Milei y detrás de una propuesta que por más descabellada que parezca, empieza a tener asidero en todo el mundo. Trump, Bolsonaro, Vox, el neofascismo europeo encontraron su expresión argentinizada en la figura de Milei y reproducen un discurso de odio que les permite traccionar aún más a la derecha la agenda de la política.
Cuando las supuestas palomas del PRO asumen propuestas de campaña como terminar con la indemnización, aumentar la represión policial, bajar la edad de imputabilidad o fomentar reformas laborales propatronales, este economista libertario sonríe y se hace cargo de estar “ganando la batalla cultural contra los zurdos de mierda”.
Con el avance cultural de estas derechas, crece en el sentido común un apego a discursos que exigen más mano dura, “cárcel o bala”, abandonar los subsidios, recortar impuestos a los más ricos, desfinanciar el Estado, privatizar la salud y la educación. Crece la intolerancia, la misoginia, el racismo, la xenofobia, la homofobia y una violencia que creímos acabada con la llegada de una democracia que ya no educa, ni cura ni da de comer. Por eso, lo peor que podemos hacer frente a eso, es decir que perdemos elecciones por ampliar derechos para las minorías Ahí es donde efectivamente le damos por ganada la batalla cultural dándoles la razón.
El pueblo no vota a Milei porque es un señor enojado, sino porque construyó (junto a todos los medios serviles) una mística de rebeldía antisistémica en espejo a una izquierda que en repliegue dejó de prometer futuros utópicos. El progresismo y la izquierda se deben una fuerte autocrítica sobre cómo combatió en los barrios, en las universidades, en los territorios con esa idea de rebeldía de derecha que busca acabar con la “casta” izquierdista enquistada en el poder.
Si la verdad de los medios y las redes tiene más ascendencia en el pueblo que lo que pueden ofrecer como verdad la militancia cotidiana que está en los territorios, que vive y comparte el sufrimiento con los de abajo, que sabe realmente dónde está el poder y donde la rebeldía, entonces sencillamente hay un vacío de sentido en esa militancia.
No alcanza con gestionar comida para la olla o planes sociales para una cooperativa de trabajo. La militancia tiene que poder influir en el pensamiento y el sentimiento popular, crear las condiciones de libertad, de soberanía y de dignidad que el pueblo se merece. La militancia tiene la obligación de recuperar su agenda, de retomar la iniciativa, de comprender que el debate nuestro no es por la gestión o la administración de recursos, sino por quienes son los dueños de esos recursos y por lo tanto quienes deben administrarlos.
Lo que está en juego va mucho más allá de paliar el hambre del pueblo, pensar políticas públicas que logren bajar la inflación o controlar los precios. Lo que está en juego es la propia democracia, la soberanía, la autonomía de los pueblos, la libertad. Valores que nunca podrían avanzar asociados a ideas individualistas y conservadoras. La libertad sólo puede avanzar cuando representa proyectos colectivos y revolucionarios.
Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.