15 noviembre, 2021
Una derrota electoral que no fue derrota política
El Frente de Todes no celebró anoche un resultado electoral, sino haber evitado la derrota política de su proyecto. La pequeña dosis de confianza recibida no le sirve para controlar el Congreso, pero le basta para plantarse mejor ante los embates por derecha.


Federico Dalponte
La diferencia entre las generales y las primarias terminó siendo, al final del día, la diferencia que existe entre una derrota electoral y una derrota política. El peronismo perdió las legislativas como lo hace sucesivamente desde 2009 y con guarismos ya frecuentes desde hace tres décadas. Pero no llegará derrotado al 2023. Lo cual no es poco.
El peor escenario para el Frente de Todes hubiese sido una ampliación de su retroceso electoral. Lo cual hubiese terminado, como las más de las veces, con presiones exógenas sobre la necesidad de escuchar el mensaje de las urnas. Como si tal cosa fuera sencilla o siquiera posible; como si millones de personas votando en una decena de direcciones diferentes pudiera significar algo unívoco.
En cualquier caso, hubiese invitado al gobierno a capitular y tal vez también a pensar que el 70% de la población que no vota al oficialismo es el que está acertado y al que hay que complacer. Escenario peligroso cuando una mayoría por derecha esté clamando, por ejemplo, por el fin de las indemnizaciones laborables, por el déficit cero, por la liberación de la cuenta capital y por una rápida rendición ante el FMI. En rigor, nada más característico de una derrota política que gobernar con la agenda del adversario.
En términos electorales, lo obvio: el Frente de Todes perdió este domingo. Perdió dos diputados, pero retuvo la presidencia del cuerpo; perdió el quórum propio en el Senado, pero le bastará conseguir apenas un voto para aprobar leyes; perdió en territorio bonaerense, pero empató en el reparto de bancas; perdió en siete provincias contadas como propias, pero revirtió el resultado en otras dos; retrocedió, en definitiva, en ambas cámaras del Congreso, pero continuará siendo el bloque más numeroso en las dos.
Todo soso, se dirá con razón, pero ese es el resumen frío de la jornada. Un equilibrio de celebraciones en el que nadie controlará el Congreso y en el que todos podrán mirar a 2023 con algo de ilusión. Que todos digan que ganaron, eso es polarización, decía anoche el politólogo Facundo Cruz.
Y es cierto. Juntos por el Cambio advierte que su piso electoral alcanza, invariablemente, los 40 puntos. El Frente de Todes advierte por su parte que aún le quedan dos años a cargo del Ejecutivo, la herramienta más eficaz para hacer política e incidir sobre la vida de un país.
La diferencia, por tanto, entre una derrota electoral y una política es que la primera es reversible, mientras que la segunda tantas veces no: si el oficialismo ampliaba su derrota, la crisis interna se hubiese acentuado, con hipótesis cierta de fractura, y abonaría aquel comentario golpista de Mauricio Macri al referirse al período 2021-2023 como “la transición”.
Pero lejos de eso, hay un elemento que ilusiona al oficialismo desde anoche: la posibilidad de ser en los próximos dos años la fuerza política que se consolidó en los últimos dos meses. O mejor dicho: ilusiona al Frente de Todes el convencimiento de que nada está perdido de antemano. O más: la certeza de que el crecimiento electoral de los últimos dos meses, si se lo acompaña con dos próximos años de una recuperación económica socialmente justa, es una fórmula efectiva para ganar en 2023 –o al menos para intentarlo–.
Con proyección de crecimiento del PIB para el próximo bienio, con la producción y el empleo industrial superando los niveles de 2019, con aumento real de la recaudación, con superávit comercial, pareciera evidente que –cuanto menos– existen elementos de base para que el gobierno haga una mejor segunda parte de mandato y deje una Argentina mejor que la que recibió. La única duda, en ese marco, sería respecto al eventual impacto de la nueva composición del Congreso en la marcha del Ejecutivo. Algo inocuo a todas luces. Cualquier presidente en la Argentina puede gestionar en minoría legislativa. Sobran ejemplos. Ni siquiera la ley de presupuesto resulta imprescindible para gobernar. Dicho de otro modo: si el gobierno no mejora el poder adquisitivo de los salarios, si no expande la reactivación industrial, si no controla la inflación, si no domestica a quienes especulan con una devaluación, será por impericia y no por la falta de los legisladores que perdió anoche.
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