Ambiente y Hábitat

2 noviembre, 2021

Transiciones energéticas: ¿hacia dónde y para qué?

El reciente anuncio de inversiones millonarias de capitales australianos para producir hidrógeno verde en la patagonia metió de lleno a la Argentina en la transición energética, un tema complejo que conlleva más de un problema y a la vez la oportunidad de cambios estructurales.

Nicolás Castelli

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La transición energética ya es un hecho en pleno desarrollo. En esta carrera de sustitución de hidrocarburos por energías limpias -que por el momento dominan las grandes potencias europeas- se plantean diversos problemas y desafíos para los países del sur global. 

Desde un neodependentismo económico y tecnológico hasta convertir a la región en depositaria de los pasivos socioambientales de la descarbonización de las economías del Primer Mundo, el riesgo de profundizar asimetrías y desigualdades está presente. 

Al mismo tiempo es una oportunidad para plantear una crítica radical de los patrones civilizatorios del capitalismo y comenzar a construir alternativas sistémicas. Para ello es necesario tener en cuenta algunas premisas sobre uno de los temas centrales en lo que va de este siglo.

No hay una sola transición energética

Por eso se habla en plural. Desde que existe el capitalismo hubo varias transiciones energéticas en el marco de las diferentes revoluciones industriales que se fueron desarrollando hasta el presente. Todas ellas se realizaron desde los países centrales e implicaron no solo un cambio de las bases energéticas sino una modificación de la estructura productiva, la organización social del sistema y las formas de consumo.

Primero con el carbón a fines del siglo XVII, pasando por el petróleo, la cibernética, la informática y las energías limpias hasta llegar a la industria 4.0 de nuestros días, el capitalismo fue transformando sus bases energéticas pero no su economía política.

¿Hubo una reducción de las desigualdades sociales en las sucesivas transiciones de los últimos siglos? Observando los indicadores de las regiones del tercer mundo, la respuesta es obvia.

Transiciones energéticas y justicia social 

¿Cuántas personas pueden tener acceso a las nuevas fuentes de energía verde? 

El sector energético explica el 60% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global y la consecuente crisis climática que hoy ocupa un lugar central en la agenda mundial.

Sin embargo, el 13% de la población del mundo no tiene acceso a servicios modernos de electricidad, cerca de 3 mil millones de personas dependen del carbón para cocinar y el 29% de los hogares del mundo no tiene acceso a servicios públicos modernos.

El acceso desigual a la energía en el mundo es un hecho. ¿Es posible terminar con la pobreza energética y reducir las brechas de desigualdad social bajo el paradigma de crecimiento verde que proponen los países ricos del norte global?

La agenda verde del norte global y sus problemas

Todas las transiciones energéticas del capitalismo vinieron de los países centrales y más específicamente de sus élites. Se asemejan a lo que Antonio Gramsci denominó como Revoluciones Pasivas: transformaciones de arriba hacia abajo impulsadas por el gran capital para no tener que discutir su propio modelo.

Las posturas críticas señalan que este nuevo pacto verde (Green New Deal) que impulsan las grandes potencias europeas se trata de «un cambiar algo para que nada cambie». Una modernización ecológica del capital que busca dirigir inversiones a sectores de energías renovables (eólica, solar, etc) para descarbonizar sus economías y mitigar los efectos de la crisis climática.

Según las perspectivas críticas, esta nueva economía verde implica para América Latina la intensificación del neoextractivismo como sucede con el litio. Se externalizan los costos ambientales en regiones del Tercer Mundo que a la vez se convierten en zonas de sacrificio en las cuales los países del norte global aseguran sus transiciones energéticas. De esta manera se profundizan los intercambios ecológicos desiguales y la asimetría entre el norte y sur.

Diferentes responsabilidades en la crisis climática

También corresponde señalar que no todos los países y regiones tuvieron la misma responsabilidad histórica en la crisis climática. Con Estados Unidos a la cabeza, las mayores emisiones históricas de gases de efecto invernadero se concentran en diez países y un puñado de grandes empresas transnacionales.

Al 2019* América Latina y el Caribe es la región del mundo que tiene la matriz energética primaria con menor dependencia a energías fósiles con un 67%, frente al 73% de Europa y el 87% de Asia.

A su vez, Estados Unidos y Canadá usan un 58% de recursos fósiles para generar electricidad.

En lo que respecta a la penetración de energías renovables en la región, Latinoamérica con un 14% supera al 10% de América del Norte y al 9% de Asia y África. Mientras que Europa lidera con un 20%.

Cada región y cada país debe asumir una agenda de transiciones energéticas diferenciadas acorde a sus realidades. En el caso de América Latina surge el problema de los países que dependen exclusivamente de la renta petrolera para su desarrollo. ¿Cómo se superará este obstáculo?

Asimismo, es justo recordar que estos países ricos, que con sus modelos de consumo y despilfarro capitalista son los principales responsables de la crisis socio ecológica, son los mismos que ahora traen sus dólares a latinoamérica para invertir en energía verde y usar los recursos naturales de la región para mitigar los efectos del colapso que ellos mismos provocaron.

Una crisis sistémica requiere alternativas sistémicas y emancipatorias

La crisis climática es una manifestación de la crisis socio ecológica y civilizatoria que padecemos a escala global. Sus consecuencias socioambientales son múltiples y a la vez se retroalimentan unas a otras.

El incremento de eventos climáticos extremos, el derretimiento de los glaciares, el aumento de los niveles del mar, entre otros impactos  causados por el calentamiento global generan un aumento de la desigualdad social que va de la mano de la destrucción de las bases ecológicas de la vida.

Se trata de una crisis sistémica que involucra la visión hegemónica de la relación entre las sociedades y la naturaleza y también a la epistemología dominante, a las formas de apropiación, dominación y control de la naturaleza y a los patrones de producción, consumo y reproducción impuestos por la modernidad capitalista colonial.

Las respuestas dominantes a esta crisis ignoran sus causas estructurales y sociales. Y buscan soluciones postpoliticas, de arriba hacia abajo, cuando es necesario democratizar el control de los recursos naturales y de la toma de decisiones para encontrar alternativas sistémicas ya que todos y todas somos los afectados, en especial los más pobres del mundo.

Así como no hay una sola agenda global de cambio climático ni una única forma de abordar las transiciones energéticas, no existen recetas prefijadas de antemano ni procesos lineales de transformación emancipatoria que se puedan garantizar o diseñar con antelación. Se trata de un proceso de búsqueda donde todos y todas somos los actores.

Para poner un freno a la destrucción de las condiciones que hacen posible la reproducción de la vida en el planeta se requiere un cambio fundamental del modelo de desarrollo actual, hegemónico y antropocéntrico que toma a la naturaleza como un objeto que se puede dominar bajo la lógica de un crecimiento infinito. 

*Las estadísticas fueron elaboradas por Esteban Serrani, CONICET, Argentina, sobre la base de datos de la British Petroleum presentes en «América Latina: Hacia una agenda multidisciplinar para analizar las transiciones energéticas» en el Boletín del Grupo de Trabajo Energía y Desarrollo Sustentable, CLACSO, octubre 2020   

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