29 octubre, 2021
Gracias D10S
A 61 años del nacimiento del tipo que desafió y le ganó al tiempo, al espacio y a la gravedad: ¿de qué planeta viniste?


Hernán Aisenberg
Y deja el tendal
Ahí la tiene Maradona. Lo marcan dos. Pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial. Y deja el tendal. Va a tocar para Burruchaga, siempre Maradona. Genio, genio, genio. Ta, ta, ta. Ta, ta, ta…
Diez segundos pasaron mientras Victor Hugo Morales iba aumentando su euforia hasta la descarga total. Balbuceaba esas palabras un poco inconexas desde la cabina de transmisión, tratando de contar algo imposible de entender. No hay nadie en Argentina (y me arriesgo a decir en el mundo) que no haya escuchado alguna vez ese relato sin que se le erice la piel. Por eso hablar de Maradona sin repetirse es una tarea casi imposible.
Pero este año es distinto, porque llega su cumpleaños número 61 y hay una sola cosa que no se repite, que no se copia. Que no la podemos ni siquiera nombrar por primera vez, que la tenemos atragantada desde aquel mediodía del 25 de noviembre. Lo negamos, lo rechazamos. No estamos dispuestos a asumirlo, ni a decirlo, ni a escribirlo. Preferimos hacer de cuenta que nunca pasó y que podemos volver todo el tiempo a esos diez segundos de aquel día soleado en México.
Ese gol fue lo que lo inmortalizó, el que lo convirtió en eterno. Por ser el mejor gol del planeta, por haber sido después del gol de la trampa, por hacerlo contra Inglaterra, por hacerlo cuatro años después de Malvinas, por haber sido apenas un escollo más en el camino a la Copa del Mundo.
Por haberlo hecho cuando nadie confiaba, cuando hasta el presidente Alfonsín pedía la renuncia del técnico. Por hacerlo cuando su gente no la pasaba bien, cuando la Argentina comenzaba a darse cuenta de que la democracia ya no podía resolver los problemas cotidianos porque la maldita dictadura había generado daños estructurales que parecían irreparables.
Porque el mundo estaba por cambiar para siempre. El muro que lo dividía en dos estaba por caer y el capitalismo estaba al borde de quedarse con todo, incluído el fútbol, que es el deporte más hermoso del mundo y que hoy es propiedad de petroleros y especuladores que compran y venden jugadores como si fuesen fichas que no sienten, que no piensan, que no viven.
En el TEG de la vida, donde los dueños nos quieren hacer creer que todo depende de la suerte que digan los dados, ellos saben que en realidad todo depende de quien ponga las reglas, y así fue como se ocuparon de inventar las reglas para cumplir su misión: “destruir al ejército de la izquierda”.
Casi sin fichitas rojas en el tablero, ya sin soñadores de barba que viajaban por el mundo incentivando revoluciones y con las desigualdades creciendo cada vez más, dicen que escapó este tipo del sueño de los sin jeta. Que reta a los poderosos y ataca a los más villanos, sin más armas que un 10 en la camiseta. Acomodó los dados a su (nuestra) conveniencia y nos demostró que aún nosotros podíamos ganar.
Era un aviso a los dueños del mundo: si lo que están queriendo es ponerle el punto final al libro de la historia, le están tomando la leche al gato y son más falsos que dólar celeste. La historia no estaba terminando porque podría reescribirse en cualquier escenario, incluso en una cancha de fútbol.
Es para llorar, perdónenme
Quiero llorar dios santo, que viva el fútbol. Golazo, Diegol, Maradona. Es para llorar, perdónenme. En una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos.
Todos queremos llorar. Todo el tiempo queremos llorar pero ya no hay lágrimas. Nuestras lágrimas se fueron con él. Las lloramos en Italia 90 cuando el robo era demasiado grande. Porque tenían la final armada entre el negocio del fútbol manejado por los locales y el símbolo de la victoria capitalista que se reunificaba en una sola Alemania después de 40 años de conflicto. Por ahí se metió gambeteando este vago que llevaba consigo al pobrerío, a la barriada, el potrero y el guiso. El guión estaba escrito por el mundo elegante, blanco y puro, hasta que un negrito de Fiorito tuvo que cambiarles el libreto.
Las volvimos a llorar cuatro años después, en medio del imperio que se adueñó del fútbol y del planeta y que ya no quiso correr riesgos, que ningún villerito les cambiara los planes. Así fue que, como siempre con ayuda de algún cipayo local, le cortaron las piernas al mito pensando que así se terminarían sus corridas memorables. Sin embargo, no se dieron cuenta que esas dos gambas, especialmente en la zurda, iban a volver a correr una y otra vez en la resistencia de todos los pueblos que siguen luchando.
Le volvimos a regalar nuestro llanto en aquel homenaje en el templo. En noviembre del 2001, cuando se afinaban las cacerolas, se prendían las primeras llamas de una rebelión popular que volvería a poner al país en un puño apretado gritando por Argentina. Lloramos tantas veces con él que ya no habrá más ni pena ni olvido. De alegría, de tristeza, de susto, de emoción. Con él, con sus hijas, con su papá y su mamá, con sus quilombos, con sus cagadas, con sus gestos. Lloramos tantas veces como lo hicimos por un familiar, por un amigo, por un ser querido. Tanto que lo volvimos parte de la familia, de todas las familias.
En el 86 había gambeteado al tiempo inmortalizando 10 segundos y ahora se animaba a burlar el espacio, metiéndose en cada casa, en cada llanto, en cada emoción, en cada lucha. Tanto que tenemos que seguir negando lo obvio, lo que está delante de nuestros ojos, lo que seguimos sin poder escribir. Elegimos dejar escapar la tortuga, antes que hacernos cargo de la verdad.
¿De qué planeta viniste?
Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste? Para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina.
“Mi hermano es un marciano”, dijeron el Lalo y el Huguito, sus hermanos más chicos. Lo dijeron en el año 69, cuando el hombre apenas estaba conociendo la luna, la televisión la veían solo los ricos y en blanco y negro y un movilero porfiado entraba con su camarógrafo a Villa Fiorito a buscar al pibito de 9 años que hacía deslumbrar a los hinchas haciendo “jueguitos” en los entretiempos de Argetinos Juniors en La Paternal.
Siempre supimos que no era de acá, que no era “normal”, que no era mortal. Sin embargo él siempre nos hizo saber que sí, que era uno más del montón que simplemente jugaba bien a la pelota. Que tenía el mismo hambre, que sufría la misma injusticia, que le dolían las mismas cosas y que estaba dispuesto a dejar la vida igual que cada laburante.
Fue uno de los nuestros que se colgó en las fiestas de ellos sin pedir permiso, o realmente vino de otro planeta y decidió mimetizarse con los de abajo para reírse de aquellos que siempre se creyeron con el poder de la burla, de la sorna, de la soberbia. Da igual de dónde haya venido, porque siempre será nuestro barrilete cósmico.
Porque sin siquiera buscarlo se convirtió en bandera de los humildes, en arma de revolución, en símbolo de rebeldía. No fue únicamente en aquel gol a los ingleses ni fue solamente en Argentina, donde gracias a él los pueblos entendieron que había que gritar con el puño apretado.
Desde las pequeñas luchas gremiales para defender los derechos de los jugadores de todo el mundo, hasta el abrazo compañero con los grandes líderes de las revoluciones del siglo XX y XXI, siempre eligió el bando de los inconformistas, de los luchadores, de los rebeldes, de los que pateaban con la zurda. Desde exigirle al Papa que vendiera el techo del Vaticano si de verdad le preocupaban los pobres hasta ponerle fin al ALCA en Mar del Plata, siempre fue consciente que su voz tenía otra fuerza, otra responsabilidad y, aunque nosotros no lo supiéramos con exactitud, él nunca se olvidó de dónde había venido: de Fiorito, de la villa, “del barrio privado; privado de luz, de agua y de gas”.
Nunca olvidó sus raíces, pero aprendió a volar como un barrilete. No le alcanzó con desafíar el tiempo y el espacio, también le ganó a la gravedad. Aprendió a volar sin levantar los pies del barro que siempre pisaron. Barro del potrero del que nunca se fue, del que lo mantiene vivo para siempre.
En estos tiempos pospandemicos donde solo se avecinan grandes tormentas y tempestades, por momentos tememos por aquel barrilete que por algún lado seguirá remontando vuelo contra las injusticias. Del miedo a lo que pueda pasar, nos aferramos fuerte al carretel aunque quizá sea momento de asumir la realidad y soltar. Dejarlo volar, con Don Diego y Doña Tota, con el Che, con Chavez y con Fidel. Nos dio tanto, nos regaló tanto que ahora es tiempo de él. Fua, el Diego. Quizá sea tiempo de dejarlo descansar en paz. Donde quiera que estés, feliz cumpleaños, Pelu.
Graias D10S por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas.
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