Batalla de Ideas

9 octubre, 2021

Ser como el Che

El homenaje ante un nuevo aniversario de la caída en combate de Ernesto «Che» Guevara. ¿Qué es lo que hizo que el Che sea como el Che, qué pequeños dolores o grandes alegrías lo hicieron encontrarse a sí mismo, en su fondo, mezclado con lo más humano de sí?

Mariel Martínez

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Suele pasarnos que los inmensos hechos no nos permiten subrayar los detalles, las cotidianeidades, las pequeñas conmociones diarias. Suele ocurrirnos recordar a los grandes hombres y mujeres que nos hicieron más dignos y más felices por sus gestos heroicos, sus vidas entregadas o sus muertes históricas. Solemos olvidar que somos tan humanos como los que llevaron su humanidad a los límites insondables de lo sencillo.

Ya varias generaciones hemos crecido repitiendo el obligado lema: “Seremos cómo el Che”. La pregunta necesaria es qué es lo que hizo que el Che sea como el Che, qué pequeños dolores o grandes alegrías lo hicieron encontrarse a sí mismo, en su fondo, mezclado con lo más humano de sí. Qué cambió su doble apellido a un monosílabo, su patria una a su patria grande; cuánto de lo que somos hoy va a permitirnos ser, siempre, como él.

Se sabe de su infancia y de su asma, de su adolescencia de barrio y de deporte, de sus primeras oídas sobre la guerra civil española, de sus ganas de curar. Se sabe de sus jóvenes y precarios viajes que encaró ávido de conocer respuestas y que lo llenaron de preguntas. Sabemos que no lo conmovió la tierra sino la gente que la habita; sabemos, por sus palabras, que ese vagar sin rumbo por nuestra “Mayúscula América” lo cambió más de lo que había podido creer. Que fueron simplemente sus ganas de curar las que lo llevaron a buscar incansablemente los remedios para lo que sí tiene cura: el piojo que engendra la pobreza, la angustia que genera la injusticia, la barriga que hincha el hambre. Sabemos que fue lo más mundano lo que no dejó otra opción que el arrojo. Que fue lo más mugre y lo más barro lo que lo volvió amante desesperado; lo que lo hizo sudor y trabajo, libro, insomnio y mate, fusil y botiquín.

No hay ningún episodio a contarse que no se conozca ya. La vida del Che es, probablemente, una de las más públicas de la historia. Pero claro que sí podemos volver a revisar gestos, amparándonos en que él repasó tantos, de tantos hombres y mujeres dignos de serlo. Antes de partir a Bolivia, la tierra que lo vería morir, regaló varios mensajes. Nos ha resonado siempre aquél consejo a sus hijos en el que los convidada a sentir indignación ante cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Hemos admirado la confianza plena en el proyecto que había contribuido a construir, y en sus compañeros, en aquella carta a Fidel. Pero a algunos, sobre todo, nos muda la piel el recitado de un poema de César Vallejo titulado Los herlados negros, que dedicó a su esposa. Esto es lo único íntimamente mío, dijo. Y era de otro. Como muchas veces en su vida, pudo encontrar lo más profundo de sí en lo más hondo del otro. Otro que también, como él, se sintió interpelado por el barro.

Es casi obvia la metáfora que señala que con el barro se construye. ¿Pero cuántos y cómo son los que se animan a hacerse barro, a abrirse zanjas oscuras en el rostro fiero y en el alma fuerte, don Vallejo; a hacerse móvil de un amor consecuente como la cualidad más hermosa de un revolucionario, don Guevara, a poner la vida a servir a la vida misma?

Algunos piensan que la historia la hacen los hombres extraordinarios, los fuera de serie. Otros elegimos pensar que son hombres y mujeres doloridos por el mundo y de amores apasionados los que le permiten a la historia ser. Que son hombres y mujeres de risa fácil y asma recortado los que dibujan el rumbo; los que permiten que podamos decir, creyéndolo profundamente, que seremos como el Che.

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