14 septiembre, 2021
¿Por qué odiamos ir al médico?
Desde ir al médico por un dolor de garganta hasta realizarse el PAP anual puede ser difícil de decidir para las personas de la diversidad y mujeres. Los consultorios se vuelven campos de batalla donde se disputa la soberanía de nuestros territorios más íntimos, y esa historia de luchas que cada une carga, nos marca en la memoria corporal al punto de generarnos rechazo a la medicina. Descolonizar la salud es entonces la tarea.


Cam Esperguin*
Para las personas LGBTIQ+ y mujeres, la decisión de ir al médico muchas veces es dificultosa, incluso si es sólo para realizar chequeos. La mayoría relaciona la experiencia en consultorios con recuerdos incómodos, o incluso dolorosos, y en consecuencia muchas veces cuesta la iniciativa de asistir a centros de salud.
Aunque las razones muchas veces parecen evidentes, al campo médico todavía le cuesta entender, reconocer -y por lo tanto abandonar- aquellas prácticas que violentan y alejan a la población LGBTIQ y femenina. Esto nos remite a preguntarnos de dónde nacen o cómo se adoptaron estas formas de la medicina, cómo se producen y reproducen, y cuáles son las necesidades de cambio que se le demandan.
La buena paciente es paciente
Convertir el adjetivo paciente en sustantivo es un hecho que sin lugar a dudas dice mucho. Al llamar pacientes a quienes acuden a los servicios de salud, ya se impone un deber ser: sumise, dócil, tolerante, manse. Cuando hablamos de mujeres e identidades femeninas, ésta expectativa se potencia, partiendo del hecho de que socialmente ya se adjudican estas cualidades a lo femenino.
Así, la buena paciente debe dejarse manipular físicamente sin quejarse, debe obedecer al profesional que tiene enfrente (o podríamos decir por encima), porque sabe más, incluso si es sobre su cuerpo.
Parafraseando a Cecilia Canevari, es la enajenación de los cuerpos. Es esta una tradición de la medicina que la vemos a lo largo de toda su historia, por ejemplo en el Renacimiento, época en la que toda sanadora era condenada a la hoguera por bruja, ya que la práctica médica era exclusivamente masculina, a pesar de que durante siglos previos los conocimientos obstétricos y ginecológicos se vieron fuertemente enriquecidos entre la población femenina y totalmente desconocidos por la población masculina. Así, incluso la característica más socialmente relacionada con la femeninidad en esa época (la gestación) fue también arrebatada de toda oportunidad de gestión sanitaria por mujeres.
Hoy, a más de cuatro siglos de la cacería de brujas, la violencia obstétrica y ginecológica se produce y reproduce todos los días, tanto en quirófanos en los que deciden realizar episiotomías sin el consentimiento ni conocimiento de las pacientes, como en las Facultades de Medicina donde numerosos estudiantes llegan a practicar tactos vaginales con una misma paciente.
Heterosalubridad
No es ningún secreto que las personas travesti, trans y no binaries se hallan alejadas del sistema de salud. Sería muy fácil atribuir esto a una decisión de estas poblaciones y “falta de autocuidado”, pero si revisamos en búsqueda de razones, nos encontramos con una historia de torturas, terapias de conversión, estigmatización en torno al VIH, y patologización psiquiátrica de nuestras identidades. Ese camino de la diversidad trans en la medicina, es una carga que sigue pesando sobre las nuevas generaciones, a pesar de contar con leyes que intentan protegernos, y probablemente siga siendo así hasta que la medicina por sí misma tome acciones que reparen el daño generado. Esto último sera posible en la medida en que no sea un simple ejercicio de la empatía, sino que cada vez sean más les travestis, trans y no binaries en los pupitres de las universidades y al frente de las aulas.
El miedo a ser tratade en un género que no nos corresponde, el miedo a ser tratades de enfermes mentales, es inevitable de sentir cada vez que sabemos que necesitamos ir al médico. Y esto también responde a que casi nunca encontramos a personas de la diversidad, o abiertamente diversas, en un consultorio médico, por lo que nace la duda de si nos enfrentaremos con une profesional que es capaz de respetar y/o empatizar, o todo lo contrario, porque lo que menos nos imaginamos es encontrarnos con una persona como nosotres.
A pesar de la Ley de Identidad de Género, la patologización de les travestis-trans y no binaries sigue siendo moneda corriente en nuestro país, y especialmente en el Norte. La cultura occidental, profundamente heterocisnormada y binomial no sólo se ha imprimido en la medicina, sino que ha usado a ésta como herramienta de control social, al categorizar como enfermiso a toda persona con características que no encajan en la norma.
Todo esto lleva a que las personas travesti-trans y no binaries por lo general no acudan a los centros de salud de forma temprana o con el objetivo de realizarse chequeos de rutina, sino que suelen hacerlo como última opción cuando el dolor es ya insoportable o la enfermedad es demasiado evidente y preocupante, lo cual por lo general implica un estadío avanzado y grave. Este es un factor de riesgo muy importante que se suma a las razones por las que la esperanza de vida de las personas trans continúa siendo de 40 años.
Por supuesto que el resto de la comunidad LGBTIQ también encuentra dificultades a la hora de ir al médico. Si sos hombre y te ves afeminado, las probabilidades de que sospechen VIH en una consulta médica aumentan drásticamente -incluso si el motivo de la consulta no se relaciona- frente a otros hombres no afeminados. Una escena tan clásica como cómica para las personas con vulva que tienen relaciones con otras personas con vulva, se da en la visita ginecológica, cuando la o el profesional pregunta si usa métodos anticonceptivos y si existen posibilidades de embarazo, y ante la respuesta doblemente negativa, queda recalculando sin poder descifrar o entender la anamnesis.
Pareciera que la capacidad médica de análisis queda limitada a cuatro paredes levantadas por la norma. Y esta colonización disfrazada de cientificismo se inicia desde las Facultades de Medicina, cuando todo lo que se estudia se divide en masculino y femenino, como por ejemplo el uso de términos (que parecieran eufemismos) tales como genital masculino y genital femenino en lugar de llamar a las partes del cuerpo por el nombre que les corresponde: pene y vulva. Pero este último ejemplo también nos sirve para analizar cómo desde el lenguaje, y de forma muy sutil, se impone que un pene es masculino y que una vulva es femenina. Y no sólo lo que no se nombra no existe, sino que lo que no se muestra es muy difícil de imaginar. Enseñar sólo con cuerpos e imágenes cis, también es una forma de normativizar qué tipo de paciente esperar.
¿Cuidado o gordoodio?
Además de la sexualidad y el género, el control de les cuerpes también se extiende a las tallas. En éste sentido, el gordoodio pisa fuerte en el campo médico desde el momento en que durante la formación se enseña a categorizar los cuerpos en rangos numéricos de peso y talla, que establecen lo “normal” y lo “anormal” o patológico. Así, se les inculca a les mediques que todo Índice de Masa Corporal (IMC) superior a 24.9 corresponde a un cuerpo con “sobrepeso” y se debe etiquetar de enfermo.
Hace un par de días atrás se viralizó en redes el video de una joven que contaba su experiencia en una consulta ginecológica, a la que acudió por dolores menstruales, pero la primera observación del médico fue decirle que estaba gorda, y en la receta expendida por el profesional se leía “NUTRICIONISTA”, con el mensaje implícito de que su peso era el orígen de todos los males de esta joven. Esta es una anécdota más que visibiliza el engranaje de la mente médica: gordura es igual a enfermedad. Una metodología de análisis que no resuelve nada, como en el caso de la joven del video.
Si bien es cierto que hoy vivimos en un mundo en el que las enfermedades crónicas no transmisibles (como la hipertensión arterial, la diabetes, enfermedades cardiovasculares, etc.) son la principal causa de muerte y reducción de la expectativa de vida en el mundo, en lugar de actuar sobre las causas de fondo, la ciencia atina a criminalizar todo IMC de más de 24.9, reduciendo personas a números. Quizás, cuestionarnos las condiciones laborales, la división de las tareas de cuidado, la soberanía alimentaria, y tantas otras causas de estrés, sean la verdadera respuesta para encaminarnos a reducir las enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT), porque al final del día vemos que en realidad hoy habitamos sociedades en las que el común denominador de las ECNT y el malestar son el estrés y la ansiedad.
No todo está perdido
Odiamos ir al médico, así en masculino, porque históricamente ha sido un espacio de subordinación y violencias de diferentes grados para todas aquellas personas que no son hombres hetero cis blancos. Nuestres cuerpes lo saben, lo recuerdan e incluso lo resienten. ¿Qué hacer cuando el paisaje pinta tan desesperanzador? Quizás es la pregunta que todes nos hacemos, y probablemente este ya sea un primer gran paso. Reconocer la necesidad de replantear la medicina, es encaminarnos a la demanda que, de ser lo suficientemente fuerte, tarde o temprano el campo médico deberá resolver.
Así también, el llamado a la reflexión de las nuevas generaciones de mediques, y la inclusión travesti-trans-nobinarie en las Facultades de Medicina (por medio de políticas destinadas a ello, en lugar de exámenes de ingreso eliminatorio), es parte de la clave. Porque nadie puede luchar por lo que no le atraviesa, y entendemos mejor las realidades en la medida en que las vivimos. La transformación de la medicina no puede ser sólo a base de empatía, sino que necesitamos nuevos tipos de médiques, para que ir a un consultorio ya no sea un acto odioso sino más bien de amor propio y autocuidado.
*Activista TTNB
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