Batalla de Ideas

11 septiembre, 2021

Chile, 1973 y las batallas por venir

Se cumple un nuevo aniversario del día en el que Chile vio caer su sueño de un socialismo por vía pacífica y democrática, y se convirtió en el principal laboratorio de las recetas neoliberales que hegemonizaron la región en los últimos años del siglo XX. ¿Qué saldo deja aquella experiencia de Salvador Allende para repensar nuestro presente?

Juan Manuel Soria

@ratherbeJuan

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I.

Las coordenadas coyunturales siempre van a marcar las preguntas por el pasado y las explicaciones y balances que se puedan construir sobre ese tiempo pretérito desde el hoy.  Nos encontramos frente a un nuevo aniversario del golpe de Estado que derrocó el proyecto de la “vía chilena al socialismo”: el gobierno de la Unidad Popular, encabezado por Salvador Allende. Pero este aniversario se nos plantea en unas coordenadas históricas bastante particulares: por un lado, una pandemia que puso en tensión las formas de producción y reproducción capitalistas de la vida y, por otro lado, una suerte variopinta para los movimientos progresistas a nivel general. A través de una serie de estallidos sociales a nivel continental y una variada gama de gobiernos populares/progresistas fuertemente tensionados que se mantienen o llegan al poder en distintas condiciones, los sectores populares atraviesan la crisis y la conflictividad social de diversas formas. Pero también se presenta una fuerte avanzada de diversas formas de las derechas, con una fuerte retórica antiestatista, anticomunitaria y antifeminista que atrae a viejos y nuevos sectores a su cobijo en un mundo donde las certezas se queman como fusibles.

Es que el proyecto neoliberal, encabezado por Estados Unidos, que se había erigido triunfante tras la caída del bloque socialista en 1991 y se había hecho fuerte en décadas donde era (y es) “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, se vio puesto en jaque (o al menos en tensión) por el comienzo de la pandemia del Covid – 19. Sin embargo, las tensiones generadas por el neoliberalismo, marcadas por una fuerte crisis climática y una brutal concentración de la riqueza no comenzaron en 2020, sino que son resultado de un proceso y proyecto de acumulación de capital. Y la palabra “neoliberalismo” nos lleva indefectiblemente a Chile, y más específicamente al año 1973. ¿Por qué? Porque a partir del 11 de septiembre de 1973 Chile se transformó en el principal laboratorio de las recetas neoliberales que serviría como punta de lanza para implementarlas a posteriori en la región. Pero ¿a qué vino a poner fin este “proyecto histórico de las cosas”?

El golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile puso fin a una de las experiencias de las izquierdas más importantes del siglo XX: la vía chilena al socialismo. En las próximas líneas intentaremos esbozar un pantallazo general de lo que esta implicó, a partir de las lecturas de aportes de Tomás Moulian, Felipe Lagos – Rojas y Marian Scholtterbeck.

II.

La llegada al poder de la Unidad Popular el 4 de septiembre de 1970 responde, en realidad, a un proceso histórico con diversas temporalidades. Para comprender la génesis de esta coalición de izquierdas debemos remontarnos, en realidad, a finales del siglo XIX y principios de siglo XX. La articulación de las nuevas relaciones capitalistas a nivel mundial traerá aparejados cambios económicos y sociales en la estructura regional. Esta estará dada por un rol de “proveedora” de materias primas para las potencias en expansión: minerales y producción agrícola – ganadera para el funcionamiento de la maquinaria industrial que se consolidaba en Europa y, de forma incipiente, en los Estados Unidos. Pero de la mano de este proceso Chile vería nacer un poderoso movimiento obrero surgido en el sector minero y textil, acompañado de las formaciones del Partido Socialista y del Partido Comunista. 

La década de 1930, por su parte, será parida a partir del crack de Wall Street en 1929. El capitalismo, que asistía a una crisis sin precedentes, se veía amenazado tanto por la experiencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas pero también por el avance de los fascismos en Europa. La Comintern planteará la necesidad de formar los llamados “Frentes Populares”, es decir, gobiernos de carácter defensivo contra el avance de las experiencias derechistas en Europa. Los partidos comunistas de todo el mundo se veían llamados a conformar coaliciones amplias con sectores otrora tildados de “reformistas” o “socialfascistas” (como el Partido Socialista) para llegar al poder y evitar el avance de la reacción. Varias experiencias fueron exitosas en términos electorales y de experiencia organizativa: el Frente Popular en Francia, pero también en España y Chile (cada uno con sus propias derivas y tragedias) abrían nuevas posibilidades de disputa de poder a las izquierdas a nivel mundial más allá de la táctica insurreccional. En Chile el Frente Popular llegará al gobierno en el año 1938. Esta experiencia marcaría algo clave para el desarrollo político de las izquierdas en Chile: la real posibilidad de la disputa por el poder en términos electorales.

III.

El desarrollo de la Guerra Fría a partir del final de la Segunda Guerra Mundial será el marco del repliegue de las estrategias revolucionarias para las izquierdas en Europa. Sin embargo, el ahora llamado “Tercer Mundo” tenía otras cosas para decir sobre el cambio social: China, Corea, Vietnam, Argelia y principalmente, el ’59 en Cuba habilitarían –junto al proceso de desestalinización en la URSS- el nacimiento de nuevas experiencias revolucionarias. A su vez, esto implicaría un cambio de la respuesta norteamericana en nuestra región: en un mundo en disputa, el nacimiento de la llamada “Alianza para el Progreso” sería la forma por la cual – a través de las inversiones de capital norteamericano y un apoyo a las políticas represivas contra el “comunismo”- los Estados Unidos buscarían frenar el avance de la revolución en América Latina.

En este contexto, la llegada al poder del demócrata cristiano Frei Montalva en 1964 y su “revolución en libertad”, presentará un tímido programa reformista que llevará adelante leyes de sindicalización y, de forma muy incipiente, intentará realizar una reforma agraria. Como dice Tomás Moulian, a pesar de que esto no fue profundizado, sirvió para elevar las expectativas de la sociedad chilena en torno a la propiedad de la tierra y la riqueza. Por otro lado, bajo la influencia cubana y las rupturas de los viejos partidos de izquierdas tradicionales, Chile asistirá al nacimiento del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que se transformará en un espacio político rupturista en tanto propugnará la vía armada para llegar al socialismo. Frente a este panorama los sectores dominantes chilenos comenzaban a ver la situación con preocupación. Es posible afirmar, siguiendo a Moulian, que el gobierno de Frei Montalva es un tibio pero importante antecedente para llegar a 1970. Por su parte, a partir de 1952, Salvador Allende, dirigente del Partido Socialista, se convertirá en el candidato principal de la izquierda chilena en las elecciones y luego de varias derrotas, llegará a la presidencia de la mano de la Unidad Popular el 4 de septiembre de 1970.

IV.

¿Qué sucede en septiembre de 1970? La llegada al poder de la Unidad Popular pone de relieve el fuerte apoyo que tenía Salvador Allende en los sectores populares de Chile, pero también la potencia política de un armado de izquierdas amplio encabezado por el Partido Socialista y el Partido Comunista. Como dice Marian Schlotterbeck, fue la movilización popular lo que llevó a Salvador Allende a la presidencia de Chile, en un momento histórico marcado por el avance y radicalización de amplios sectores sociales en todo el continente americano.

Por otro lado, afirmaba Eric Hobsbawm en 1971, el gobierno de Allende rompe con el espíritu defensivo de los “Frentes Populares”. El liderazgo de los partidos revolucionarios y el apoyo masivo van a ser las condiciones de posibilidad para construir una vía propia de avance al socialismo, de forma democrática, pluralista, humanista. No es un “interín” entre la democracia burguesa y el socialismo: es un devenir propio, apoyado en una victoria electoral y un apoyo de mayorías que se revelará clave. La revolución del “vino tinto y las empanadas” se afirmaba pacífica y democrática, a través (y a pesar) de los marcos de la democracia y las instituciones burguesas. Para llevar adelante el camino al socialismo encarará algunos ejes claves en torno a la matriz de acumulación chilena: la nacionalización de empresas y recursos estratégicos. La nacionalización del cobre –para “romper la dependencia” en palabras de Allende- del año 1971 es un ejemplo claro del espíritu revolucionario que guiaba al gobierno. Por otro lado, la política y la radicalización de la reforma agraria y un programa que llamaba a la integración, el resguardo y defensa de las áreas indígenas ponían en discusión y en tensión otro tema clave para la matriz del capitalismo chileno, la propiedad de la tierra. La estatización de la banca, la nacionalización del cobre y la reforma agraria, entonces, funcionan como la tríada que pone en tensión las estructuras de poder de las elites chilenas, sedimentadas a lo largo de décadas.

Estas transformaciones económicas fueron acompañadas –al decir de Moulian- de nuevos focos y experiencias de participación social: comandos comunales y cordones industriales, organizaciones para fomentar la participación de los y las trabajadoras en lo relacionado al territorio y la producción así como la formación de Juntas para controlar el abastecimiento de alimentos para la población, en el marco de una situación de boicot orquestado por la derecha chilena en connivencia con el Departamento de Estado de EE.UU, son una muestra del enorme  protagonismo de la clase trabajadora en defensa y apoyo activo del proceso de la Unidad Popular.

El período 1970 – 1973 entonces, es un período de condensación de la izquierda chilena, al decir de Marian Schotterbeck, pero también es un momento de revolución cotidiana, que muestra como se rebasan constantemente los límites de la institucionalidad liberal – burguesa. ¿Es posible construir el socialismo bajo estas condiciones institucionales? Al respecto, afirman Felipe Lagos – Rojas y Julián Pinto, que el proceso de la Unidad Popular debe comprenderse como “una voluntad sociopolítca transversal donde la transición al socialismo estará marcada por las tensiones en torno a ese objetivo, pero con una primacía de la hipótesis gradualista por sobre la rupturista”. Ese objetivo final era una construcción resultante de la creación cotidiana y autónoma, así como también de las tensiones internas al bloque social revolucionario.

V.

El golpe de estado del 11 de septiembre vino a poner fin a la “vía chilena al socialismo”, ese proyecto sin precedentes en la historia de las izquierdas. Lo que vino después es conocido: un baño de sangre para reestructurar la sociedad, privarla de sus sectores sociales más dinámicos, destruir todo atisbo de autonomía nacional posible para subyugar a los países a los dictámenes del capital financiero. El modelo neoliberal fue impuesto en estas latitudes a sangre y fuego. Las bombas en el Palacio de la Moneda y la muerte de Allende fueron el prolegómeno de la violencia del capital sobre todo un país.

Ese modelo fue el que estalló por los aires en el último tiempo, a partir de las movilizaciones de 2019 y 2020 y es a partir de esas coordenadas históricas desde donde repensamos el proyecto de la Unidad Popular. El escenario –como en todo el continente- se presenta abierto y los tiempos por venir parecen ser más aciagos que tranquilos para los sectores populares. Y sin embargo, la voz incandescente de Salvador Allende y los sueños de la Unidad Popular siguen resonando ahí, firmes: la convicción de que hay que debemos dejar de hablar de la pobreza para empezar a cuestionar la riqueza y  que es necesario apostar al poder popular y la política de mayorías para conmover al mundo. Nos enseña que la democracia burguesa a veces tiene poco de democracia pero que es necesario disputarla para conseguir avances palpables pero sin nunca perder el horizonte de máxima. Y que no hay proceso social que pueda ser detenido por la fuerza.

Que este 11 de septiembre sirva para hacer un balance de las derrotas pasadas y nos otorgue herramientas para pensar las luchas del presente, claves para la praxis transformadora, las bases de las victorias por venir. La tarea que nos dejó Allende, la de abrir las anchas alamedas, sigue ahí, interpelándonos. Todo está por hacerse.

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