6 septiembre, 2021
Una mancha que no se borra más
Un nuevo derby sudamericano que terminó en polémica, suspendido a los 5 minutos de su inicio por una situación absolutamente extradeportiva. La política brasileña se metió en la cancha a deportar a cuatro jugadores argentinos. Habrá que esperar la resolución de la FIFA para ver como se sigue.


Hernán Aisenberg
Este domingo 5 de septiembre a las 16 horas, el mundo del fútbol se preparaba para ver uno de los partidos más atractivos del momento. Un clásico sudamericano por fecha de Eliminatorias a Qatar con estrellas que brillan en los mejores equipos del planeta, que vienen de jugar la final de la Copa América y que trae a las dos selecciones invictas en la competición.
Las semanas previas estuvieron llenas de incertidumbre, ya que las ligas más poderosas del mundo intentaron evitar que los jugadores latinoamericanos volvieran al continente para representar a sus selecciones por ser países con alto nivel de contagio de coronavirus. Luego de una intervención de la FIFA, se logró impedir este boicot en todos los países menos en Inglaterra, donde jugaron cuatro jugadores convocados por Lionel Scaloni y también ocho jugadores convocados por Tite, el entrenador brasilero.
Sin embargo, los cuatro jugadores argentinos decidieron desafiar la decisión de la Premier League y presentarse a los encuentros con la camiseta celeste y blanca. Llegaron a Venezuela junto con el resto del plantel, donde Argentina jugó y ganó sin problemas el partido del jueves pasado. Ese mismo día, el avión argentino salió de Caracas a San Pablo, donde la scaloneta jugaría el derby sudamericano.
El mismo jueves llegaron en un chárter, atravesaron migraciones como cualquier persona que entra a un país completando los formularios pertinentes, y se dirigieron al hotel donde mantendrían su burbuja sanitaria por tres días hasta el momento del partido. El domingo a la mañana, la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria de Brasil (ANVISA) comunicó a los medios que los jugadores argentinos “Dibu” Martínez, Gio Lo Celso, Emiliano Buendía y Christian “Cuti” Romero falsificaron sus permisos para entrar a Brasil en el aeropuerto de Guarulhos, por lo que debían ser deportados.
Según esta agencia nacional sanitaria brasileña, dirigida por Jair Bolsonaro, las personas provenientes de Inglaterra debían realizar una cuarentena de 14 días al ingresar al país y que presuntamente, para no cumplir con el aislamiento, estos jugadores mintieron en migraciones. Sin embargo, esto nunca fue planteado a la AFA antes de ingresar al Brasil, ni fue considerado para la convocatoria de Tite, que incluía jugadores brasileños que finalmente no acudieron al partido.
“Acá no se puede hablar de mentiras ni de nada porque hay una legislación sanitaria en la cual se juegan todos los encuentros de eliminatorias como se juegan todos los torneos sudamericanos: Copa Libertadores, Copa Sudamericana. Donde las autoridades sanitarias de cada país aprueban un protocolo que está vigente que se trabaja entre las 10 federaciones y nosotros venimos cumpliendo”, declaró horas después Claudio “Chiqui” Tapia, presidente de la AFA.
Más allá de la información que circuló el domingo temprano, la Conmebol le confirmó a la AFA que el plantel completo podía jugar y luego irse al aeropuerto de inmediato. Así fue que la selección, luego de tres días en el hotel, partió hacia el estadio en dos colectivos. Llegaron al vestuario, se cambiaron, entraron en calor, salieron al estadio junto con el seleccionado brasilero, se cantaron los himnos, se realizó el sorteo, se inició el partido y cuando se jugaba el minuto 5 comenzó el bochorno inimaginable incluso para un cuentista o novelista.
De repente ingresan al campo de juego un grupo de hombres de ANVISA junto a policías paulistas de civil. Sin ser frenados por nadie, increparon a Nicolás Otamendi y Marcos Acuña para llevarse detenidos a los cuatro jugadores de la Premier en pleno partido. El árbitro, sorprendido, suspendió el encuentro por la intromisión de alguien ajeno al juego y recomendó al plantel nacional que se dirigiera al vestuario para impedir mayores disturbios mientras se resolvía la cuestión.
El presidente de ANVISA, Barra Torres, por ejemplo, explicó que “se les ordenó que permanecieran aislados en espera de la deportación. Pero no se cumplió. Se trasladan al estadio, entran a la cancha, hay una secuencia de incumplimientos”. Sin embargo, desde el plantel argentino aseguraron que nunca les comunicaron acerca del asunto ni en el aeropuerto, ni en el hotel, ni en el vestuario.
“Hace tres días estamos acá, ¿esperaron a que empiece el partido para venir?”, se escuchó decir al capitán argentino, Lionel Messi, quien con una pechera de fotógrafo salió del vestuario junto al entrenador Scaloni para negociar con jugadores del Scratch brasilero, un dirigente de la Confederación Brasilera de Fútbol (CBF), el árbitro y la Conmebol. “Entonces nos vamos”, agregó el astro argentino.
Hasta el propio Tite, Neymar, Casemiro, entre otros, se vieron absortos al enterarse de esta situación con el partido iniciado, y mostraron su voluntad de continuar. El delegado de la CBF dijo: “Lo hicieron de una manera equivocada, pero avisaron antes que los jugadores estaban informados”. Lionel Scaloni reafirmó que nunca les habían avisado de ninguna imposibilidad, que la Conmebol había autorizado a los jugadores a jugar y que si no podían continuar el partido con los jugadores en cancha, retiraría a todo el plantel.
Así fue como la Selección Argentina se volvió al vestuario, alistó sus pertenencias y se fue directo al aeropuerto para retornar al país sin haber jugado el partido, mientras que los jugadores brasileros se dispusieron a realizar un entrenamiento a puertas abiertas para el público que se había hecho presente en el estadio.
La Conmebol apenas atinó a desentenderse de la situación, responsabilizando a la FIFA por la organización y resolución. “El árbitro y el comisario del partido elevarán un informe a la Comisión Disciplinaria de la FIFA, la cual determinará los pasos a seguir”, dictó el comunicado del ente sudamericano y la FIFA se hizo cargo que responderá cuales son los pasos a seguir a su debido tiempo.
Brasil fue el país que más contagiados de COVID-19 tuvo en la región, donde su presidente negó y minimizó la enfermedad, considerándola una “gripezinha”. Realizó una Copa América en medio de un contexto epidemiológico mucho más complejo, contemplando hasta la presencia de público en la final. No anunciaron ningún cambio con respecto a los protocolos acordados con Conmebol y nunca pusieron en cuestión la llegada de los ocho brasileros de la Premier.
Nunca fueron a buscar a los jugadores al hotel, no pararon el micro camino al estadio, no entraron al vestuario en la entrada en calor, no le avisaron a la Conmebol ni al árbitro del partido, no le informaron al plantel argentino ni tampoco al equipo local. Desconocemos si lo sabía la seguridad del estadio, pero todo indica que tampoco estaban enterados, porque podrían haber demorado el partido 5 minutos para poder determinar una resolución.
Es difícil no relacionar este hecho con un gobierno democráticamente polémico que busca recuperar cierta legitimidad de cara a las elecciones presidenciales del año próximo. Cabe recordar que el mandatario Jair Bolsonaro asumió en una situación institucional compleja, con una destitución y un juicio político (al menos dudoso) de la presidenta anterior, con el principal opositor injustamente detenido por una causa de corrupción menor que la justicia ya reconoció como un error, con el apoyo de las Fuerzas Armadas y figuras golpistas del Brasil y con un discurso violento, machista, xenófobo y anti obrero.
Al mismo tiempo, se hace necesario mencionar también que de cara a los actos del próximo martes 7 de septiembre por la independencia brasileña, se habla de una reacción del presidente Jair Bolsonaro frente a la justicia, ya que amenaza con enfrentar las instituciones democráticas armando al pueblo. “Un pueblo armado jamás será esclavizado”, declaró en estos días en plena tensión con la Corte Suprema y el Senado.
La impresión fue que esperaron a que se iniciara el partido para que las cámaras de todo el mundo mostraran a los funcionarios del gobierno de Bolsonaro desafiando a la Conmebol y la FIFA. No sería la primera vez que el fútbol fuese la vidriera de discursos chauvinistas, xenófobos y fascistas.
Nadie puede desconocer la rivalidad futbolera entre ambos países, el dolor que pudo haber causado al pueblo brasilero la derrota en la final de la Copa América en Río de Janeiro y la importancia que le dan a este partido. No sería irracional pensar en una utilización y aprovechamiento político de este evento que tenía alcance mundial. Mucho menos luego de ver los twitts sumamente ofensivos del Senador e hijo del primer mandatario, Flavio Bolsonaro, que le exige a las autoridades del fútbol sancionar a la Selección Argentina por “incumplir la ley brasilera”.
Ahora habrá que esperar la resolución de la FIFA para ver qué sucede con este partido, que tampoco definía tanto. Ambos equipos siguen siendo favoritos, no pareciera que vayan a sufrir sobresaltos en su camino a Qatar 2022, pero el daño ya está hecho. El público futbolero del mundo se privó del privilegio de ver uno de los máximos atractivos deportivos a nivel mundial. Aunque alguna vez alguien dijo que la pelota no se mancha, es sabido que eso no es cierto. La pelota está llena de manchas a lo largo de la historia, algunas que nunca se borrarán. Seguramente esta será una de ellas.
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