Batalla de Ideas

22 agosto, 2021

Trelew en la memoria: un instante de peligro

Trelew es uno de esos instantes de peligro en la historia argentina, que nos conmueven hasta hoy. Recién en 1973, con la “primavera camporista”, la masacre pudo salir a la luz en toda su brutalidad. En la prensa de izquierdas, pero también en la literatura y en las artes, “Trelew“ se instaló como el nombre de un deber de memoria ineludible.

Victoria García

@vicggarcia

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“Articular históricamente el pasado no significa conocerlo como verdaderamente ha sido, sino adueñarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro”.

Walter Benjamin

Trelew es uno de esos instantes de peligro en la historia argentina, que nos conmueven hasta hoy: uno de esos momentos en los que todo lo que pasó, entre la fuga del penal de Rawson y la masacre, podría haber sido diferente. Pero también lo que siguió después. 

El plan de fuga era sólido: lo habían construido los mejores cuadros del ERP, las FAR y Montoneros y, en ese proceso organizativo, habían alcanzado una unidad política inusitada, impensable fuera de la situación en extremo defensiva que constituye el encierro en prisión.

Si todo hubiese salido tal como estaba planeado, Trelew podría ser hoy un recuerdo festivo, asimilable al de las espectaculares fugas protagonizadas en la misma época por militantes de la organización guerrillera Tupamaros: la “Operación Estrella”, en la que 42 presas políticas se escaparon de la cárcel de Cabildo en julio de 1971, y la operación “El Abuso”, que permitió a más de 100 presos políticos evadirse del penal de Punta Carretas en septiembre del mismo año. 

Pero algo salió mal. Según Santucho, jefe de la operación, hubo un “talón de Aquiles” de la fuga que fue la comunicación entre el adentro y el afuera del presidio. Las señales enviadas hacia dos de los vehículos que debían recoger a los fugados y trasladarlos al aeropuerto de Trelew no fueron correctamente establecidas.

Lo demás es historia conocida. Los 19 presos fugados que llegaron más tarde de lo previsto al aeropuerto se entregaron a las autoridades luego de realizar una conferencia de prensa. Pese a sus pedidos de ser devueltos al penal de Rawson, fueron trasladados a la Base Aeronaval Almirante Zar y, una semana más tarde, en la madrugada del 22 de agosto, fusilados a sangre fría. Solo sobrevivieron María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps (ambos de las FAR) y Ricardo René Haidar (de Montoneros). 

Todo salió mal: tanto, que la masacre que sucedió a la fuga constituyó un punto de inflexión en los modos de ejercicio de la violencia estatal en la Argentina. Como lo señala Roberto Pittaluga en su ensayo “La memoria según Trelew”, a diferencia de hechos represivos anteriores, que se produjeron deliberadamente en los márgenes del territorio social –basurales, descampados–, el crimen de Trelew fue desde el comienzo un asesinato en primer plano, cometido en el seno de una instalación estatal.

“Para que nosotros alcancemos la vida”

Inmediatamente después de los fusilamientos, el gobierno de Lanusse, que los había ordenado, quiso instalar la inverosímil versión de que los presos habían protagonizado un nuevo intento de fuga. También decretó una férrea censura, que limitó fuertemente la circulación de versiones contraoficiales sobre los hechos.

Recién en 1973, con la “primavera camporista”, la masacre pudo salir a la luz en toda su brutalidad. En la prensa de izquierdas, pero también en la literatura y en las artes, “Trelew“ se instaló como el nombre de un deber de memoria ineludible sobre la crueldad represiva de la clase dominante local.

La más célebre de las intervenciones literarias sobre la masacre es, sin dudas, el libro de Paco Urondo, La patria fusilada, que resultó de una entrevista realizada por el escritor a Berger, Camps y Haidar en la cárcel de Devoto, justo en la víspera de la asunción de Héctor Cámpora. En el diálogo entre ellos se teje una interpretación de la matanza que subraya el persistente accionar violento de los sectores dominantes contra el pueblo: Urondo señala: “La aplicación de la pena de muerte, el remate de compañeros heridos en operaciones…”, y Haidar y Camps completan: “Desde mucho antes, esto viene pasando”; “es parte de una política que alcanza en Trelew su más alto grado”. 

La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez, es otro de los libros insoslayables sobre los hechos del 72. Se centra en el proceso de movilización popular que se desarrolló en Trelew desde la llegada de los presos políticos al penal de Rawson. Si al comienzo los guerrilleros detenidos son vistos por muchos trelewenses como un grupo de extraños que irrumpen en una ciudad donde “nunca pasa nada”, finalmente terminarán por aparecer como pares, y hasta como ejemplos de militancia a imitar. Este proceso de politización estallará en el “Trelewazo”, la gesta popular con la que la población de Trelew resistió a la “Operación Vigilante”, ordenada por la dictadura de Lanusse para desarmar la solidaridad que se había construido entre trelewenses y militantes.

Así, la literatura sobre Trelew contribuyó a poner en palabras aquello que los perpetradores y cómplices de la masacre habían querido silenciar. Pero no solo apuntó a denunciar a los responsables y a defender a las víctimas: también buscó explorar el desgarro que implicaba para todo el pueblo argentino este hecho de violencia estatal. En la poesía, el desgarro aparece inscripto en la forma misma del lenguaje.

El poema “Glorias”, de Juan Gelman, se configura como una serie de preguntas que carecen de respuesta y hasta de sentido ante la conmoción que suscita la masacre: “preguntas inútiles para este invierno / […] no sirven para calentar al país helado de sangre”. El frío que aqueja al poeta no es solo el del invierno de agosto del 72, ni solo el del sur donde se gestaron los fusilamientos, sino también el de la muerte que esa matanza calculada sembró sus destinatarios directos e indirectos, entre los guerrilleros asesinados y en el sentir popular: “¿acaso no está corriendo la sangre de los 16 fusilados en Trelew? / […] ¿hay algún sitio del país donde esa sangre no está
corriendo ahora?”.

También “Sangre de agosto”, de Miguel Ángel Bustos, expresa la comunidad del poeta con los guerrilleros asesinados: “Puede el sur ser más bello que el norte de fuego / pero siempre será Trelew para mí la región de la muerte / de mis hermanos”. La ausencia de los compañeros muertos, que en el comienzo del poema suscita desolación, al final incita a reafirmarse en la vida, como modo de honrar la causa que aquellos persiguieron: “Hermanos míos / muertos para que nosotros alcancemos la vida / oculta en días no nacidos / corazones abiertos hacia el mar”. 

Ese deseo de “alcanzar la vida”, de fugarse hacia un destino distinto o de crearlo con política y/o con literatura, no deja de ser parte del recuerdo que invoca Trelew, aunque hoy solo podamos descifrarlo entre líneas, difuminado tras el impacto doloroso que ocasionó la masacre.  

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