16 agosto, 2021
7 puntos para comprender qué pasa en Afganistán
Contexto e historia de un país en crisis y guerra permanente desde hace más de cuatro décadas.


Santiago Mayor
Los noticieros se llenan de imágenes del aeropuerto de Kabul, la capital de Afganistán, con personas desesperadas por subirse a un avión y huir del país. Entre ellos estuvo el personal de la embajada de EE.UU. y el presidente Ashraf Ghani Ahmadzai que, ante la pérdida de la ciudad -que se concretó el fin de semana- a manos del movimiento talibán, abandonó el cargo.
Así fue que este Estado de Asia volvió a estar en el foco de las noticias internacionales.
1. La guerra relámpago
En tan solo una semana, 20 de las 34 capitales regionales de Afganistán fueron conquistadas por las tropas del movimiento talibán. Esta avanzada se consagró el domingo con la ocupación de Kabul, la capital.
La descoordinación y desmoralización del Ejército Nacional Afgano fue una de las claves del veloz triunfo militar talibán. Incluso, en algunas ciudades, no fue necesario disparar un tiro. La sola amenaza de que los islamistas estaban por llegar era suficiente.
“Este es el fracaso del paradigma que fue implementado por EE.UU. y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en sus operaciones para la ocupación, reconstrucción y encaminamiento de Afganistán hacia un curso democrático”, explicó a Notas el politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Julián Aguirre.
Para el también periodista de El Intérprete Digital (EID), un medio especializado en Medio Oriente, los 20 años de intervención militar occidental no consiguieron “construir capacidades por parte del Estado”. “No solamente de seguridad y militares, sino con legitimidad y capacidad para hacerse presente en los territorios de un país muy fragmentado que siempre fue desafiante para el ejercicio de una autoridad centralizada, más aún cuando esa autoridad se hallaba recostada sobre una presencia militar extranjera”, completó.
2. Entrada y salida estadounidense: 20 años no es nada
Con EE.UU. a la cabeza, la OTAN comenzó sus operaciones militares contra Afganistán en octubre de 2001. Se trató de una respuesta a los ataques terroristas del 11 de septiembre de ese año contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono.
Si bien no había un solo ciudadano afgano entre los secuestradores de los aviones -eran saudíes y egipcios- y el supuesto autor intelectual, Osama Bin Laden, era también un ciudadano saudí, el gobierno de George W. Bush decidió culpar de apoyar el terrorismo al gobierno afgano.
Los talibán, financiados y respaldados por Washington y Arabia Saudita en la década de 1980 para luchar contra la Unión Soviética, se habían hecho con el poder en 1996 tras imponerse en la Guerra Civil Afgana (1992-1996) que sobrevino a la caída del gobierno comunista del país.
La invasión occidental de 2001 logró rápidamente expulsar del gobierno a los talibán. Sin embargo nunca logró derrotarlos definitivamente. Las zonas rurales y la frontera paquistaní se convirtieron en un refugio para la guerrilla que continuó operando y lanzó varias ofensivas importantes en 2005, 2009, 2013 y 2018. Pero siempre fueron “mantenidos a raya por el poder militar y tecnológico de la OTAN”, apuntó Aguirre.
No obstante, en 2011, cuando la presencia de tropas extranjeras alcanzó su pico histórico, comenzó una retirada progresiva. Apenas hubo un pequeño repunte de la presencia militar durante el gobierno de Donald Trump en EE.UU., pero finalmente el pasado 14 de abril Joe Biden anunció la salida definitiva.
“Era una campaña que se había vuelto un peso muerto en la política estadounidense, muy impopular en la opinión pública y un callejón sin salida para sus planificadores”, opinó el periodista de EID. Por su parte la analista internacional Alejandra Loucau, sostuvo que “se trata de una retirada en clave de derrota”. Y agregó: “A partir de eso podemos entender que esta es también una derrota de la guerra convencional como táctica militar o estrategia de dominación”.
Cabe recordar que desde aquel 7 de octubre de 2001 cuando comenzaron los bombardeos, Washington destinó casi 140 mil millones de dólares a su presencia en Afganistán y en la “reconstrucción” del país. Todo ese dinero se esfumó en cuestión de semanas.
3. La legitimidad talibán
Resulta simplista explicar el triunfo talibán en base a la mera aplicación del terror y la violencia contra la población. No era así cuando gobernaron la segunda mitad de los ‘90, ni lo es ahora. Se conjugan múltiples factores.
Para Aguirre, el movimiento talibán “logra capitalizar -junto a la invocación de la identidad religiosa y la tradición- la apatía que generaba el gobierno central y el rencor a una ocupación militar humillante dotada de arbitrariedades, abuso de poder y crímenes contra la población”.
Cabe recordar que la presencia de las tropas de la OTAN estuvo plagada de violaciones a los Derechos Humanos, como demostraron los documentos y materiales filtrados por Wikileaks. Algo que todavía hoy le cuesta la cárcel a su director, el periodista Julián Assange.

Asimismo, para Loucau, esta victoria del movimiento islamista da cuenta de que “el gobierno afgano siempre fue artificial” y que no ejercía “un poder efectivo sobre el territorio más allá de la ocupación de EE.UU. y el respaldo de las potencias occidentales”. En ese sentido recordó que “recién a fines de la primera década de este siglo” Washington “decidió que Afganistán podía contar con una fuerza de seguridad propia”.
A esto se agrega el reconocimiento estadounidense dado durante los acuerdos de Doha, Qatar, en 2019. Allí la administración Trump pactó con los talibán su retirada a cambio de que cesaran sus ataques contra las fuerzas de ocupación. Si bien gran parte de lo consensuado no se cumplió “eso daba por sobreentendido que el movimiento talibán, que ya controlaba una parte importante del territorio, iba a avanzar”, puntualizó Loucau.
Finalmente, Aguirre destacó que los talibán pudieron “en un país sumido en el caos, constituirse como la única garantía de orden”. “¿Un orden brutal? Sin duda, pero un orden al fin que, en una sociedad que ha tenido décadas de conflicto político y crisis humanitaria, es lo que para mucha gente basta en el corto plazo”, añadió.
4. Un país fragmentado
El territorio del Afganistán moderno integra una multiplicidad de etnias que a su vez practican distintas religiones. En ese sentido la posibilidad de lograr una unidad nacional consolidada, es un horizonte difícil de lograr. Incluso para los talibán que, en su anterior experiencia gubernamental, nunca llegaron a controlar la totalidad del territorio.
“Quienes entiendan las dinámicas de la política en el terreno -no en las estructuras burocráticas administrativas-, de la solidaridad y pertenencia de tribus y clanes, lograrán hacerse con el control”, reflexionó Aguirre. Hasta ahora lo han logrado en contraposición a un enemigo externo. Pero “así como Afganistán ha sido desafiante para las potencias extranjeras, puede serlo también para un gobierno talibán”, subrayó el politólogo.

Aunque esta nueva generación se ha mostrado más pragmática que la anterior, se encuentran en un fino equilibrio tanto en el frente interno como externo. En primer lugar porque deberá intentar poner orden y garantizar estabilidad en un país fragmentado y destrozado por la guerra.
Pero también su política autoritaria y de conservadurismo religioso puede provocar una nueva ola de refugiados -algo que, en pequeña escala, ya está sucediendo-, afectando el vínculo con sus vecinos.
De la misma forma puede ser problemático que su triunfo en Afganistán “aliente” a grupos insurgentes de la región como los uigures en China u organizaciones islamistas en Tayikistán y Uzbekistán.
5. El pragmatismo iraní
Afganistán mantiene una frontera de 936 kilómetros con Irán, receptor de un millón y medio de refugiados afganos tras el triunfo talibán de 1996.
Estos últimos son religiosa e ideológicamente opuestos a la Revolución Islámica que se instauró en Irán en 1979. Su sectarismo sunita, sumado al apoyo recibido por parte de Pakistán, EE.UU. y Arabia Saudita, profundizó la enemistad con el país de los ayatollahs chiitas. Sin embargo, en los últimos años Irán “supo construir una relación táctica con los talibán, en tanto su insurgencia servía a los intereses iraníes porque suponía un constante drenaje de recursos y esfuerzos estadounidenses”, recordó Aguirre.
Teherán siempre tuvo intereses en su vecino del norte, en parte por la presencia de una comunidad chiita importante dentro de la etnia hazara y también por la comunidad tayika de lengua persa. Además del problema de los refugiados, en los últimos años se sumó el tráfico de opio -que proliferó durante la ocupación de EE.UU.- y el manejo de los recursos hídricos que provienen de los ríos Harirud y Helmand que nacen en territorio afgano.
Por estos motivos Irán, que ha hecho de mediador en el conflicto, podría ver con buenos ojos un Afganistán más estable a pesar de las diferencias.
6. La periferia rusa y china
Los gobiernos de Moscú y Beijing “ven con buenos ojos la retirada de tropas occidentales ya que eso significa sacarse una presencia importante de una zona de intereses que es su periferia inmediata”, explicó Aguirre. “Sin embargo -añadió- consideran que la salida fue precipitada y que pudo haber terminado generando más caos que la que la intervención había creado”. Por eso Rusia llevó a cabo maniobras militares con las Fuerzas Armadas de Tayikistán y Uzbekistán “como una demostración de fuerza y una preparación ante un posible conflicto en las fronteras”.
Por su parte, para China el país constituye una pieza clave en su proyecto de nueva Ruta de la Seda que implica proyectos millonarios de infraestructura desde el extremo oriente hasta Europa Occidental. Al igual que Irán, un Afganistán estable -aunque sea bajo control talibán- puede suponer una buena noticia para sus iniciativas geopolíticas.
7. La doctrina del caos periférico
El teórico nacido en polonia Zbigniew Brzezinski era asesor del presidente de EE.UU. Jimmy Carter cuando se definió apoyar a los mujaidines afganos contra la Unión Soviética. Brzezinski apoyó esa decisión que luego formaría parte de la estrategia elaborada por él que bautizó como “Balcanes euroasiáticos”.
El objetivo es generar un “caos periférico” pero a la vez “dirigido” por la Casa Blanca, alrededor de otras potencias que compitan con Washington. Ante la imposibilidad de llevar a cabo una guerra frontal, se busca desestabilizar las zonas de influencia de los países rivales con el fin de que no puedan llevar a cabo una política de desarrollo e integración.

Allí están como ejemplos claros el conflicto de Ucrania en 2014 y la guerra en Siria. Pero también, antes, las “revoluciones de colores” en Europa del Este o la llamada primavera árabe. Y por supuesto, el respaldo a la insurgencia islámica contra los soviéticos primero y la ocupación militar de Afganistán después.
La retirada de Washington es sin dudas una derrota de esta estrategia. Pero no se puede descartar que el tendal que han dejado tras 20 años de guerra no sea utilizado para seguir provocando inestabilidad y conflicto. EE.UU. es el país al que menos le interesa que el pueblo afgano salga adelante.
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