23 julio, 2021
Notas Psi: el retorno de la sexualidad y el psicoanálisis interpelado (II)
En este escrito se concluye una presentación -siempre parcial- de los aportes del psicoanalista Laplanche a la discusión en torno al sexo y el género. Pero además, se recala en la importancia que ha tenido para la obra del autor haber incorporado desarrollos sobre tales categorías delimitados por intelectuales provenientes de los estudios de género.

En la primera parte de este artículo, propuse un modo de aproximación a un campo de problemas en desarrollo, y comencé por delimitar algunas nociones presentes en la obra del psicoanalista francés Jean Laplanche, tratando de mostrar que sus reflexiones relativas al sexo y al género deberían incluirse en un contexto más amplio derivado de su interés persistente en la sexualidad como objeto privilegiado del psicoanálisis. Por otro lado, adelanté que la incorporación de las categorías de “género” y “sexo” son tardías en su obra, aunque han posibilitado un refinamiento de su teoría general y que es así como una dilucidación psicoanalítica de la sexualidad puede ser prolífica para generar nuevas hipótesis y explicaciones a lo que las mencionadas categorías pretenden alumbrar.
Retomando el propósito de esta segunda parte, recordemos que con el texto en el que haremos aquí pie (“El género, el sexo, lo sexual”) Laplanche recalcula una conceptualización de la sexualidad que posibilitaría al psicoanálisis dejar de recaer en postulados más bien propios del sentido común o de las ciencias biomédicas. Así, luego de rodear las categorías “género” y “sexo”, el autor designa “lo sexual” como modo de sortear un malentendido en el que también incurrimos, muchas veces, les psicoanalistas al nombrar la sexualidad psicoanalítica en referencia a hechos, experiencias, procesos que habitualmente remitimos como “sexuales”.
Tal movimiento no supone desestimar el interés por “la sexualidad” para nuestro campo disciplinar, sino más bien nos lleva a designar con mayor rigurosidad su lugar en nuestro corpus teórico. Por ende, luego de tal texto sería justo realizar una relectura de Laplanche a la luz de esa tardía reconfiguración conceptual (que tiene postulados germinales precedentes claro está) para extremar las consecuencias teóricas y clínicas de un aporte que nos legó al final de su vida intelectual. Intentaré hacer un ejercicio mínimo que va en ese sentido mientras presento las ideas centrales de texto que nos guía aquí.
En la obra de Laplanche, la sexualidad (ahora “lo sexual”) y el inconsciente usualmente se yuxtaponen, aun cuando es posible que existan variadas justificaciones para preservar una categorización que suponga independencia de los términos. Lo sexual remitiría, en primer lugar, a la dimensión económica del inconsciente. Es decir a su carácter cuantitativo, y la satisfacción -impersonal o asubjetiva- que impone. Hablo del nivel más abstracto del inconsciente, nivel que se construye como una necesidad lógica y que por lo tanto resulta inaccesible directamente a nivel de la experiencia.
No se trataría de inundarnos de la esperanza freudiana en la evolución de la ciencia y esperar que esta nos provea de mejores instrumentos sino que se trata del devenir de “la cosa misma”: en tanto el psiquismo es una máquina de cualificación nos inhabilita un acceso directo, y por ello lo sexual -en tanto lógica puramente cuantitativa- siempre se halla mediado, siendo tales mediaciones de carácter cualitativo.
Un ejemplo de ello puede observarse en lo que para muches analistas es la experiencia más próxima a tal lógica: el ataque de angustia. En general, quien lo sufre poco puede decir sobre el mismo, sin embargo da cuenta de una serie de mediaciones que identificamos como indicios de aquella: angustia, palpitaciones, sudoración, miedo, etcétera. De igual modo, una lógica tal resulta un principio básico de la práctica psicoanalítica: el sufrimiento que lleva a una persona a una terapia psicoanalítica se puede trasponer en una serie de vivencias y relatos que incluyen aspectos significativos y afectivos (cualificaciones), las más de las veces estas llevan a abstraer una lógica que supone que hay algo que se repite más allá de la voluntad, y ante lo cual se vislumbra una relación paradojal de alteridad y propiedad, en muchas oportunidades la persona se llega a experimentar como un medio, ya que aun cuando no quiere sufrir tal dinámica, ésta se reitera. Laplanche supone (volviendo a Freud) que el factor cuantitativo en el aparato psíquico se inscribe como una “exigencia de trabajo” y que el sufrimiento deriva de la conjugación entre aquel y cualificaciones cuyos elementos imbricados en la reiteración de esa lógica.
Asimismo, en la labor teórica de Laplanche siempre se encuentra un relieve especial del enfoque genético (es decir que busca dar cuenta de la génesis del inconsciente en el plano del desarrollo de individuo), y en “El género, el sexo, lo sexual” también es posible encontrar algunas otras intelecciones sobre este asunto. El establecimiento del psiquismo, desde esta perspectiva, ocurre a consecuencia de la instauración del inconsciente en le niñe. No hay inconsciente innato, sino que se instauraría en la historia individual, en las relaciones dadas con les adultes que participan de los cuidados. Esto supone una relación de alteridad ya que les adultes ya portan un inconsciente (mientras que en comienzo le niñe no) que a su vez se instauró en el vínculo antecedente con las personas cuidadoras.
Este tipo de concepción no puede brindarnos respuestas satisfactorias en relación al problema del origen del inconsciente: un tópico que tenemos el hábito de sortear diciendo “porque hay lenguaje” con Lacan, o en el caso de Laplanche debido a que no hay sociedades en las que no se de esa situación antropológica fundamental de alteridad. ¿Son estás condiciones suficientes? ¿Es probable que situemos el inconsciente freudiano en todas las sociedades que cumplen con esas condiciones? Otra manera de encarar tal problema sería no escotomizar que para que haya una “historia individual” o una particularización del inconsciente (incluso también considerando la transgeneracionalidad del inconsciente individual) debe existir una materia histórica que haga esto posible. Silvia Blechmar en su lectura de Laplanche ha propuesto que el inconsciente es una abstracción real, quizás esa insinuación sea una puerta de entrada apta para explorar la especificidad de la materialidad inconsciente y su surgimiento histórico.
Lo que está claro es que el inconsciente no es una invención individual aun cuando se individualice. Es por eso que puede valer conservar la nominación “el” inconsciente, pero también “lo” inconsciente para referirnos a esa materialidad histórica. En ese sentido, aun cuando el autor que venimos presentando ha insistido desde sus primeros planteos en el carácter “real” de “el” inconsciente, el pronombre “lo” de lo sexual, parecería resaltar el carácter impersonal. Tal vector del pensamiento laplancheano, tiene antecedentes con nociones propias y metabolizadas de Freud, tales como “la prioridad del otro”, “cuerpo extraño interno”, “alteridad”, “ello”, “pulsión sexual de muerte”, entre otros. La lectura que vengo proponiendo pone en contigüidad lo inconsciente y lo sexual, entonces, en tanto lógica cuantitativa.
Por otra parte, como ya he sugerido se podría hablar de una estratificación de el inconsciente (que no abarca la totalidad del psiquismo) que lleva a imponer su lógica a las diferentes instancias (yo y superyo, si conservamos el modelo freudiano). Es decir, lo inconsciente se impone como una lógica ineludible en la estructuración del psiquismo: el icc (aquí digo “él” porque ya habría en juego cualificaciones rudimentarias tanto si lo concebimos en el momento de su implantación como -por supuesto- ya implantado) impone el trabajo de traducción (cualificación) al aparato psíquico, y lo que no puede ser traducido es reprimido. Entonces, eso reprimido es el inconsciente. Es decir, el inconsciente esta al comienzo y al final de un proceso espiralado.
En lo que a esto último respecta, es posible que la tarea de formalizar la estratificación del aparato psíquico esté parcialmente elaborada, pero creo que incumbe a la temática de este artículo. Me refiero a que tanto el género como el sexo presentan operatorias que bien pueden llamarse inconscientes. Me permito arriesgar que tales categorías deben situarse en tal modelo de estratificación, ya que remiten a un desarrollo del psiquismo que se produce ya parasitado por lo sexual. Por otro lado, se trataría de un ejemplo sustancial del proceso espiralado de traducción y represión. En el texto en cuestión Laplanche propone que tanto el género como el sexo son “códigos” de traducción de lo sexual, siempre enigmático. Pienso que tal enigma podría conjugar tópicos que desde diversos enfoques los psicoanálisis han buscado alumbrar: que hay que construir sentido para la vida, cuál es el valor que tengo para los otros, qué quieren los otros de mí. Aunque también podría remitir en un nivel más formal a una dialéctica de la cantidad y la cualidad.
Simultáneamente la argumentación que presenta el texto permite caracterizar mejor la lógica de lo inconsciente y el trabajo que impone al aparato psíquico: lo sexual sería “múltiple” o “polimorfo” (yo diría paramorfo), mientras que el género puede ser plural (masculino-femenino sería una forma histórica especifica) y el sexo estaría remitido a la “reproducción”, la cual siempre ya “simbolizada” sería dual. Lo que hasta aquí irían configurando estos elementos que he presentado un tanto fragmentariamente es que “lo sexual” impondría un trabajo de cualificación que el aparato psíquico orienta a partir de categorías históricas, el género primero (Laplanche afirma que en la historia individual hay indicios de que primero operaría el género, ya que este se presenta antes para le niñe que “las diferencias sexuales”) y luego el sexo que viene a consolidar algunos sentidos para los que el género resulta insuficiente.
Lo original de este planteo es que, por un lado, subvierte el orden que usualmente encontramos entre sexo y género, y, por otro lado, que como el “género” no deja de ser insuficiente para resolver el enigma de lo sexual (sino que lo porta: ¿Qué es un hombre? ¿Qué es una mujer? Son preguntar casi siempre presentes en un análisis), el aparato psíquico pone en continuidad el sexo (se podría hablar de un sistema de codificación género-sexo) que consolida un sistema binario. De cierto modo lo sexual psicoanalítico es para-genérico y para-sexo, aunque paradojalmente un psicoanalista halle lo sexual como aquello que empuja a la traducción y como ese resto del proceso de traducción del género-sexo destinado a la represión.
Para ir concluyendo, podemos observar que Laplanche avala la estrategia deconstructiva iniciada en el marco de los feminismos y profundizada por intelectuales LGBTTIQ+, y aporta una concepción que confronta con algunos postulados que terminan proponiendo un zócalo de naturaleza que antecede en algún sentido a lo histórico, incluso cuando se “desnaturalice” la naturaleza, mostrando que en lo que respecta al desarrollo de la sexualidad el género siempre antecede al sexo. Entre los primeros estarían quienes suponen que el género traduce al sexo, mientras que los estudios laplancheanos invertirían la secuencia. La justificación que propone el texto para tal inversión, como vimos, tiene en principio un argumento infantecéntrico, pero además supone que como traducción primaria el género no logra superar el conflicto, la asignación genérica en su metabolización no se realiza como una premisa incuestionable, sino algo que debe seguir deliberándose en el proceso de traducción.
El género, en cierto sentido, sesga las traducciones futuras (con su oferta identitaria) pero no las cierra. La asignación de género es para el cachorro humano una primera respuesta al enigma, aunque siempre resulta insatisfactoria, de allí que el proceso se reitere (no alcanza con el nombre propio, la habitación de un color, las filas de las escuelas, lo prohibido, el pene y la vulva, la barba y los senos, la división sexual del trabajo: todas estabilizaciones del sistema género-sexo). La asignación de género (noción tomada de los estudios de género) sirve a Laplanche para corroborar la prioridad del otro. La asignación entonces va más allá del gesto médico (hoy iniciado desde las primeras ecografías) y se trata más bien de un “bombardeo de mensajes” en el que las instituciones sociales son primero inscriptas a partir de los otros de la crianza, con el juego afectivo que ello impone. La propuesta laplancheana tiene además el beneficio para los psicoanálisis de situar la siempre jerarquizada sexualidad en sus determinaciones históricas.
*Trabajador de la salud pública y psicoanalista
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