5 julio, 2021
A los calabozos no volvemos nunca más: ¿cuál es el lugar de las identidades LGBTIQ+ en nuestra sociedad?
Pasaron 29 años desde la primera marcha del orgullo argentina. La visibilidad de las disidencias creció de forma estrepitante, conquistando derechos y espacios, y demostrando que “puto” no es insulto, que las travas también existen por fuera de las zonas rojas, que las tortas también pueden ser madres, y por sobre todo, que tenemos derecho a ser felices. ¿Cómo se dio éste recorrido? ¿Qué hicieron (o no) los medios? ¿Cuál es el costo de salir del armario?


Cam Esperguin*
A lo largo de nuestras historias de vida, muchas de las personas LBGTIQ+ (por no decir la mayoría) sentimos la necesidad de encontrar representaciones en las cuales poder identificarnos. Mencionar lo que nos pasa se vuelve fundamental cuando lo que no se nombra no existe. Así, las identidades LGBTIQ+ se vuelven trinchera, y en las representaciones que encontramos sobre las mismas nos damos con mensajes directos sobre cuáles son nuestras posibilidades y lugares en la sociedad.
Los Simuladores, serie aclamada por la audiencia argentina en el momento de su estreno y actualmente de nuevo, ilustra perfectamente cómo las pantallas reflejan la concepción social y reproducen los roles a adoptar por las personas LGBTIQ+. En su segunda temporada, en el capítulo 3, sus personajes principales aparecen “disfrazados de mujer” y ejerciendo trabajo sexual en una zona roja.
Las identidades travesti-trans a principios de éste siglo eran eso para la sociedad argentina: disfraces que usaban hombres, y que sólo tenían lugar en la noche de las zonas rojas. Durante mucho tiempo esta concepción perduró así, aún hoy lo hace en parte del imaginario social, pero los movimientos queers supieron dar la batalla de la mejor forma, al punto de que hoy en Argentina contamos con leyes de matrimonio igualitario, identidad de género y el flamante cupo laboral travesti-trans. ¿Qué pasó en el camino hasta conquistar esas luchas? ¿Cómo se fue (des)moldeando el imaginario argentino en el proceso? ¿Cómo nos afectó esto a las personas LGBTIQ+?
Primeros cuestionamientos al imaginario social
Durante las décadas de los 60’, 70’ y 80’, las marikas, las tortas, las travas y otras identidades disidentes empezaron a gestar tejes, redes en las que caían y en las que se sostenían conjuntamente, especialmente cuando algune era detenide y llevade a los calabozos, porque en esos momentos surgían redes sororas que le acercaban comida y abrigo a le compañere que estaba pasando situaciones de violencia que hoy nos resultan aberrantes de imaginar. Hoy, la memoria disidente recuerda con dolor esas épocas que no sólo fueron de exclusión, sino también de persecución de nuestras identidades. Fueron momentos en los que el mensaje fue que para vidas no heterocisnormadas no había otro lugar más que los centros de detención, porque se crearon códigos contravencionales y edictos policiales según los cuales nuestra mera existencia era un crimen. Por eso hoy cantamos con alegría, pero también con el fervor de heridas que no sanan, que a los calabozos no volvemos nunca más.
A mediados de los 80’ e iniciando los 90’, esos tejes disidentes comenzaron a organizarse en forma de militancia, lo que también respondió a un movimiento mundial que se había iniciado a partir de la Revuelta de Stonewall. En medio de todo esto, nació una figura icónica: Carlos Jáuregui. El puto inolvidable, padre de Gays por los derechos civiles primero, luego el Frente de Liberación Homosexual y más tarde la Comunidad Homosexual Argentina.
Para el movimiento LGBTIQ+ latinoamericano, la puesta en escena de Carlos Jáuregui en los medios de comunicación en los 90’ significó un hecho sin precedentes, del cual no hubo vuelta atrás. Fue una de las primeras apariciones de identidades LGBTIQ+ por fuera de los avisos mortuorios y relatos policiales. Jáuregui venía a proponernos visibilidad y orgullo, y predicaba con el ejemplo. Probablemente el hecho más icónico fue la entrevista en un programa de Mauro Viale, en la que enfrentó a Moisés Ikonicoff, funcionario menemista que sostenía discursos de odio y patologizantes sobre la homosexualidad. Jáuregui y Gays por los derechos civiles aparecían en la televisión anunciándose homosexuales y hacían frente demostrando que llevaban vidas plenas y felices, contrariamente a la imagen de desdicha y exclusión social que nos imponían personas como Ikonicoff.
Así, el movimiento LGBTIQ+ en Argentina supo utilizar la televisión como espacio de disputa del imaginario social sobre sí mismo, en un momento en el que las identidades gays y marikas llevaron la batuta. Sin embargo, al mismo tiempo, las identidades transfemeninas también iniciaron su aparición mediática en los 90’. Cris Miró se sentaba a la mesa con Mirtha Legrand a explicar qué es ser travesti-trans, y copaba los teatros. Luego le siguieron figuras como Florencia de la V, y el espectáculo se convertía en un espacio en el que las travesti-trans se abrían paso a los codazos.
Las diversidades estábamos en la televisión, y eso nos ponía en boca de todes. Pero al mismo tiempo que ganábamos fuerza, y se transmitía que se puede ser diversx y ser feliz, recibíamos aún más violencia social como respuesta. Fueron momentos difíciles, pero que sin lugar a duda supieron ser sorteados por las organizaciones LGBTIQ+ que les mostraban a las nuevas generaciones que otra forma de vivir era posible.
Nuevo siglo, nuevas reglas
Entrando en los 2000, y tras el fallecimiento de muchos líderes gays por la pandemia de VIH-sida (entre los cuales también estuvo Jáuregui), la furia travesti tomó lugar y pisó fuerte. Personas como Lohana Berkins, Diana Sacayán, Nadia Echazú, Claudia Pía Baudracco y una larga lista de nombres, se convirtieron en las nuevas comandantas del movimiento. En primer lugar, cabe destacar la reapropiación del concepto legal travesti (se las llamaba así en las leyes que las criminalizaban) para convertirlo en una identidad sudaca llena de fuerza.
De la mano de éstas referentas, el movimiento LGBTIQ+ avanzó en crear cooperativas de trabajo propias, la toma de hoteles, la creación de centros de estudios propios y por sobre todo la visibilidad de nuestras identidades exclamando que nuestro lugar no es detenides ni tampoco puede estar limitado al trabajo sexual, sino que tenemos el derecho a habitar otros espacios.
Para lograr todo esto y mucho más, nuestras traviarcas se abrieron paso en la política, que en ese momento era profundamente masculinizada todavía. Quizás una de las primeras y más poderosas expresiones de esto fue la candidatura de Lohana Berkins a diputada nacional, primera travesti en hacerlo. Sí, las disidencias también teníamos lugar en la política tradicional y veníamos a trans-formarla.
Se fueron gestando alianzas tan poderosas, que conquistaron derechos que ya tenían cerca de 25 años de militancia, como fue el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género. El matrimonio igualitario significó la conquista de nuestros derechos civiles y tiró abajo la construcción más conservadora: la familia. Mientras que la ley de identidad dejó plasmado algo tan básico pero históricamente negado como nuestro derecho a existir y a tener derechos. El movimiento avanzaba a pasos agigantados en lugares que nunca antes se habían imaginado.
Todo esto empezaba a interpelar a la sociedad en forma aún más profunda, y llegaba también a las nuevas generaciones. Personalmente, al momento de la sanción de la ley de identidad de género tenía 12 años, y cuando la misma fue televisada fue la primera vez que escuché el término trans. Recuerdo ese día (como buen millenial) acudir a internet para buscar qué es ser trans, ante lo que me paré al espejo y me pregunté si era mujer u hombre.
También en ese tiempo por primera vez escuché la palabra lesbiana, en un comercial de la ley de matrimnio igualitario en el que CFK visitaba a una pareja de lesbianas que recientemente habían adoptado una nena, y pude saber que lo que yo sentía tenía nombre y no era patológico. Así como yo, fuimos muchas las niñeces y adolescencias a las que la visibilidad del movimiento nos salvó, y a quienes vivíamos en ambientes LGBTIQodiantes nos demostraron que también podíamos existir sin sufrir.
Un nuevo capítulo
Probablemente ésta década nos abre un nuevo capítulo, que está en nuestras manos escribir. La reciente ley de Cupo Laboral TTNB, producto de casi 40 años de militancia, se convierte en una herramienta fundamental para esto. Hoy empezamos a concretar de a poco nuestro sueño de encontrarnos a personas trans en cada lugar al que vayamos, trabajando y visibles.
Así también, la despatologización de nuestras identidades sigue siendo clave, aunque hayan pasado cerca de 30 años desde que Jáuregui discutió al respecto con Ikonicoff. Porque todavía se cae en plasmarnos como víctimas eternas, carentes de toda posibilidad de vida digna y/o feliz. Claros ejemplos de ésto son producciones en las que los personajes pagan su libertad con su vida (como por ejemplo Holding the man y La chica danesa), o los noticieros hablando esporádicamente -y con graves errores- sobre los crímenes de odio, pero sin contar noticias como que por ejemplo que éste año Cecilia Esteban se convirtió en la primera trans en ser Jefa de residentes en Argentina.
Las diversidades existimos porque resistimos, pero también vivimos felices, porque hemos sabido gestar espacios de apoyo y estamos construyendo un mundo nuevo. Lohana decía “Todos los golpes y el desprecio que sufrí, no se comparan con el amor infinito que me rodea en estos momentos”, y sin lugar a dudas los afectos se han convertido en una trinchera y característica de nuestra comunidad.
Mientras vamos creando la realidad que soñamos, nuestra mayor venganza es y será siempre ser, ser libres y felices. Porque nuestro lugar, es el que cada une desee y escoja, y no nos detendremos hasta que sea garantía.
*Activista TTNB
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