29 junio, 2021
Él siempre lo supo
Se cumplen 35 años de la última vez que un argentino levantó la Copa del Mundo y los recuerdos vienen como cada año pero este es distinto. Es el primero sin la presencia física del artífice de semejante alegría. Por eso, más que recordar el título, lo que recordamos hoy es que él siempre supo que lo lograría.


Hernán Aisenberg
Hace 35 años un “pibito” de Villa Fiorito, Lomas de Zamora, cumplió su sueño: levantó la Copa del Mundo jugando al fútbol y se consagró como el mejor jugador de todos los tiempos. Mientras tocaba el cielo con las manos, invitó a que todo un país lo hiciera con él. Hizo que toda la nación creyera y pensara por un instante que todo era posible con esfuerzo.
Sin embargo, ese pibe de Fiorito que hizo volar a la patria entera y quizá más, siempre tuvo los pies en la tierra, o en el barro. Sabía que era especial. Siempre supo que él iba a levantar esa Copa del Mundo. Nunca se creyó ese cuento de la meritocracia, de que con dedicación y esfuerzo cualquiera puede, y nunca se lo hizo creer a nadie. Él podía, él pudo, y más que hacerle creer al pueblo que todes podrían, nos hizo parte de su logro. Nos compartió parte de su gloria para que la viviéramos a través de él.
Sería fácil escribir sobre el camino que lo llevó a la Copa. Una durísima eliminatoria sudamericana que requirió de un gol sobre la hora contra Perú, un viaje a México lleno de dudas con un país expectante por tener al mejor, pero exigente y crítico porque no veía los resultados. Un inicio en primera ronda con mucho roce, con equipos inferiores pero que pegaron mucho y un empate con el último campeón que nos regaló la primera de las pinceladas imposibles para cualquier mortal. Un adelanto de lo que vendría.
Un clásico lleno de lluvia y barro en octavos frente a los vecinos del Río de la Plata, donde el “villerito” de Fiorito dijo haber jugado su mejor partido. Una revancha casi militar en cuartos robando y humillando a la corona para que el puño apretado no sea solo un país, sino el mundo de les pobres, de les débiles, de les de abajo. Hubo dos partidos más de yapa: el primero con otros dos goles imposibles, y el segundo sufriendo, metiendo y dejando la vida hasta el último segundo, hasta la última corrida memorable.
Pasaron 35 años y no hay argentine que no recuerde esos partidos como si fuera ayer, como si se estuvieran jugando ahora mismo. Por eso no vale la pena relatar la gesta, sino tratar de entenderla porque eso es lo más inexplicable a lo largo de los años. Porque si hay algo todavía más difícil que entender lo que hacía en una cancha, es asumir que 15 años antes de aquella hazaña haya transformado su sueño en premonición y lo dejara filmado para la posteridad. Para que se supiera que no era una casualidad. Él lo sabía, lo supo siempre.
La maravilla de esta historia es que un nene de 9 años, sin titubear frente a una cámara, sin dudar un segundo, le dijo al mundo que él iba a ser campeón del mundo y 15 años después simplemente lo hacía. Cualquiera dirá que puede haber muchos nenes que se filmen diciendo cosas semejantes sin que después no pasara nada. Hagan la prueba que hoy es fácil.
Usen cualquier celular y filmen a une niñe en cualquier lugar del mundo y fíjense si hablan de sus sueños con esa determinación, con esa seguridad, con esa confianza. Ahora hagamos un viaje 50 años atrás, a un lugar como Fiorito, con las carencias y dificultades que eses chiques pasan y con la tecnología de aquellos años donde ni teléfono fijo habría. Piensen cómo llegó aquella cámara que no sólo entrevistó al pibe convencido, sino a sus hermanos que le regalaron a la eternidad un simple “mi hermano es un marciano”.
¿Cómo puede ser que esos chicos que apenas comían tuvieran tanta claridad para ver el futuro? ¿Cómo sabía el hermano del marciano que 15 años después un relator uruguayo, entre lágrimas y sin creer lo que veía, iba a preguntarse de qué planeta vino? ¿Cómo pudo ese mismo relator mencionar con tanta certeza que aquel gol a los ingleses había sido la jugada de todos los tiempos?
Ya pasaron 35 años, 8 mundiales, miles y miles de torneos televisados alrededor del planeta y nunca nadie hizo una jugada como esa, que Víctor Hugo ya sabía que era la jugada de todos los tiempos. Ahí está la magia irrepetible. No se puede hacer lo que él hizo, no se puede hacer ninguno de los cinco goles que él hizo en ese torneo que lo coronó y él lo supo siempre, desde que lo filmaron en Fiorito.
Puede que parezca exagerado, pero pasaron 35 años, 8 mundiales. Jugamos un par de finales, sí. Estuvimos cerca, pero no se dio. Ya va a llegar. Sabemos que puede ser que algún día pase que volvamos a ganar una Copa, pero nunca más nadie ganara un mundial así, con una revancha de una guerra de por medio, con la democracia recién llegada, con un pueblo que necesitaba una alegría unánime y con un nene que había crecido sabiendo que hace 15 años había hecho una promesa. Por eso es como si hubiese elegido el tiempo y el lugar. Seguro que sí. Él lo eligió porque lo sabía, lo supo siempre.
Por eso no hay chance de hablar de meritocracia, de esfuerzos, de “si se puede”. Nadie más que él en este mundo podría decir que se puede, que a él nadie le había regalado nada, que todo lo que consiguió lo hizo con su dedicación, con su trabajo, con su mérito. Sin embargo, no lo hizo nunca porque lo supo siempre. El mundo es una mierda, es injusto, es individualista, egoísta, competitivo, malvado y él lo sabía, y por eso quería cambiarlo.
En el mundo real, en el que se vivía afuera de la cancha, él veía a su papá levantarse a las 4 de la mañana y volver a la noche. Veía a su madre mentirles diciendo que le dolía la panza para darle a sus hijos lo único que había para comer. Veía a sus amigues correr en patas, convivir con el hambre, el barro y el frío. Supo que sí él se merecía lo que le iba a pasar, los demás lo merecían también, pero nadie tenía su magia, su talento, su poder.
Desde aquel nene de 9 años podemos decir que Maradona fue totalmente consciente del poder que significaba su talento cada vez que entraba a una cancha, pero que ahí era solo un juego. Lo importante pasaba en un estadio mucho más bravo, mucho más complejo, mucho más difícil. Por eso sabía que él iba a cumplir su sueño dentro de la cancha, porque tenía que llevarse algo, porque tenía que regalarle a todos los que en la vida no podían, a todos los que en la vida no pueden, porque él sabía que en verdad era uno de ellos. Había que poder en la cancha lo que no se puede afuera. El siempre lo supo.
Los que no lo supimos fuimos nosotres que lo creímos una divinidad, lo construimos eterno y en noviembre del año pasado nos dejó un vacío más grande que sus proezas. Solo nos queda el recuerdo de lo que pasó en México hace exactamente 35 años, y la férrea convicción de que él siempre lo supo y así y todo nos hizo creer que no. Simplemente gracias.
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