24 marzo, 2021
24 de marzo o un antídoto contra la melancolía II: los movimientos
El Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia nos invita a mirar hacia atrás. Buscando evitar la nostalgia militante y en una realidad que se muestra oscura, desde Notas elegimos recuperar las experiencias de organización popular previas al golpe.


Juan Manuel Soria
Las puebladas
El período que abarca los años 1969 y 1973 será testigo de las “puebladas” como forma de lucha popular, los llamados “azos”, explosiones de furia y organización popular contra el gobierno de la Revolución Argentina. Así, en ciudades como Rosario, Mendoza, Tucumán y, como ejemplo más acabado, en Córdoba con el llamado “Cordobazo”, la acción colectiva toma nuevas formas, involucrando a la sociedad toda (trabajadores, docentes, estudiantes, vecines, comerciantes) en rebeliones masivas. La articulación de diferentes demandas y descontentos se unificaba en la oposición a la dictadura, aunque también se esbozaban planteos más radicales, de corte clasistas o antiimperialistas. El Cordobazo, protagonizado por estudiantes y obreros y obreras de la industria automotriz y eléctrica, fue encabezado por los líderes sindicales Agustín Tosco, de orientación marxista y Elpidio López, dirigente peronista. La capital de la provincia quedó bajo control popular durante un día. El gobierno envió al Ejército para reprimir, pero esto no frenaría la oleada de puebladas que se desataría a partir de este episodio. La chispa había prendido la mecha.
Radicalización política
Como decíamos en la primera edición de esta nota, a nivel mundial se vive un proceso de radicalización política de distinta índole, desde los Estados Unidos hasta llegar a Asia. En nuestro continente, la Revolución Cubana marcará un antes y un después en estrategias y horizontes políticos. El antiimperialismo será un punto de articulación entre las izquierdas y el peronismo, facilitando el diálogo entre las diversas tradiciones políticas –“radicalizando” el peronismo y “popularizando” a la izquierda- y atrayendo a enormes masas de jóvenes y no tan jóvenes.
La primera experiencia guerrillera en nuestro país verá la luz en el año 1959. Los “Uturuncos” de tendencia peronista fue organización compuesta por dirigentes sindicales, militantes de la Juventud Peronista Tucumana y referentes barriales, que buscará construir un foco revolucionario en Tucumán y Santiago del Estero. En 1962 nace el Ejército Guerrillero del Pueblo, una guerrilla marxista encabezada por el periodista Jorge Masetti, cuyo objetivo era construir un foco guerrillero en Salta. Estas iniciativas no consiguieron apoyo mayoritario. De nuevo, 1969 será una bisagra.
En el año 1970 la organización Montoneros hará su presentación en público con el secuestro y asesinato del general Aramburu. De raíces católicas, su militancia fue virando paulatinamente a posiciones de izquierda peronista influenciados por las lecturas del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. De a poco irán acercándose a la Juventud Peronista, fusionándose en el año 1972. Nacerá la “Tendencia Revolucionaria” del peronismo, con una enorme capacidad de movilización e inserción en el movimiento de masas, aunque el sector sindical siempre les resultó un terreno hostil. Sin embargo, mantuvieron una lucha sin cuartel con la denominada “burocracia sindical”. En este sentido fueron respaldados por Perón en su lucha contra los sectores sindicales que le disputaban la conducción del movimiento obrero.
Dos años después de una fractura del Partido Revolucionario de los Trabajadores, en el año 1967 el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) asomará a la vida política argentina. De composición juvenil y con un número importante de mujeres, promovieron la guerra de guerrillas urbana y rural, intentando establecer focos en el monte tucumano y en diversas fábricas a lo largo y ancho del país.
Al decir del historiador británico Daniel James, “entre 1970 y 1973 estos grupos (…) se embarcaron en una ola de acciones que comprendían ataques directos e instalaciones militares, secuestros y asesinatos de industriales y figuras políticas, espectaculares robos y asaltos de bancos (…)”.
El movimiento obrero verá surgir en los sectores más modernos de la industria el llamado “sindicalismo clasista”, de tendencia marxista y también en franco combate contra la burocracia sindical peronista y los sectores patronales. Sin embargo, mantuvieron una constante debilidad por la poca adscripción ideológica de las bases (que los apoyaban en tanto combatían a la burocracia, pero seguían identificándose con el peronismo) y por su limitada capacidad de negociación, resultado de una fuerte presencia en el interior del país en los sindicatos por empresa. Sin embargo, la rebelión de las bases parecía marcar el inicio del fin de la dirigencia sindical peronista y del poder despótico de los patrones en las fábricas. Sin embargo, más que una apuesta de los sectores trabajadores al socialismo, representaban un hastío con las dirigencias tradicionales.
Las investigaciones de Ezequiel Adamovsky nos ayudan a visualizar otras experiencias menos referenciadas. En el ámbito rural, por ejemplo, se vivió un proceso de “descampenización”, con una enorme desaparición de productores familiares. Surgirán las “Ligas Agrarias”, que exigirán medidas antimonopólicas y de reparto de tierras. A su vez, los pueblos originarios fundarán en 1970 la Comisión Coordinadora de Instituciones Indígenas de la Argentina y en 1972 se llevará a cabo el Parlamento Indígena nacional donde se plantearán bases de reclamos jurídicos por tierras y condiciones laborales dignas. En las barriadas populares, por su parte, se formarán espacios tales como el Frente Villero de Liberación Nacional y el Movimiento Villero Peronista.

¿Era un juego de machos?
El proceso de movilización conmovió a gran parte de la sociedad y, particularmente, a la juventud. Dentro de este sector, las mujeres tomarán nuevos roles y en diferente intensidad. Es sabido que la participación de las mujeres en la vida política de nuestro país precede y por mucho al período al que estamos haciendo referencia y sin embargo, este presentó algunas particularidades en las que vale la pena detenerse. A partir de mediados del siglo XX, según la investigadora Dora Barrancos, las formas de sociabilidad femenina –y en particular, de las mujeres jóvenes- van a cambiar en base a nuevos márgenes de libertad. Existirá una mayor articulación entre la vida privada y la vida pública. La revolución de la píldora anticonceptiva otorgará mayores grados de autonomía sobre sus cuerpos, a la vez que la moral sexual se relajará de forma paulatina. La enorme masa de mujeres que accedieron a los estudios universitarios de diversa índole se verá acompañada de una nueva salida al mercado laboral en el sector privado y público.
Pero aparte de esto, las mujeres también formarán parte de la radicalización política, formando parte de las organizaciones revolucionarias. Si bien su participación en las conducciones era casi nula, representaban un gran porcentaje de la militancia de base e intermedia. Ni el ERP ni Montoneros –dice Barrancos- contenían en sus programas concepciones autonómicas de la condición femenina ni del feminismo, al cual consideraban un movimiento burgués. La revolución socialista era la prioridad. De la mano de este movimiento, grupos como “Nuestro Mundo” o el “Frente de Liberación Homosexual” serán una vanguardia en el cuestionamiento de la heteronorma y la moral tradicional. El primero será la primera organización que planteará la defensa contra la discriminación de los homosexuales en América Latina.

De la primavera camporista a la muerte de Perón
El principio del fin de la Revolución Argentina fue el Cordobazo. Este hecho forzó la renuncia de gran parte de los ministros y marcó el acabose de Juan Carlos Onganía, quien fue sucedido por Marcelo Levingston. Este último, cuyo gobierno fue puesto en jaque por el “Viborazo”, una pueblada cordobesa en el año 1971, fue sucedido por Alejandro Lanusse.
Lanusse propondrá un Gran Acuerdo Nacional (GAN) que buscaba pactar una salida de la dictadura acercando a Perón, con el fin de neutralizar la acción de las guerrillas. Sin embargo, Perón se apoyó cada vez más en la Tendencia Revolucionaria. 1972 Fue un año caótico. La dictadura estaba cercada por incontables huelgas de los distintos sectores del sindicalismo, tomas de universidades y puebladas. El GAN fracasaba como política y el gobierno se vió obligado a llamar a elecciones. En agosto de 1972 se produce la “Masacre de Trelew”, el fusilamiento de militantes de organizaciones revolucionarias presos en una cárcel de la Patagonia, que generó una oleada de protestas e indignación popular. El 11 de marzo de 1973 Héctor Cámpora, el candidato del peronismo organizado en el Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI), ganaba las elecciones. El 25 de mayo de ese año asumiría acompañado de los presidentes socialistas de Chile, Salvador Allende y Osvaldo Dorticós, de Cuba, poniendo fin a 18 años de proscripción del peronismo.
El gobierno de Cámpora, conocido como la “Primavera Camporista”, ilusionó a los sectores revolucionarios del peronismo y de los sectores populares. Se produjo una oleada de tomas de fábricas, hospitales, teatros, hoteles y todo tipo de establecimientos. El plan económico dejaba entrever la nacionalización de los depósitos bancarios, el control del comercio exterior, una incipiente reforma agraria y la restricción a las inversiones extranjeras. Si bien estas medidas no se convirtieron en ley, marcaban todo un signo de los tiempos y una nueva correlación de fuerzas al interior del movimiento popular argentino.
Si los movimientos que, en mayor o menor medida, de una forma u otra, desafiaban el orden establecido habían tomado una nueva fuerza en los años finales de la Revolución Argentina y la presidencia de Cámpora, el regreso del Juan Domingo Perón a nuestro país marcaría el cambio de la correlación de fuerzas. Antes de poner un pie en el país, grupos de la derecha peronista abrieron fuego en Ezeiza sobre una multitud que esperaba la llegada del avión de Perón, en lo que se conoció como “La masacre de Ezeiza”. Se convocaron a nuevas elecciones, para las cuales Perón fue acompañado de su esposa Isabel, y con la burocracia sindical como columna vertebral de la campaña, de las cuales resultó ganador con el 62% por ciento de los votos. A su vez, como el sindicalismo no clasista y los grupos de derecha querían quitarse el lastre de la militancia de izquierda dentro y fuera del movimiento, comenzaron a acercar posiciones.
El asesinato del secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci –mano derecha de Perón-, por parte de Montoneros, marcaría el principio del fin de las relaciones entre el viejo líder y la izquierda peronista. La formación de la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A, liderada por el secretario personal de Perón y Ministro de Bienestar Social José López Rega y el jefe de la policía Alberto Villar, sería un punto de no retorno. Desde fines de 1973 y hasta marzo de 1976, la Triple A llevaría adelante una caza de militantes de izquierda en todo el país, con asesinatos, secuestros y torturas. La ruptura entre Montoneros y Perón quedaría plasmada el 1ero de Mayo de 1974, cuando Perón los echó de la Plaza de Mayo en el tradicional acto del Día del Trabajador. La muerte de Perón, en junio de ese año, marcaría el comienzo de una espiral de crisis política, social y económica sin parangón.
Con el gobierno en manos de Isabel Perón, el movimiento popular vería cernirse una ofensiva patronal sin precedentes. En un marco internacional signado por la crisis de 1973, las dificultades económicas, plasmada en una brusca caída del salario real, mermó las condiciones de vida de los sectores populares. El asedio político a militantes de izquierda por parte de la Triple A se intensificó. En febrero de 1975 el Ejército llevó a cabo el Operativo Independencia, una limpieza de un foco guerrillero del ERP en el monte tucumano, dando inicio a los centros clandestinos de detención y tortura, así como la desaparición de personas. El “Rodrigazo” fue un golpe de gracia a la economía de las mayorías. Se devaluó la moneda un 100%, se aplicó un tarifazo y se liberaron los precios, en una transferencia de ingresos sin precedentes a los banqueros y sectores exportadores del agro. La CGT llamó a un paro –el primero de la central a un gobierno peronista-, donde se exigió la renuncia del Ministro de Economía Celestino Rodrigo y de José López Rega. Las organizaciones armadas, cada vez más aisladas de la realidad y de las clases populares, continuaban lanzando ataques y viendo crecer su militarización más y más.
En septiembre de 1975 el Ejército había intervenido catorce provincias, mientras los medios de comunicación presionaban para que los militares se ocuparan de poner fin a la “insurrección”. El 24 de marzo de 1976 Isabel Martínez de Perón se iba de la Casa Rosada en un helicóptero. Con apoyo de los Estados Unidos, el FMI, los principales medios de comunicación, la cúpula eclesiástica y sindical y los sectores concentrados de la economía, encabezado por Jorge Rafael Videla, el Proceso de Reorganización Nacional estaba en marcha. Comenzaría una larga noche en nuestro país, marcada por el terror y la muerte.

Romper el realismo capitalista: caja de herramientas
Al momento de escribir esta nota, se presentaba como imperativo de escritura la idea de evitar una “galería de la pena”. Ni “galería de la pena” ni “melancolía de izquierda”. Nos movía, como premisa ética, redactar un artículo de difusión histórica con un fuerte compromiso con los derechos humanos y la democracia de nuestros días. Si el Ángel de la Historia de Walter Benjamin tiene los ojos mirando hacia el pasado y sólo puede observar ruinas que crecen hasta el cielo, proponemos rescatar las flores y los gestos nobles de ese matadero. No como un ejercicio conmemorativo, ni como una suerte de revisión anual. Al contrario, la efeméride nos invita, nos reúne aún en tiempos de virtualidad.
La posibilidad de realizar un breve repaso histórico por las experiencias de organización de masas entre 1969 y 1976 es una buena oportunidad para recuperar la agencia de quienes nos precedieron. Muches de elles forman parte los enormes listados del terror, de las placas en las calles, de los murales, de las remeras. Son una fotografía en las redes, una canción, una poesía. Son les vencides y nosotres, herederes de esa derrota. Sus proyectos revolucionarios, sus expectativas de cambio, sus anhelos de una vida mejor fueron brutalmente derrotados. Sobre sus cenizas se edificó un orden social y un modo de vida que pregona el “sálvese quién pueda”, hoy en crisis, pero que muestra estar dispuesto a dar zarpazos para defenderse. Nada parece hacernos creer que lo que se viene va a ser fácil. Sin embargo, desde la disciplina histórica pensamos que este 24 de marzo es una posibilidad de recuperar sus herramientas de organización y lucha. No para buscar en ellas catecismos, verdades reveladas ni lecciones para aprender. En los retazos de su experiencia y acción quizás encontremos la tela para tejernos unos ojos nuevos, capaces de mirar el mundo por primera vez.
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