Batalla de Ideas

24 marzo, 2021

24 de marzo o un antídoto contra la melancolía I: el contexto

El Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia nos invita a mirar hacia atrás. Buscando evitar la nostalgia militante y en una realidad que se muestra oscura, desde Notas elegimos recuperar las experiencias de organización popular previas al golpe.

Juan Manuel Soria

@ratherbeJuan

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De cara a efemérides como la del 24 de marzo la pregunta por el pasado se torna urgente. Dice el historiador británico Cristopher Hill que si bien el pasado no cambia, cambian las preguntas que le hacemos desde el presente. Hacer un análisis de ese presente no es el objetivo de esta nota, pero sí es necesario partir de algunas cuestiones básicas en torno a nuestros días. En los últimos años se difundió como una suerte de leitmotiv entre las izquierdas esa frase de Frederic Jameson masificada por Mark Fisher, que afirma que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

Este 24 de marzo nos encuentra en un 2021 con la pandemia del Covid–19 golpeando a la humanidad toda, poniendo en crisis nuestra cotidianeidad. El presente se nos presenta hostil y el futuro, más que incierto, con los nubarrones de la extrema derecha acechando en diversos lugares del mundo. Frente a esto, imaginarnos un mundo distinto parece casi imposible. ¿Desde dónde producimos, entonces, nuestras preguntas al pasado? Las mismas están enmarcadas en lo que algunos historiadores denominan un régimen de historicidad de tipo presentista: un presente que absorbe y disuelve el pasado pero también el futuro. Es un tiempo suspendido, un pasado que no pasa y un futuro que no puede inventarse ni predecirse. La “memorialización” del espacio público, las marcas de memoria del pasado reciente en nuestras ciudades son una marca de lo desarrollado previamente: los nombres de las víctimas de genocidios y masacres, escritos en todas las paredes de la tierra. Sin embargo, la figura de la víctima –en términos históricos- puede venir acompañada de una suerte de “lavado” de esas memorias: de militantes de proyectos políticos revolucionarios pasan a ser meras víctimas despojadas de todo tipo de agencia y experiencia. Al decir de Enzo Traverso, “la rememoración de las víctimas parece incapaz de coexistir con el recuerdo de sus esperanzas, sus luchas, sus victorias y sus derrotas”.

Por eso esta nota en clave histórica no buscará repasar lo sucedido a partir del 24 de marzo de nuestro país, ni la inclaudicable lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y los organismos de derechos humanos, los bastiones de nuestra democracia. Más bien, buscaremos recuperar los diversos modos de organización de diversos sectores de nuestro país en el período previo al Golpe de Estado de 1976, su praxis política y su contexto histórico de desarrollo. No con el objetivo de negar el genocidio llevado adelante por las clases dominantes de nuestro país, sino para rescatar su experiencia de las garras de la posteridad.

De desarmar la trama histórica

Las cronologías siempre parten de una convención. Sabemos que las efemérides en relación a los procesos históricos responden a una construcción a posteriori. En el caso de esta nota, nos ocuparemos del período de nuestra historia que abarca los años 1969 y 1976, entre el Cordobazo y el último golpe de Estado. ¿Por qué un 24 de marzo, en la fecha de conmemoración del Golpe, elegimos repasar un proceso anterior? Porque no podemos comprender el sentido de esa Golpe -en tanto revancha de clase- sin analizar (de forma muy general) el proceso que lo precedió.

Partimos de la base que el golpe de Estado que realizan las Fuerzas Armadas –con complicidad civil, política sindical y eclesiástica- el 24 de marzo de 1976 al gobierno de Isabel Martínez de Perón va a profundizar y darle una nueva cara a un proceso social genocida que venía desarrollándose en democracia. Frente a lecturas que afirman que la Dictadura mataba a solo quienes “estaban metidos en algo”, vale insistir: el objetivo del genocidio en nuestro país es claro. El “Proceso de Reorganización Nacional”, que es el nombre que adjudicarán las cúpulas militares a la Dictadura, hace referencia al “Proceso de Organización Nacional” que llevó adelante la Generación del ’80 a finales del siglo XIX. La palabra “Reorganización” es fundamental: ¿qué quiere “reorganizar” la Dictadura? La historia que siguió a 1976 es harto conocida. A través de un plan sistemático de secuestro, tortura, violaciones, robo de bebés, desaparición y asesinatos de personas, la Dictadura buscará subsumir la economía a los designios de la economía neoliberal, mediante la destrucción del modelo de sustitución de importaciones que se venía desarrollando en nuestro país a partir de la década de 1930.

Pero ese desarrollo posterior, del terror y sus efectos, no es tema de esta nota. Aquí nos enfocaremos en esa trama social de resistencias y solidaridades construidas en nuestro país entre los años 1969 y 1976: sindicatos combativos, organizaciones barriales, de masas y también, de las experiencias de las organizaciones armadas. Nos ocuparemos, en resumidas cuentas, de la trama social que el genocidio llevado adelante con un nuevo grado de virulencia y organicidad a partir del 24 de marzo de 1976 buscó desarticular y destruir para construir sobre sus ruinas un nuevo orden económico, social, político e ideológico. Con este fin echaremos mano a diferentes trabajos, en particular a la obra de historiadores como Daniel James, Enzo Traverso y Ezequiel Adamovsky, pero también a aportes desde la Sociología, en particular de Dora Barrancos y Daniel Feierstein.

De ofensivas y resistencias

La clausura de la experiencia peronista a partir del golpe de Estado de 1955 y las políticas económicas y sociales implementadas por los sucesivos gobiernos militares y democráticos que fueron alternándose en el poder fueron determinantes para llegar a 1969. Las políticas económicas, que implicaron la pérdida de los beneficios a los que los sectores populares habían accedido durante el gobierno de Juan Domingo Perón y la proscripción y persecución política del movimiento político más importante del país fueron el caldo de cultivo para un intenso desarrollo de la lucha de clases en la Argentina de mediados del siglo XX.

A su vez, el contexto internacional otorgaba nuevos modelos y lenguajes políticos. El telón de fondo estuvo signado por un cruce de procesos: por un lado, la Guerra Fría, que dividía el planeta en un bando capitalista bajo la dirección de los Estados Unidos y un bando socialista, bajo la hegemonía de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Por otro lado, el proceso de descolonización bajo los movimientos de liberación nacional en África y Asia y, finalmente, la Revolución Cubana de 1959, encabezada por Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara, que marcaría el camino a seguir para una nueva generación de jóvenes que comenzaban un  incipiente proceso de politización, y que llegaría a conocer diversos grados de radicalidad.

Algunos estudios hablan de una situación de “empate” en nuestro país: lo que quiere decir esto es que ningún grupo social era capaz de imponer un proyecto político viable. Ya sea mediante la resistencia obrera, ya sea mediante golpes de Estado o la victoria en elecciones con el principal candidato opositor proscripto, la Argentina de mediados de siglo XX vivía una enorme inestabilidad. El 28 de junio de 1966, la autoproclamada “Revolución Argentina”, encabezada por el general Juan Carlos Onganía derrocó el gobierno del presidente radical Arturo Illia. Este golpe contó con el apoyo de dirigentes políticos, la cúpula eclesiástica, medios de comunicación y, obviamente, sectores patronales.

Onganía proclamó sus intenciones de estar al mando del país por un tiempo indeterminado, con el objetivo de otorgar orden político para llevar adelante un plan de modernización de la estructura económica. Sin un plazo claro para la normalización democrática, procedió a disolver el Congreso y silenciar las expresiones de la vida política. Intervino militarmente las provincias y suprimió la autonomía universitaria bajo las acusaciones de “infiltración marxista”, generando una enorme fuga de cerebros de nuestro país, con “La noche de los bastones largos” como el episodio más funesto de esta práctica. El plan económico que aplicó el ministro Krieger Vasena fue un plan antiinflacionario, congelando salarios, devaluando el peso, ajustando sobre el sector público y llevando adelante una suba de tarifas. Los recursos fueron canalizados del agro al sector industrial, fundamentalmente a empresas “modernas”, a la vez que disminuyó las condiciones de radicación de empresas extranjeras en nuestro país. El proceso de transferencia de capital a los sectores más concentrados de la economía fue acompañado de un proceso de extranjerización. Los sectores populares vieron como sus vidas se encarecían de forma marcada, con el crecimiento de asentamientos de emergencia como respuesta a las migraciones internas.

La respuesta de los sectores populares no se hizo esperar. La CGT, dirigida por el vandorismo, emitió un plan de lucha que fue reprimido fuertemente por la dictadura. Las personerías jurídicas de los sindicatos fueron quitadas. La resistencia pasó a ser palmo a palmo, planta a planta, con las bases avanzando a pesar de la inmovilidad de las dirigencias sindicales. A finales de la década del 60, la CGT sufrirá una escisión que será clave para el devenir político. A la dirección “dialoguista” que seguía la línea de Augusto Timoteo Vandor se le opuso la CGT de los Argentinos (CGTA), encabezada por Raimundo Ongaro, que levantaba banderas antiimperialistas y socialistas. A su vez, la CGTA planteaba un marco de alianzas más amplio, rodeándose de estudiantes, curas tercermundistas e intelectuales de la izquierda peronista y no peronista. Este proceso al interior del núcleo representativo más importante de la clase trabajadora será la punta del iceberg de un marco más amplio de radicalización política e ideológica de la sociedad argentina. Y aquí es donde llegamos a nuestro momento bisagra, el año 1969. A partir de este momento, y hasta 1976, el país vivirá el crecimiento sin parangón del movimiento de masas y su radicalidad, que se expresará de diferentes maneras.

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