Géneros

9 marzo, 2021

El 8M después del aborto legal: entre el festejo y los desafíos pendientes

La calle volvió a ser una fiesta. Suele ser así en las convocatorias feministas. Es que, en ese cuarto propio sin paredes ni techo en que se convierte el espacio público cuando lo ocupamos y hacemos nuestro, se trata de ejercer la soberanía sobre nuestros cuerpos y sobre nuestras vidas que en otros tiempos y espacios se nos mezquina y, a veces -demasiadas veces-, se nos roba entera.

Crédito: Romina Zambrana

Victoria García*

@vicggarcia

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El ejercicio de la autonomía que defendemos es más potente y hasta más verdadero cuando se produce junto a otres: las sonrisas cómplices y las risas ruidosas, la calle como pista de baile improvisada, son la reivindicación performática de la vida que queremos vivir: una vida libre, decimos nosotras con todas las letras, y en ese enunciado se condensa una disputa política clave de nuestros tiempos, porque no vamos a permitir que la derecha se apropie monopólicamente de la idea de libertad, fundamental en cualquier proyecto emancipatorio.

La calle ayer fue una fiesta, también, porque la pandemia nos ha acostumbrado al encierro, al aislamiento y a las presencias virtuales -ese oxímoron-, y en ese contexto las oportunidades de encuentro, más cuando son tumultuosas, se vuelven todo un acontecimiento. A través de estos meses, hemos aprendido forzosamente nuevas formas y sentidos del cuidado, un concepto central de la agenda feminista. Hoy cuidarnos implica, sin dudas, sostener las medidas de protección sanitaria con las que contamos -no son tantas en estos días- para contener la propagación del virus.

Y, sin embargo, no dejan de ser tiempos críticos, de excepción. Tiempos difíciles para las construcciones colectivas. A la larga, sí que hay distancia social en la distancia física. Como señaló Álvaro García Linera cuando la pandemia comenzaba a ser una realidad en América Latina, otro aprendizaje fundamental de estos tiempos es que, frente al ideal tecnicista del individualismo liberal, que equipara realidad virtual y realidad a secas, los cuerpos, sus interacciones y fricciones, son imprescindibles para la creación de sociedad y de humanidad.

Por todo eso, volver a encontrarnos el lunes 8 de marzo -con barbijos y alcohol en gel de por medio- fue una alegría. En esos encuentros resurge la memoria compartida de las experiencias que nos hicieron ser nosotres. Pero también emerge fuerte el desafío de construir horizontes en y para el mundo pospandemia, en los que la cercanía con otres, que habilita las construcciones colectivas, no constituya la excepción sino la regla. 

La calle fue una fiesta, además -y sobre todo-, porque nos encontramos en el primer 8M con aborto legal en la Argentina. Vaya si tenemos motivos para festejar. Estamos celebrando desde el 29 de diciembre, porque todavía no lo podemos creer -así de grande fue el sueño que nos permitimos perseguir, así de importante fue nuestra conquista-, y también porque nos lo merecemos después de tantos años de lucha.

El movimiento feminista argentino ha producido tantos hitos políticos significativos en los últimos tiempos, que parecería que no nos gastamos nunca, que nuestro combustible para movilizar la agenda del debate social es infinito. Pero “el feminismo” no es una entelequia informe: somos mujeres, lesbianas, travestis y trans de carne y hueso que, tras el glitter y los outfits verdes y violetas que contribuyen a colorear las páginas de los diarios -muchas veces grises para el movimiento popular-, damos pelea en nuestras casas, en nuestros barrios, en nuestros lugares de trabajo, cotidianamente y con numerosas dificultades cada vez.

La “triple jornada” de la que solemos hablar para sintetizar este problema: trabajo reconocido como tal, tareas de cuidado no reconocidas y militancia, tiene consecuencias concretas sobre nuestros cuerpos. Por eso, después del 29D, algunas decíamos que no era justo que, ipso facto, se nos demandara pensar cómo debíamos darle continuidad a las luchas del movimiento: era momento de descansar y, por supuesto, de festejar. 

La legalización del derecho al aborto fue un antes y después en las luchas del feminismo argentino porque no solo significó el principio del fin de las muertes por aborto clandestino; también implicó la consagración de nuestro derecho a decidir y el reconocimiento -vergonzosamente tardío- de nuestra autonomía para elegir proyectos de vida. La demanda de la legalización condensaba los principios fundamentales de los feminismos contemporáneos; por eso logró cautivar y movilizar a amplios sectores de la sociedad.

Pero la lucha emancipatoria es larga, y continúa mucho más allá de la IVE. Este 8M nos encontró todavía reagrupándonos, elaborando balances y definiendo perspectivas; asumiendo -no sin dificultades- el desafío de reconstruir y relanzar la agenda feminista después del estallido social que fueron las luchas por el aborto legal. Necesariamente habrá que fijar prioridades y jerarquizar demandas que interpelen el rol del Estado en la producción de formas más igualitarias de vida para las mujeres y las disidencias sexuales.

La urgencia se impone, sin dudas, en el ritmo de las muertes por femicidio: durante los dos primeros meses de 2021, se produjeron 47 en nuestro país, lo que equivale a un femicidio cada 30 horas. En muchos casos -el 29%-, los femicidios fueron precedidos por denuncias; en muchos casos, además (17%), los perpetradores fueron agentes de las fuerzas de seguridad. En este contexto, es imperiosa la aplicación efectiva de la Ley Micaela en todos los ámbitos del Estado, pero también urge avanzar hacia una reforma judicial con perspectiva de género, que permita erradicar los prejuicios machistas presentes en el Poder Judicial, superar los abordajes revictimizantes y garantizar la acción ágil y eficaz de la justicia en situaciones de violencia machista.

En un contexto de crisis sanitaria, económica y social que persiste, seguimos diciendo que la deuda es con nosotras y nosotres: con los sectores populares y con las mujeres y disidencias. En este sentido, la jerarquización presupuestaria de las políticas públicas de género es ineludible si queremos no solo concientizar sobre las desigualdades y violencias que operan sobre nuestras vidas, sino sobre todo producir medidas que las mitiguen.

Los desafíos del feminismo argentino post-aborto legal son múltiples. La unidad de acción que podía producirse ampliamente mientras gobernó el macrismo no resulta tan sencilla ahora. Las tensiones surgen con más fuerza, y con frecuencia responden más a identificaciones políticas preexistentes, dentro o fuera el Frente de Todes, que a verdaderos problemas del movimiento de mujeres y disidencias, cuya solución sigue requiriendo de organización y acción colectiva.

Aun en esas condiciones, será cuestión de reconvertir el “techo táctico” que representó la legalización del aborto durante estos años en las luchas del movimiento, en un nuevo piso que -tengámoslo presente- es más alto del que antes partíamos. Hemos logrado mucho. Volviendo al comienzo, por eso nos permitimos festejar: porque de triunfos y alegrías también se alimentan nuestras luchas por venir.

* Investigadora del CONICET y secretaria de Géneros de ATE-CONICET Capital

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