16 febrero, 2021
La grieta que nunca fue
La muerte del ex presidente Carlos Saúl puso sobre la mesa recuerdos que como pueblo estábamos olvidando, restándole importancia o resignificando. Algunos despidieron con respeto a alguien que no se lo ganó y otros sobreactuaron críticas que son fáciles de hacer ahora, pero no los vimos levantar la voz durante sus 10 años de gobierno.


Hernán Aisenberg
Es cierto que el 2001 fue un antes y un después en nuestra patria. Pero hubo un recorrido hasta llegar a aquellos trágicos 19 y 20 de diciembre. Es probable que De la Rúa, la Alianza y especialmente la Unión Cívica Radical queden en la historia como las caras políticas de la debacle neoliberal, pero primero tuvimos la década menemista que hizo el trabajo sucio, el que no necesitó de la huida en helicóptero, la represión y los muertos.
Si bien el comienzo fue de la mano de Martínez de Hoz y la cúpula militar durante la última dictadura, no hay ninguna duda que quien logra establecerlo y sostenerlo en el tiempo fue Carlos Saúl Menem, que gobernó “democráticamente” para unos pocos con el sello de un partido que históricamente fue bandera de la clase trabajadora argentina y con el apoyo de un montón de sectores “progresistas”, consiguiendo una reelección luego de haber realizado las transformaciones neoliberales más trascendentes y más destructivas.
Para recordar sus presidencias podríamos hacer mención al plan de convertibilidad que nos dejó sin moneda, a la Ley Federal de Educación que destruyó el sueño de la movilidad social ascendente que significaba la escuela pública, la privatización o concesión de casi todos los servicios públicos, parte de los transportes y los haberes jubilatorios, el consenso de Washington y las relaciones carnales con EEUU, la desregulación de todas las relaciones comerciales, todas medidas que beneficiaron a una pequeña oligarquía hasta el punto de recuperar todo lo que el propio peronismo había logrado distribuir en sus años de gloria.
Incluso por fuera de las políticas económicas, no hay tanto recuerdo de políticas sociales que paliaran un poco la situación de los que menos tenían, ni políticas laborales que protegieran el trabajo formal y el salario. Lo que sí es fácil de recordar son la corrupción y especialmente la impunidad como norma. Desde el imperdonable indulto, a los atentados a la AMIA y la Embajada de Israel con muchos dirigentes menemistas denunciados por complicidad y encubrimiento, los asesinatos de María Soledad Morales o de José Luis Cabezas sin que nadie tuviera que dar explicaciones. El asesinato de Carrasco que permitió que se terminara la colimba.
Todos estos recuerdos se pueden resumir en un comentario del colega Alejandro Bercovich en su editorial de este lunes que dijo que la generación parida por el menemismo – los nacidos en los 80 – somos los que más derecho tenemos a juzgarlo porque “nos hizo ver a nuestros padres humillados. Hizo que seamos la primera generación argentina que vivamos peor que sus padres”.
Sin embargo, el tiempo sigue transcurriendo, los nacidos en los 80 ya estamos pisando los 40 años y la memoria empieza a llegar más borrosa, especialmente a las generaciones que no lo sufrieron en carne propia. El estallido del 2001 parece haber tapado todas las causas previas que nos llevaron a esa crisis, tanto que Menem volvió a presentarse en 2003 y ganó una primera vuelta con la promesa de ordenar un país que él había destruido.
El nuevo gobierno kirchnerista mientras intentaba (no siempre con éxito) recomponer los lazos sociales destruidos por el neoliberalismo, construía un relato de revisión de los hechos ocurridos en los 70 que permitieron avances importantísimos en materia de Derechos Humanos. No solo reabrió las causas a los dictadores, recuperó muchos nietos y trabajó a la par de las Madres, Abuelas y Organismos para que efectivamente haya juicio y castigo, sino que además incorporó en esa lucha a los cómplices civiles de aquella dictadura: empresarios, medios de comunicación y hasta funcionarios o dirigentes políticos que permitieron los años más oscuros de nuestro país.
Debemos decir hoy – aunque algunos nunca lo ocultamos – que se quedaron cortos. Especialmente con quienes retomaron las políticas económicas y geopolíticas de los años 70 en la década menemista y consolidaron la victoria de la dictadura y el modelo neoliberal sobre nuestro pueblo. No solo tuvimos que soportar la jubilación de privilegio para varios funcionarios y funcionarias que evadieron la justicia y se retiraron de la política con incontables fortunas en sus cuentas bancarias, sino que tuvimos que aceptar que muchos otros dirigentes que avalaron y apoyaron aquel modelo continuaran la actividad política defendiendo ahora ideas de distribución de la riqueza e intervención estatal sin mediar autocrítica alguna. El propio Carlos Saúl Menem evitó la justicia gracias a los fueros que le otorgó su cargo de Senador que mantuvo hasta el día de su muerte sin que la justicia, la política ni la patria pudieran condenarlo.
Lejos de eso, la corporación política decidió despedirlo como un demócrata, un militante político y un dirigente íntegro, como si la muerte lo eximiera para siempre. Desde comentarios decorosos hasta elogios exagerados, casi todo el arco político y mediático lo despidió con respeto. Milei, por ejemplo, dijo que despedía al mejor presidente argentino de la historia. Solo algunas excepciones fueron un poco más descaradas. El dirigente gremial Juan Carlos Schmid, citando al Diputado provincial de Santa Fe, Carlos Del Frade y parafraseando al recordado militante peronista John William Cook, dijo que “Menem se convirtió en el hecho burgués que maldijo al país”.
No puedo negar que hubo algunas críticas, pero difíciles de tomar en serio porque vinieron de sectores que siempre lo apoyaron en vida y hoy solo intentan involucrarlo en la grieta política actual.
El hilo de la DAIA es un gran ejemplo. Lo que no cuenta el hilo es que por aquellos años la institución tenía como presidente a Rubén Beraja, que fue parte del encubrimiento y de la corrupción menemista, fue socio de varios negociados, estuvo preso por la causa a pesar de los intentos de los abogados de la institución judía por protegerlo a él y a otros tantos responsables.
Si bien es cierto que los dirigentes oficialistas no hicieron alarde de sus diferencias en estos días, o más bien todo lo contrario, la realidad es que las políticas neoliberales menemistas tuvieron mucho más asidero y se parecieron mucho más a los años de Macri que a la década kirchnerista. Sin ir más lejos, Franco Macri fue uno de los grandes beneficiarios del menemato y Mauricio fue quien le dio curso a la patria contratista que enriquecida con Menem se consolida durante su gobierno.
La pregunta es por qué la antinomia política encarnizada que tuvimos que soportar después del 2001, convertida en grieta irreconciliable, tiene tantos cruces y contactos con la política menemista a un lado y al otro. La respuesta no es tan compleja, pero al ser inútil para los tiempos que corren, se elige poner bajo la alfombra. Carlos Saúl Menem consolidó políticamente en el Estado, las transformaciones económicas que la dictadura impuso por la fuerza y con ellas deterioró las condiciones de vida del pueblo argentino como nadie en el siglo XX. Sin embargo, generó que el debate político de propios y ajenos se moviera dentro de sus propias coordenadas ideológicas. Criticarlo o aplaudirlo, acompañarlo o denostarlo, no traían consigo un debate en profundidad, sino que siempre se debió a otras razones. Quizá ahora que se murió podamos aprovechar para hacerlo. Nunca es tarde. Quizá podamos intentar discutir ahora la grieta que nunca fue.
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