Deportes

15 enero, 2021

El VAR y el fetichismo de la tecnología

El VAR está cambiando el fútbol con interrupciones y rectificaciones que no han aplacado las polémicas. No se trata de un problema de justicia o conspiraciones, sino de la relación entre el deporte y la tecnología.

Nicolás Trivi

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Creo no equivocarme si digo que a todes les que nos gusta el fútbol nos incomoda lo que está pasando con el VAR. Les que estuvimos en contra de su implementación desde un principio miramos la cosa con la ceja levantada del “yo te dije”. Y les que lo defendían, por interés, por ingenuidad tecnocrática o lo que fuera, no saben dónde meterse. Si esperaban menos polémica y más justicia aséptica, el tiro les salió por la culata.

Pasemos de largo la valoración deportiva de los últimos sucesos de público conocimiento. Y partamos de una premisa un tanto hipócrita pero imprescindible: sáquemonos la camiseta por un rato, porque va más allá. Centrarse en la conspiranoia de que favorecen a tal o cual equipo por mandato del Nuevo Orden Mundial es quedarse en la chiquita. El VAR tal como está planteado favorece y perjudica alternativamente. Hay un problema de fondo que va más allá de las circunstancias del partido. Y como bien señala Juan Pablo Varsky, es un problema de la tecnología, pero sobre todo de los cambios de reglamento que ésta generó: los nuevos criterios para cobrar offside y mano, y el concepto de fase de posesión de ataque.

Uno no quiere caer en un ludismo ramplón, pero no queda otra que ofrecer cierta resistencia para resguardar al viejo fútbol “orgánico”, sin aditivos tecnológicos. Porque de lo que se trata es de discutir la relación entre el deporte y la tecnología, que no es otra cosa que discutir los límites y relaciones entre naturaleza y cultura.

“Marche un telebeam Consolidar”

El fútbol profesional hace rato que es un espectáculo eminentemente televisivo; es decir, mediado por la tecnología de la transmisión en vivo, a la que se le han sumado elementos como las repeticiones, luego el telebeam, bizarreadas como las simulaciones con computadora para no pagar derechos, y un largo etcétera que hoy en plena pandemia ha llegado al paroxismo, dado que incluye reuniones por Zoom de hinchas. Y esta ensalada de cosas ha trastocado los imaginarios y las lealtades históricas del deporte (la familia, la cercanía, el club, el barrio, la ciudad, la fábrica). Algunos de sus resultados son les hinchas transnacionales, que se hacen seguidores de un equipo extranjero por verlo en el cable. Parece extraño, pero es la misma lógica de les hinchas del interior que seguían a los equipos de la capital escuchándolo en la radio. Después sí tenemos cosas novedosas, como les que siguen a un equipo por elegirlo para jugar en la Play Station, o fenómenos meritorios de un estudio antropológico, como les hinchas de un afamado y excéntrico director técnico rosarino.

Hasta acá vamos más o menos bien, con una tecnología que registra y reproduce una dinámica que se mantiene más o menos inalterada dentro del campo de juego (y con esto me olvido deliberadamente de otras tecnologías que sí inciden como la indumentaria, la alimentación y el doping). El VAR (y los cambios reglamentarios asociados a éste) da un paso más y se constituye en la primera tecnología que altera directamente lo que sucede del otro lado de la línea de cal. El viejo telebeam que Marcelo Araujo anunciaba con el sponsor de una AFJP, y que lo veías el domingo a la noche cuando el resultado ya era cosa juzgada, ahora es parte fundamental de lo que decida el árbitro en el momento.

Ahí está el problema: en el fetichismo tecnológico que supone que más tecnología es igual a más precisión y por lo tanto más justicia. En el medio, se llevaron puesta la dinámica y el espíritu del juego. Porque la discusión sobre offsides milimétricos y faltas que pueden ser consideradas únicamente apelando a varias cámaras y a un registro en tiempo real del partido, no sólo interrumpe el juego de manera insostenible, sino que también anula el criterio y la percepción (biológica) del árbitro y los jueces de línea, y va en contra del sentido que tienen ciertas reglas en el marco de algo que no deja de ser (supuestamente) un deporte, no una prueba de laboratorio. No sé ustedes, pero yo soy de la idea de que si la jugada es tan finita que la tuviste que ver diez veces en cámara lenta para decir si era offside o no (y aún así dudás), tenés que darle la derecha a la persona que está viendo con sus propios ojos la jugada y en un segundo tiene que tomar una decisión.

El fetichismo tecnológico es hermano del fetichismo de la imagen que gobierna la cultura contemporánea. En tiempos de redes sociales, memes, noticias falsas y deep fakes, confiar en una pantalla como instancia de justicia puede ser suicida, porque puede estar tan contaminada por influencias espurias como cualquier otra. Idea para un capítulo de Black Mirror, anoten: hackers o hinchas fanatizados que se infiltran en el software de la FIFA y alteran las imágenes de la transmisión para torcer un resultado. ¿Es tan inverosímil?

Finalmente, ante la voluntad de precisión que lleve el margen de error humano a cero, ahí tienen los e-sports. Ahí está toda la acción en un entorno virtual donde, a pesar de algún que otro bug, está todo controlado y las reglas (quiero suponer) no se pueden infringir. No sé, yo me quedaba mirando a los que jugaban cuando ya no tenía plata para comprar más fichas. Los e-sports no me atraen para nada, pero para le que le gusta, ahí están: ya tienen jugadores millonarios, equipos, sus estrellas y canales, mueven mucha guita y se transmiten a todo el mundo.

Dos propuestas para encarar la situación

Como cuando te comprás una licuadora que no te resulta bien, pero la usás igual porque ya la tenés, al VAR ya lo tenemos adentro (del fútbol), y es difícil que desaparezca. ¿Qué se puede hacer para que realmente aporte al juego y no lo destruya? Humildemente, propongo dos criterios básicos que refuercen el hecho de que es un asistente del árbitro, no un reemplazante.

El primero, quitarle la potestad de intervenir si el árbitro principal no lo requiere. Es decir, que sea el árbitro el que lo pida cuando duda, y que por lo tanto el juego esté parado. El segundo, que el offside se cobre en función del torso de los jugadores y no de sus extremidades, que es lo que puede percibir un juez de línea con la vista con la pelota en movimiento. Así tal vez se recupere no digo la esencia pero sí la dinámica original del juego, antes de que algún retobado haga justicia por mano propia.

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