Batalla de Ideas

8 enero, 2021

Carta para une militante en 2021

La pandemia del coronavirus dejó en evidencia y profundizó las desigualdades propias del sistema capitalista. ¿Cuánto aportó la militancia a la construcción de un proyecto político transformador y emancipatorio?

Crédito: Javier Iglesias

Juan Manuel Erazo

@JuanchiVasco

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Lo más inesperado sucedió en el 2020. Incluso quienes hemos sufrido la pandemia de gripe porcina en 2009 (con sus respectivas restricciones), jamás hubiésemos imaginado el escenario global que se desplegó ante nuestros ojos. La militancia, casi siempre escéptica a la enfermedad y al cuidado del cuerpo propio, fue quién más tomó como bandera la necesidad de cuidar al otro y a sí mismo. Mientras tanto maduraba la pregunta ¿Este evento de proporciones bíblicas, generará algún cambio? ¿Algo? ¿Lo que sea?

Y han corrido ríos de tinta de periodistas, intelectuales y referentes políticos que comenzaron a vaticinar el colapso del sistema capitalista y/o la instalación de proyectos alternativos. Sin duda la pandemia ha dejado al desnudo las catacumbas del sistema: desigualdad, miseria, daño ambiental, desprotección del sistema de salud, violencias, individualismo. Ahora bien, a un año de que haya comenzado la pandemia de coronavirus cabe preguntarse: ¿cuánto se ha desnudado la miseria del sistema y profundizado sus aspectos más descompuestos, y cuanto se ha puesto en debate este sistema, generado otras agendas o fortalecido proyectos alternativos? Esta pregunta, por lo reciente de los acontecimientos, carece de respuesta inmediata, obviamente.

Sin embargo, debe ser una pregunta constante y un norte. ¿Cuánto de esta oportunidad histórica para plantear una idea de futuro distinta estamos aprovechando y que estamos haciendo para que eso suceda? Básicamente, ¿cuánto estamos aportando a la construcción de un proyecto político transformador y emancipatorio? Para pensar esta pregunta es necesario contemplar algunos elementos.

El escenario regional

Nuestro continente está en guerra y nuestro país no es la excepción. Son los tiempos de la guerra hibrida: diplomática, informática/mediática, económica, judicial/política, y paramilitar. Como reza un documento de entrenamiento clasificado del Ejército de Estados Unidos: “degradar el aparato de seguridad del gobierno (los elementos militares y policiales de poder nacional) hasta el punto de que el gobierno sea susceptible de ser derrotado”. El punto no es necesariamente sustituir un gobierno hostil a Estados Unidos por uno que le sea favorable. En el fondo las guerras híbridas son caos gestionado. A este escenario bélico planteado por el imperialismo norteamericano se ha sumando un elemento caótico impensado para todas las partes: la pandemia.

La imagen de muertos en las calles, el colapso del sistema de salud, la crisis económica, la profundización de la desigualdad, son todos elementos que han desgastado la imagen pública de gobiernos que se creían mucho más fortalecidos. Esto, sumado a la capacidad de resistencia histórica que muestra América Latina (quinientos años de caer y volver a levantarse), han podido plantear un fin de 2020 mucho más esperanzador. El aplastante triunfo electoral del Movimiento Al Socialismo (MAS) en Bolivia, la aprobación de la reforma constitucional en Chile, la lucha del pueblo peruano que ha despertado, la victoria en las elecciones legislativas de Venezuela, configuran un escenario continental aunque sea incierto y no tan dominado por expresiones reaccionarias.

En este escenario se desenvuelve el gobierno del Frente de Todes, lejos de las imágenes de integración que veíamos diez años atrás pero sin derrota definitiva de las aspiraciones populares. Este gobierno, que vio extendido los cien días de gracia por su política ofensiva contra la propagación inmediata del coronavirus, lejos está de aquella postal de periódicos con la misma tapa y unidad contra el “enemigo exterior”. Por el contrario, cada vez más ha visto penetrar dentro de si las contradicciones que implican el ser americano.

El gobierno de Alberto Fernández apela intensamente a esperar el efecto rebote tras la caída económica y sostener un centro político estable entre el oficialismo y una oposición “consciente” (Horacio Rodríguez Larreta, por poner un ejemplo). La soja sube y con ella la esperanza de frenar las ansias devaluatorias. Confía en el impacto social de la campaña de vacunación, pero sabe también que la cercana segunda ola es una bomba de tiempo dispuesta a estallar en todos los términos.

Ante este optimismo de la moderación, los grupos concentrados de poder han decidido apelar al desgaste y a la confrontación más allá de los gestos dialoguistas y conciliadores del otro lado. El gobierno se adentra al 2021, a pleno año electoral, resistiendo este desgaste planificado pero habilitando considerables concesiones a las minorías privilegiadas.

Las paupérrimas condiciones materiales de nuestro pueblo no han terminado. Por el contrario, la pobreza ha aumentado considerablemente y el mayor riesgo que se corre es que esto se normalice. Básicamente, que el objetivo del gobierno del Frente de Todos sea solo ser el gobierno de lo menos peor. La deuda es un yunque efectivamente, más de lo que se creía en los meses de la negociación exitosa. Al gobierno no le sobra nada, por el contrario, le falta bastante. Todo eso que falta son tareas de la etapa que implican muchas veces apoyar al gobierno y en otros casos tensar (fuerte) con él, siempre sobre la base coherente de saber que detrás de si no hay mucho más que un abismo reaccionario dispuesto a terminar la tarea iniciada en 2015 a como dé lugar.

El campo popular

El gobierno del Frente de Todes es una fuerza sumamente heterogénea, no solo desde sus sellos, sino principalmente desde las fuerzas que lo componen, desde organizaciones sociales y sindicales hasta partidos políticos tradicionales con férreos lazos económicos poderosos. El gobierno del Frente de Todes ha tenido que dar voz y lugar a nuevos actores que han acumulado protagonismo durante los últimos cinco años.

El movimiento feminista es sin dudas uno de ellos. Su representación dentro y fuera del FdT devino en la creación del Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad como máxima expresión de incorporar la cuarta ola como política de Estado. Desde allí pudieron impulsarse también objetivos concretos del movimiento como el Plan Nacional de Acción Contra las Violencias por motivos de género, el cupo laboral travesti trans en la administración pública y el histórico logro de que la Interrupción Voluntaria del Embarazo sea ley en nuestro país ¿Se pudo haber logrado todo esto sin la necesidad de un Ministerio? Posiblemente, pero sin dudas hubiese costado el triple.

La economía popular, sector que ha resistido con tenacidad e inteligencia los embates del macrismo, también ha ganado lugares de Estado importantes a la hora de pensar políticas públicas populares para los mas excluidos. Cuenta con la experiencia de algunas gestiones en épocas kirchneristas pero tiene presente nuevos desafíos  devenidos de un proceso donde la economía popular no es más el frente de masas o el movimiento desocupado de antaño, sino una fuerza que ha demostrado cual es su lugar en los procesos económicos, en la sociedad, en el mundo del trabajo, y por sobre todas las cosas, cuáles son sus aspiraciones de país.

Ahora bien, el desafío del campo popular no es solo gestionar bien los lugares de Estado que pudo ocupar. No existen hoy en día grandes condiciones para modificaciones estructurales del Estado en el corto plazo. Esto puede ser una obviedad, pero las expectativas puestas en la intervención desde  el campo popular en el gobierno (más aun habiendo pasado por la pesadilla del macrismo) pueden generar errores exitistas o desviacionismos institucionalistas. Es preciso transitar la etapa con cautela, reflexión y orientaciones claras. No existe hoy un proceso de alza ni un copamiento de los lugares de Estado que nos permitan pensar en cambios sustanciales de una maquinaria que está estructuralmente enlazada a la dominación y reproducción del capital.

El desafío está en poder transitar de manera creativa la tensión entre sistema político, Estado, movimiento popular y proyecto emancipatorio. Orientar hacia un horizonte de transformaciones que vayan más allá de lo posible, corriendo hacia la izquierda la vara del quehacer político cotidiano, debe ser el norte. La pregunta es ¿cómo esta transitando el campo popular argentino esta tensión? No en los mejores términos quizá. Sucesivas rupturas e incisiones generaron un futuro incierto donde se deberá ver cuánto de eso son reagrupamientos esperables de la etapa que se abre, y cuánto es una expresión de problemas complejos de resolver, aggiornamientos a las lógicas de Estado, complacencia con la vara derechoza que mide la política y acostumbramiento a lo posible.

En este sentido organizaciones sociales y gremiales han planteado un Plan Nacional de Desarrollo Humano Integral, hay ideas y propuestas a abordar. Plantea la generación de cuatro millones de puestos de trabajo, la generación de obras de integración urbana, la creación de nuevos emplazamientos industriales y comunidades agrícolas. Se financiaría centralmente con una distribución más equitativa de las riquezas.

La unidad se tornó esencial. Debería ser casi un reflejo coherente con la realidad. Unidad como necesidad de generar correlación de fuerza ante un enemigo que se sabe mucho más poderoso.

¿Cómo seguir pensando en una izquierda popular?

Hay un sector de la política que entiende que con moderación no es suficiente. No es por mero izquierdismo infantil, es una lectura basada en los últimos acontecimientos continentales. La izquierda popular no es ajena a este nuevo escenario de inserción institucional en un gobierno de un frente heterogéneo y no exento de tensiones. Es un espacio que cuenta con referencias, espacios de enunciación, y con ideas fuerza asimilables y asimiladoras. Es por lo pronto una voz minoritaria, pero molesta. Quizá ese sea el rol que deba jugar por lo pronto.

La pregunta es cómo llevar a cabo tantas tareas en un marco continental defensivo, cómo aportar a la lucha por la recuperación y ampliación de derechos para nuestro pueblo trabajador y por la acumulación fuerzas sociales capaces de revertir esta etapa defensiva sabiendo que debe entrar en confrontación casi inmediata con sectores de poder dominantes.

Para incomodar, para ser parte de un frente de gobierno heterogéneo, hay que tener iniciativa política, puntos de acumulación adentro y afuera del estado, y espacio de enunciación con relativo alcance. Dos  grandes reagrupamientos que se dan en este sentido son los planteados por el Movimiento Evita y el Frente Patria Grande. El primero tratando de consolidar un espacio alternativo, usando la “mascara del Alberto”, y muchas veces quedando objetivamente en posiciones conservadoras. El segundo intentando fusionar la narrativa movimientista con la estética rebelde de la izquierda latinoamericana, mientras que  platea una superación de las limitaciones del progresismo en clave más radicalizada.

Gestar una fuerza política y social capaz de ampliar el espectro de “lo posible”. Esto implica pensar la izquierda popular como espacio de enunciación de esta tarea a la vez que se milita día a día por cambiar la realidad concreta de nuestro pueblo.

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