6 enero, 2021
Osvaldo Soriano, no habrá más penas ni olvido
Un 6 de enero de 1943 nació el escritor y periodista Osvaldo Soriano. Futbolista trunco, devoto de San Lorenzo y peronista adolescente, entabló una relación mística con los gatos, sin los cuales no podía escribir. Contrario a los amantes del formato y la elegancia lírica, escribió sobre las cosas que nos pasan a todos.


Isidoro Aramburú
Nació en Mar del Plata en 1943, pero herró por varias ciudades durante su adolescencia, arreado por las vicisitudes del trabajo de su padre en Obras Sanitarias. Vivió en San Luis, Río Cuarto, Cipolletti y Tandil, donde empezó a canalizar su sueño frustrado de goleador, escribiendo algunas páginas de fútbol.
Dejó los estudios secundarios y ejerció varios oficios. Recién cuando contaba 20 años, un amigo le acercó Soy leyenda, una novela de ciencia ficción que devoró de inmediato. Así comenzó su amor por las letras que al mismo tiempo leyó y escribió con soltura innata.
La agilidad de su pluma lo llevó a Buenos Aires, donde rápidamente empezó a codearse con grandes periodistas y escritores de las redacciones porteñas más prestigiosas. En 1973 publicó Triste, Solitario y Final, con gran éxito entre los lectores pero recelo por parte de la crítica, esa apreciación ambigua que sería una constante durante toda su vida.
Luego escribió No habrá más penas ni olvido, Cuarteles de invierno, Una sombra ya pronto serás y A sus plantas rendido un león, entre otras novelas que fueron traducidas y publicadas en más de veinte países. Algunas de ellas fueron llevadas al cine de la mano de grandes actores y directores.
Debido a sus pretensiones políticas, tuvo que emigrar del país tras la irrupción de la última dictadura militar. Vivió en Bélgica y luego en París, donde escribió junto a Julio Cortázar en la revista Sin Censura, sobre las historias oscuras que en Argentina se ocultaban.
El éxito comercial de Soriano, con el advenimiento de la democracia, fue inusitado. En total vendió más de un millón de libros. Sin embargo, fue sistemáticamente atacado por aquellos críticos que observaban una grieta irreconciliable entre la cultura popular y la “alta literatura”, apreciación según la cual, el arte debe estar dirigido sólo a algunos pocos. Heredó el estigma de Roberto Arlt, quien, según la crítica, “escribía mal” pero era admirado por miles de lectores.
Y como Arlt, siguió “escribiendo en orgullosa soledad, libros que encierran la violencia de un cross a la mandíbula”, sin mellarse ante el bufido del gabinete de eunucos. Ya que, mientras tanto, generaciones enteras crecían leyendo sus novelas y viendo las películas que sobre ellas se realizaban.
Le gustaba preguntarse, sobre los que eran adulados en demasía, o se jactaban con vehemencia sobre las hazañas propias, si no tendrían abuela para que lo hiciera por ellos. Por eso, dejaremos al tiempo hablar y sacar sus propias conclusiones, sobre el escritor de los gatos, San Lorenzo, los cigarros, el peronismo y el pueblo.
Mejor aún, dejemos que los gatos lo cuenten, como a él le hubiera gustado: “¿Cómo hablar de nosotros si no sabemos quiénes somos? (…) Yo no tengo biografía. Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna”.
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