14 diciembre, 2020
Sin minorías intensas solo hay mayorías autoritarias
Durante el debate por la ley de aborto legal, seguro y gratuito en el Congreso se repitió mucho el argumento que este debate era inoportuno, que no había mayorías reclamando el aborto. Pero los derechos nunca se inician con mayorías, sino todo lo contrario. Por eso los derechos no se plebiscitan, se conquistan. Por lo tanto, siempre es el mejor momento para ampliar derechos.


Hernán Aisenberg
Si hay algo que se ha repetido mucho en este largo debate por el aborto legal, es que los diputados y diputadas no pueden legislar para una minoría que reclama el derecho a abortar cuando hay una mayoría de la población que no lo pide, no lo desea y no lo siente oportuno ni prioritario frente a las supuestas “urgencias” que tenemos como pueblo. Sin dudas es necesario que nos pongamos a pensar y a debatir de qué hablamos cuando hablamos de mayorías, minorías o incluso prioridades a la hora de legislar derechos.
José Martí: varón, blanco, hijo de colonos, universitario y escritor dejó marcado a fuego en un pueblo mulato, esclavo, analfabeto y rural que los derechos no se piden, se arrancan. Sabía muy bien que cuando escribía lo hacía desde un privilegio heredado, pero sabía también que a la hora de la guerra sus privilegios se borraban por completo. Tanto que fue herido en su primera batalla por la independencia, y sin embargo nunca dudó un segundo de atreverse al combate.
No es casualidad hacer mención de Martí, quien abandonó las comodidades de la pluma para buscar la independencia de un pueblo que probablemente haya tardado años en sentir empatía con su propuesta revolucionaria. ¿Quién podría decir que en las grandes gestas independentistas de América Latina, San Martín, Bolívar o Juana Azurduy contaron desde un principio con el apoyo de las grandes mayorías? ¿Quién puede asegurar que no fueron siempre -o casi siempre- las minorías intensas las que asumieron el rol de caminar sin certezas y de hacer camino al andar?
Las grandes transformaciones siempre vinieron acompañadas de grandes conflictos y grietas. De un lado, quienes reclamaban derechos que le eran negados o esquivos, y del otro, aquellas personas que, asumiendo o no sus privilegios, buscaban sostener los beneficios que el sistema les otorgaba. Si tuviéramos que hablar de cantidades, deberíamos asumir que -al menos en un principio- ambos lados son minoritarios: la minoría privilegiada de un lado, y las que toman conciencia de sus derechos incumplidos del otro.
Las grandes mayorías suelen estar por fuera de la discusión. Porque desconoce los derechos que le son negados, porque son perseguidas por reclamar o bien porque descreen que las cosas alguna vez puedan cambiar. En los tres casos, los privilegiados aprovechan la ausencia de mayorías para armar una gran falacia discursiva: si la mayoría no lo reclama, entonces la mayoría no lo desea, la demanda no existe o el derecho no es urgente ni prioritario. Esta falacia, tan simple y tan imperceptible, termina por legitimar al poder y a los privilegiados como una minoría que se define a sí misma como representantes de una mayoría que no desea y no reclama nada distinto a lo que ellos quieren.
Quizá por eso la democracia tal cual la conocemos nos esté quedando chica. Quizá durante años nos vendieron que al ser el gobierno del pueblo, la igualdad y la libertad estarían garantizadas. Sin embargo, debemos asumir que estos valores no están dados, no vinieron con la democracia, sino que son parte de la disputa de derechos de todos los días. Quienes gobiernan asumen que somos libres e iguales pero sabemos que aun en democracia algunas personas son más libres y más iguales que otres.
Nuestra vida está plagada de momentos donde la desigualdad nos da una cachetada a mano abierta. La desigualdad duele, pero duele cuando estamos del lado de los “menos”, del lado de les castigades, del lado de les oprimides. Del otro lado, no solo se desconoce el sufrimiento, sino que se niega el privilegio, no se asume.
Por suerte existió esta minoría, las pioneras que se transformaron en miles de compañeras feministas, que se hacen cada día más intensas y más fuertes como movimiento y siguen creciendo. Como también existe aquella ferviente militancia por los derechos LGBT+ y tantos otros derechos que a priori uno podría decir que no cambiaron mi vida, pero que sin duda nos la cambiaron a todes. Porque el derecho no se iniciará con mayorías, sino con minorías intensas que nos enseñan a los privilegiados a corrernos, a escuchar, a exigir en conjunto.
Quizá sea tiempo de que los y las dirigentes políticas también se sepan privilegiadas y aprenda a correrse, a escuchar y a exigir en conjunto. Porque seguramente no haya una mayoría reclamando el aborto, pero tampoco hay grandes mayorías exigiendo prohibirlo. La realidad es que hoy una minoría toma la decisión de que el aborto sea ilegal, clandestino y peligroso para todas y otra minoría está pidiendo libertad para decidir, educación para no tener que abortar y aborto legal para no morir. La mayoría sí reclama que vivamos en un país menos clandestino, menos secreto y más seguro.
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