11 diciembre, 2020
Notas para una crónica del 10 D feminista
Crónica de una jornada que condensa la intensidad histórica de otros 10 de diciembre que la precedieron, y de las luchas que el movimiento feminista desarrolla hace años por la legalización del aborto. Una escritura somnolienta, todavía cargada de la energía colectiva que impulsó la vigilia de ayer.


Victoria García*
Nuestro 10 de diciembre es mucho más que las veinticuatro horas que contiene en el calendario común. Empieza en 1983, cuando la democracia que hoy conocemos se asomó a la historia, vacilante y con límites, aunque inapelable frente a ese otro que fueron los años de la dictadura.
En esa democracia incipiente del 83, mientras en el mundo se imponía cada vez con más fuerza la idea de que No hay alternativa, preconcebida en nuestro país por el genocidio, un grupo de mujeres, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, encabezaban las luchas por juicio y castigo a los responsables de los crímenes de Estado de la dictadura. Fue en esos años, también, que se comenzaron a desarrollar los Encuentros Nacionales de Mujeres, inéditos a nivel mundial.
Otros 10 de diciembre que vinieron después marcaron, en sucesivos recambios presidenciales, la continuidad de un proceso democrático que, paradójicamente o no, defendemos frente a dictaduras viejas y nuevas, pero ponemos en tela de juicio cuando se trata de considerar sus alcances y problemas reales desde el punto de vista de las condiciones de vida de las mayorías populares. La denegación del derecho al aborto voluntario, las consecuencias que ello tiene sobre la salud de las mujeres y las personas gestantes, sobre su autonomía, es, sin dudas, una de las deudas de ese proceso.
Por eso no es banal que el debate legislativo sobre la IVE haya llegado a la Cámara de Diputados justo ayer, ahora por iniciativa del Poder Ejecutivo nacional y con su apoyo abierto. No es banal, especialmente después de un 10 de diciembre festivo y catártico como fue el de 2019, cuando una multitud salió a las calles ya no para rechazar las políticas de ajuste del gobierno macrista, sino para celebrar que habíamos logrado derrotarlos en las urnas.
Si hasta ahora el 10 de diciembre contenía una significación especial para la democracia argentina, ahora se cargará de la potencia de haber dado un paso más para hacer de esa democracia una realidad un poco más tangible en las vidas de muchas y muches.
La intensidad histórica de un día como el de ayer se palpa ahora en el presente, y no solo en que acaso la fecha quede para la posteridad. Ya desde los días previos, se sentía en el aire el magnetismo de un acontecimiento ineludible. Las luchas colectivas tramadas por el feminismo, desde mucho antes que el movimiento cobrase la amplificación pública que vemos y vivimos hoy, se percibían como precedentes que se iban a actualizar en cada una y cada une de quienes peleamos por la legalización de la IVE. Allí está, como referente ineludible de esta lucha, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
Ante un día tan intenso, tan cargado de significación histórica, la crónica de los eventos del 10 D solo puede ser fragmentaria: parcial por lo personal; permeada por la mirada limitada de quien estuvo ahí, empujando para que sea ley. Pero lo personal, como decimos siempre, es ineludiblemente político.
En este sentido, la crónica de ayer es fragmentaria también porque se teje desde un lugar físico y político particular que, en este caso, se encuentra atravesado por la tensión ineludible, a veces productiva y otras explosiva, entre institucionalidad y movimiento, entre el Congreso y las calles.
La derrota parcial (¿o triunfo parcial?) de 2018 puso de manifiesto los bemoles de ese vínculo: nosotras, desde el movimiento y con una enorme demostración de fuerzas callejera, hicimos todo lo que pudimos para que fuera ley, pero el Senado nos dio la espalda. Hubo quienes nos preguntamos entonces si no era momento de romper todo, o al menos de lanzar unas cuantas piedras hacia el Congreso, como había ocurrido poco antes en las también memorables jornadas de protesta contra la reforma previsional macrista.
Esta crónica –que se sepa– es una crónica de la potencia en acción del movimiento feminista, que se vive con particular intensidad en las calles. Es, por ese motivo, una crónica de la impaciencia. Un relato que quiere dejar de ser relato: ya hemos hablado mucho sobre el derecho al aborto, y ahora necesitamos que se haga realidad.
En las luchas del movimiento feminista, la impaciencia va de la mano de la tenacidad y de la persistencia, aunque esto pueda parecer contradictorio. Con tenacidad militante, con obstinación, pusimos en marcha una vigilia –una más, después de las multitudinarias de 2018– que se inició desde antes incluso que comenzara la sesión en Diputados.
Dice un diccionario sobre el término “vigilia”: Estado de quien se halla despierto o en vela. En efecto, ninguna de nosotras podría haber dormido hasta conocer los resultados del debate: si hay desvelo, mejor colectivizarlo. El día que antecede a cualquier cosa y en cierto modo la ocasiona. La media sanción sale si salimos, como lo venimos haciendo hace años. Oficio que se reza en la víspera de ciertas festividades: no hay religión, pero sí ritual y festejo en las vigilias feministas. Falta de sueño o dificultad de dormirse, ocasionada por una enfermedad o una preocupación. La preocupación es muy fundamental: ¿y si no sale?, ¿y si sale ahora pero no en el Senado?
Esa preocupación, un malestar que nos atravesó durante la sesión de ayer, es también una impaciencia: mientras los diputados opositores a la sanción de la ley recurrieron a mil y una maniobras para postergar de nuevo la consagración de este derecho (“No es prioridad”, “No es oportuno”, se escuchó ayer en forma reiterada en el debate), para nosotras es urgente. La ley incluso está llegando tarde frente a los cientos de muertes producidas por aborto clandestino.
El debate en Diputados, visto desde la vigilia callejera, pareció demasiado extenso, un rodeo innecesario por argumentos una y otra vez repetidos, que entre los sectores antiderechos se sostienen, explícitamente o no, en dos presupuestos básicos: la preservación de la moral cristiana y el recelo sobre la capacidad de las mujeres de decidir sobre sus vidas.
Tantas veces tuvimos que prestar oídos a esos argumentos, que aun entre los retazos incompletos de las intervenciones proyectadas por por las pantallas, tras el bullicio y el ajetreo callejeros que hacían imposible seguir con atención plena el debate, era posible preverlos con eficacia.
No podemos esperar más. Sin embargo, permanecimos en las calles durante veinte horas esperando el resultado de la votación. Esa combinación de impaciencia estratégica y paciencia táctica es una de nuestras fortalezas como movimiento. Volveremos a apelar a ella cuando el proyecto de ley se debata en el Senado.
La encrucijada es abrumadora, porque tanto el impacto de un posible triunfo como el de una posible derrota serán mayúsculos para el movimiento feminista: está en juego una lucha de muchos años. Más de fondo, está en juego la capacidad de nuestro movimiento de ampliar derechos sociales, volviendo cada vez más real la democracia que supimos conseguir, pero también de renovar las perspectivas de cambio social. Frente a la idea dominante de que No hay alternativa, nosotras y nosotres venimos a cambiarlo todo.
* Investigadora del CONICET y secretaria de Géneros de ATE-CONICET Capital
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