Batalla de Ideas

25 noviembre, 2020

Sin Dios

El que hizo jueguito con una pelotita de papel en Harvard. Si yo fuera Maradona, viviría como él. Tantas canciones. El eco arrumbado de cada amague, en el avance infinito al terreno inglés. Chau, Butcher, chau Shilton. ¿De qué planeta viniste, barrilete cósmico? Por eso es la peor noticia para los que amamos el fútbol y también para los que amamos la vida (que en el fondo son lo mismo). Diego. Se fueron las palabras.

Mariano Cervini

@marianocervini

COMPARTIR AHORA

Las mayúsculas son para los grandes títulos. Por eso sería mejor usar las minúsculas. En vez de “Dios”, que sea “dios”, como a él le gustaba. Del lado de los humildes, de los que no crecieron con capas y coronas, del lado de los sin nombre. Diego Armando Maradona. El creador de lo imposible. La pelota siempre al pie, el mentón arriba, la mirada puesta en el infinito. Escribo sin pensar y pienso que es mejor. Los recuerdos de Diego se me agolpan en el alma como una herida que se abre y respira. Como esos volcanes en erupción que desgarran la tierra y lloran el secreto de su lava. Diego. Los mil Diegos. La corrida interminable. El gol más grande de la historia de los goles. El gol que trasciende la cancha, que abre las almas atragantadas de todos los argentinos. El mundo lo mira y celebra. Diego sin cassette. Corre con la mirada en el cielo.

Mis recuerdos de Diego no importan, pero son un buen ejemplo para entender su trascendencia. Diego es mi vida porque todo lo que le fue pasando, como a miles de personas, lo viví como si me pasara en carne propia.

“Cuando no tengo ganas de abrir el kiosko, pienso en todas las que pasó Maradona”, decía Alejandro, el diariero de  la vuelta de casa. Inspiración. Respiración. Maradona no es fútbol, siempre es otra cosa. Levantarse del fracaso. Renacer. Tantas veces renacido. El barrio y la fiesta. Escribo sin pensar. Sale a la tierra toda esa lava por la herida.

En mi calle hubo un sólo grito: “¡Diego, no!”, escuché que decía alguien. Ahí nomás fui a la tele. Supe que era él. Porque era un grito sin nombre, un aullido vuelto amor desgarrado. Diego en el noventa puteando a los tanos cuando nos chiflaban el himno. Diego con el tobillo del tamaño de un melón, apenas de pie, pero de pie, tirando el pase más increíble para gritar el gol contra los brasileros. “¡Diego!, ¡Diego!”, aúlla Cani con las palmas abiertas, esperando el pase del ´94. Diego metiendo el penal contra Italia y abrazando a Galíndez, el aguatero, el rango menor, el que se escribe con minúscula.

Cuando hoy escuché el grito de la calle, lo supe. Tal vez fui yo el que grité: “¡DIEGO NO!” Andá a saber cómo fue. Que la cuenten como quieran. Cabezas de termos. Se les escapó la tortuga. ¿Dónde estás, Diego? Ahí, en la calle, en ese grito, con la gente. ¿Importa lo que me pase? Me tiemblan las manos. Pararon las lágrimas pero veo que Pelé lo saluda en Twitter y ese volcán vuelve a brotar. Ni lágrimas, ni angustia, ni vacío. Un volcán que desarmó nuestra infancia, un dolor que destroza la alegría. Diego.

El que hizo jueguito con una pelotita de papel en Harvard. Si yo fuera Maradona, viviría como él. Tantas canciones. El eco arrumbado de cada amague, en el avance infinito al terreno inglés. Chau, Butcher, chau Shilton. ¿De qué planeta viniste, barrilete cósmico? Por eso es la peor noticia para los que amamos el fútbol y también para los que amamos la vida (que en el fondo son lo mismo). Diego. Se fueron las palabras. Hoy más que nunca escribo para no morirme. Para que esa brecha del dolor se convierta en otra cosa.

¿Podremos? ¿Cómo vamos a seguir sin Diego? El que nos dejó sus eternas vueltas. El de la franja amarilla en el pelo, cuando volvió a Boca y me levanté para verlo de madrugada porque jugaba en Corea. El que paralizó a toda mi familia frente a la tele cuando volvía a jugar en el repechaje del Mundial ´94, y nos olvidamos una torta en el horno que se volvió anécdota. Unión. Felicidad eterna. Diego se multiplica en anécdotas. La vez que con Sergio nos quedábamos hasta la madrugada en nuestros cortos y jóvenes veintes a suponer tácticas y vueltas a la Selección.

Cosas imposibles. Maradona era eso. Fiesta, fútbol, unión, pueblo. Sus odiadores no merecen ser nombrados. Los condenará el olvido. Nosotros tenemos el recuerdo de cada gambeta y la sonrisa que se nos dibujaba en la cara. Nosotros somos más y mejores. ¿Diego, qué vamos a hacer sin vos? Lo escribo y lloro. Pero no importa que llore el que escribe. Importa que lloramos todos.

El dios con minúscula. El entrenamiento en Nápoli con la música de Opus (el único entrenamiento de un jugador de fútbol que se rememora cada aniversario). El Papa es arquero. El techo de oro del Vaticano. Fuera Havelange. Diego enseñándole a Messi a patear tiros libres. Ponela arriba, papá!

¿Cuánto dolor podremos resistir? La respuesta es la que hubiera dado él: Maradona soportaba cualquier cosa. Nosotros seguiremos su ejemplo. Te vamos a extrañar como a nadie. Diego. El de la vida eterna. El amor que nos diste. Hoy no se murió el fútbol. Hoy se agrandó el mito. Qué bueno, Diego, que vas a vivir para siempre.

Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.

Aportá a Batalla de Ideas