Deportes

25 noviembre, 2020

Gimnasia, la última alegría de Diego

Maradona murió siendo el director técnico de Gimnasia. Será un estigma que los triperos llevarán siempre, pero también un orgullo: el Lobo es el último lugar en el que fue feliz.

Nicolás Zyssholtz

@likasisol

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Miles de personas, jóvenes, viejos, varones, mujeres, se ponen en cuclillas, achinan los ojos y asoman la nariz entre las vigas de cemento que forman la “tribuna de 60”, la cabecera del estadio de Gimnasia que da espaldas a la Facultad de Medicina. La cancha les queda atrás, pero la atención está ahí. Diego acaba de pisar Tierra Santa y, bajo una gorra blanca, se abre paso lentamente entre un mar de guardias de seguridad, dirigentes y figurones de turno hasta la zona de vestuarios, donde lo esperan sus jugadores.

Minutos después, Maradona sale de la boca del Lobo. El túnel personalizado para el club le da la bienvenida al más grande de todos. El clima en el Bosque es único. No por la cantidad de gente; si algo no le ha faltado a Gimnasia en su historia es hinchas. El clima es otro.

Es una alegría, un triunfo. “Vale una estrella”, se burlan los hinchas rivales ante la supuesta falta de títulos tripera. Pero Diego tiene bordado ese escudo complicado, único, con su casco de armadura, sus laureles, su florete y su sable. Diego es de Gimnasia. Así sea por un día. Para siempre.

Maradona llora. Lloran 25 mil personas. Lloramos todos y todas las hinchas del Lobo. “Pensé que me estallaba el corazón”, dice. Yo también.

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En septiembre de 2019, Gimnasia se había quedado sin técnico. Pero no era solamente eso: el Lobo estaba roto, destrozado, irrecuperable. Virtualmente descendido. Nadie se imaginaba lo que venía.

La idea de que Diego Armando Maradona fuera el técnico del club no traía ninguna esperanza en particular de cara a una revolución táctica, a la consecución de los resultados milagrosos que el club necesitaba para seguir en Primera. No importaba, claro. Desde la confirmación de la noticia, nadie hizo cuentas con los promedios, en los que Gimnasia estaba último; también dejaron de mirar la tabla de posiciones. Todos y todas soñaban con Diego.

Es difícil de explicar para alguien ajeno (¿qué persona en Argentina puede considerarse ajena a Maradona?) el aura que lo rodeaba. Paralizaba todo. Y hablamos de su última versión, la de una especie de anciano joven, casi incapaz de caminar, con sus facultades cognitivas evidentemente disminuidas.

Gimnasia, incluso, pasó a un segundo plano, y como hincha fue algo difícil de aceptar. Cada vez que el Lobo jugaba de visitante lo importante ocurría antes del partido: hinchas de Talleres, de Newell’s, de Huracán, de Boca, de Independiente, le declaraban su amor eterno. Una especie de gira de despedida que él merecía. Si no hubiera intercedido la pandemia, nos hubiéramos ido a la B; pero nada era tan triste como antes.

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Sabe D10S que las responsabilidades no suelen sentarle bien a Gimnasia. Pocas veces hemos estado a la altura de las circunstancias, futbolísticamente hablando. La nuestra es una historia de un gigante dormido, del que se ahoga en la orilla, del que siempre está al borde de hacer la diferencia pero nunca lo consigue. Una historia triste, diría algune que no entienda mucho. No, ni cerca: la de Gimnasia es una historia de esperanza, de resurrección permanente.

Por eso tenía que ser el Lobo el que le diera esta chance a Diego Armando Maradona. Un club popular, pasional, un club como él; pero sobre todo, un club que siempre da una chance más.

Será orgullo eterno de triperos, triperas y triperes que, esta vez sí, hayamos estado a la altura de la responsabilidad que nos tocó, quizás la más importante de nuestra historia: devolverle al más grande de todos los tiempos un pedacito de la alegría que le dio a todo el pueblo argentino. Lo hicimos, no hay dudas. Diego, en Gimnasia, fue feliz.

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