22 noviembre, 2020
¡Proletaries del mundo, uníos!
A propósito de “Uniendo lo que el capital divide”, de Rodolfo Elbert.


Fernando Toyos
A mediados de la década de 1970, la crisis del capitalismo keynesiano de posguerra abrió paso a una nueva ofensiva del capital contra el trabajo: eso que llamamos neoliberalismo y comenzó con los gobiernos de Ronald Reagan en EEUU y Margaret Thatcher en el Reino Unido, y tuvo su expresión, quizás, más cruda en las dictaduras que asolaron a los países de nuestra región. El poder de la clase trabajadora que, al decir del filósofo italiano Toni Negri, logró poner en jaque al mismísimo metabolismo del capital al autonomizarse de la relación Capital – Trabajo a través de la revolución de los soviets, forzó al capitalismo a reformularse, pasando a una etapa defensiva. Como dijo con toda claridad ese ‘burgués lúcido’ que fue John Maynard Keynes: era preciso reconstruir rápidamente el capitalismo europeo para detener los avances revolucionarios a los que, cabe aclarar, Keynes no tenía la más mínima simpatía. Es precisamente esta relación de fuerzas, favorable a les trabajadores y al conjunto de las clases subalternas, lo que la ofensiva neoliberal buscó quebrar. Y vaya si lo logró.
El avance de las reformas neoliberales se tradujo en un empobrecimiento acelerado de amplias capas de la población mundial, redundando en una agudización sin precedentes de la desigualdad, como retrata con toda crudeza Oxfam al señalar que el 1% más rico de la población posee más del doble de riqueza que 6900 millones de personas. Es que a la desarticulación de los mecanismos de seguridad social del capitalismo keynesiano se le sumó la consolidación de un segmento cada vez mayor de población obrera sobrante, producto de lo que el referente de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular Juan Grabois denomina “economía del descarte”.
Estas reformas produjeron una marcada desorganización al interior del conjunto de la clase que vive de su trabajo: el movimiento obrero del siglo XX, caracterizado por altos niveles de cohesión social y unidad político-sindical, se transformó paulatinamente en un archipiélago cada vez más desconectado en el que conviven condiciones de vida extremadamente dispares. Es precisamente en esta manifestación del capitalismo neoliberal -y en las estrategias que el movimiento obrero se da para combatirla- donde pone el foco el trabajo de Rodolfo Elbert, coordinador del Programa de Investigación en Clases Sociales (PIClases), que lleva por subtítulo “Clase obrera, fragmentación y solidaridad”. Sociólogo, doctor en Ciencias Sociales e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Elbert combina una perspectiva teórica marxista -fuertemente influenciada por los trabajos de Erik Olin Wright y Michael Burawoy- con un frondoso herramental metodológico que incluye un abordaje cuantitativo basado en encuestas (Capítulo 1) junto con los abordajes cualitativos que se pueden apreciar en los Capítulos 2 y 3, construidos a partir de entrevistas y observación participante y no-participante.
Como señala Burawoy en el prólogo, la fragmentación de la clase trabajadora obedece a un fenómeno global, que “se materializa en divisiones entre grupos raciales y étnicos, fracciones inmigrantes y nativas, hombres y mujeres, sectores formales e informales”, y un largo etcétera. Este proceso, continúa el sociólogo marxista británico, “se ha convertido en la base del populismo de derecha en las sociedades capitalistas avanzadas, así como de algunos gobiernos de derecha en el hemisferio sur”. Resulta difícil, en este sentido, no pensar en la interpelación hecha desde el macrismo a aquellas personas que, diferenciándose de la “Argentina improductiva”, aspiran a vivir en una sociedad meritocrática que distribuya “a cada cuál según su mérito”.
Estas expresiones de derecha han apuntado a politizar de modo reaccionario los distintos orígenes migratorios, encarnizándose con los trabajadores de la economía popular de origen senegalés, por ejemplo, o antagonizando con esos sectores que lograron resistir y reafirmar su historia de organización sindical, como lo demostraron -una vez más- las estigmatizantes declaraciones de la ministra de educación porteña, Soledad Acuña. El hilo conductor de todos estos casos -a los que podrían sumarse otros tantos- consiste en aguijonear permanentemente las múltiples fisuras que la precarización económica, la heterogeneización social y la desorganización política abrieron al interior de la clase trabajadora. A pesar de estos esfuerzos, en el Capítulo 1 de su trabajo, Elbert logra demostrar que las fracciones formal e informal de la clase obrera se encuentran ampliamente interconectadas entre sí, suturando permanentemente estas divisiones a través de la solidaridad de clase.
Sin embargo, no sólo los gobiernos de derecha tienen responsabilidad política a la hora de dar cuenta de la fragmentación social que caracteriza nuestra época: la falta de perspectiva clasista de algunos gobiernos progresistas, más acostumbrados a hablarle a los “ciudadanos” que a los trabajadores, se tradujo en la falta de iniciativas concretas que busquen revertir este proceso de heterogeneización. Se trata, en el largo plazo, de un error que se vuelve en contra de cualquier agenda de transformaciones, ya que la fragmentación de clase ofrece tierra fértil para las ideas conservadoras y reaccionarias y los discursos de odio.
Nuevamente, es la organización de las trabajadoras y los trabajadores, tanto de la economía popular como de la economía formal, la instancia que ofrece respuestas a esta problemática: los Capítulos 2 y 3 dan cuenta de experiencias de solidaridad entre distintos fragmentos de la clase trabajadora, a partir de la iniciativa de comisiones internas democráticas y combativas. Tanto a la hora de encarar procesos de lucha para lograr la efectivización y el pase a planta de trabajadoras y trabajadores precarizados -tercerizados, contratados, etc.- como cuando se trata de tejer lazos de solidaridad entre las fábricas y los barrios, la perspectiva clasista es fundamental para ver más allá de los discursos que legitiman y reproducen la fragmentación y entender a todes les trabajadores como parte de una misma clase. Lejos de reducirse al análisis sociológico, los referentes sindicales entrevistados por Elbert dan cuenta de que la perspectiva de clase orienta un trabajo cotidiano y sistemático, que pasa tanto por los conflictos como por el tejido de vínculos de amistad y compañerismo: “Entonces, después, compartir el cumpleaños, vas a los cumpleaños de los hijos de tus compañeros, te ayudan a hacerte tu casa, después, tu compañero es alguien que, no solamente trabaja con vos, sino comparte la vida y lo empezás a ver como que es alguien entrañable que no querés que te lo toquen. Después, si te lo tocan, saltan.”
En las conclusiones, Elbert plantea una pregunta que, lejos de ser retórica, constituye un interrogante fundamental de nuestro tiempo: ¿Pueden los y las trabajadores sindicalizados liderar las luchas por la igualdad social en un contexto de creciente fragmentación estructural? Y nos propone la siguiente respuesta: pueden, en tanto y en cuanto “desarrollen estrategias de organización que sean inclusivas de otros segmentos de la clase trabajadora”. Se trata de una condición fundamental, que debe contemplar a los heterogéneos sectores medios -en los que la desafiliación a la identidad de clase trabajadora ha avanzado como en ningún otro sector- así como a los sectores más dinámicos de nuestro tiempo: la economía popular y el movimiento feminista.
Aunque la inclusión de este último colectivo pueda parecer arbitraria, el feminismo es un movimiento que pone en cuestión los mismos fundamentos del orden social capitalista, que depende -acaso en la misma medida- de la explotación del trabajo asalariado y de la realización no remunerada de tareas de cuidado, casi siempre realizada por identidades feminizadas. Por esto mismo, es la clase trabajadora -en su más amplio sentido, más allá de la falsa dicotomía entre “obrerismo” y “pobrismo”- la que puede hacerse carne de las demandas del movimiento feminista en el camino de su recomposición política y social, para que el obrero arquetípico del siglo XX -varón, blanco, heterosexual- le ceda el paso a una clase trabajadora pluriétnica y disidente.
“Uniendo lo que el capital divide. Clase obrera, fragmentación y solidaridad (Buenos Aires, 2003-2011)” será presentado el lunes 23 a las 18.30 horas. Acompañarán al autor Ruth Sautu, Hernán Camarero y Carlos Zerrizuela. Pueden solicitar el link por mail a programaclases.iigg@gmail.com.
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