10 noviembre, 2020
Mujeres cazadoras: la arqueología como herramienta para la discusión de la división sexual del trabajo
La noticia del hallazgo de una tumba de una joven de entre 16 y 19 años, asociada a herramientas de piedra vinculadas con la caza y el procesamiento de animales datada en más de 8000 años en Puno, Perú, puso sobre la mesa la discusión acerca de los roles de género y la división sexual del trabajo en el pasado.
La evidencia
El estudio fue parte de una investigación dirigida por la Universidad de California publicada en la revista Science Advances bajo el título “Female Hunters of the Early Americas” (Cazadoras de la América Temprana). El enterratorio, ubicado en los Andes del sur peruano (cerca de la ciudad de Puno) pertenece a una joven de 16 a 19 años que vivió en esa zona hace unos 8300 años.
La determinación del sexo de los restos óseos se realizó sobre la base de marcadores osteológicos (es decir, tomaron en cuenta la gracilidad de los huesos -su tamaño y robustez-) y fueron confirmados por la presencia de un tipo de proteína en el esmalte de los dientes que tienen una distribución diferencial entre hombres y mujeres.
Sumado a estos análisis, se realizaron estudios de isótopos para confirmar la dieta de la joven, que indicaron consumo de animales y plantas terrestres, y una movilidad que la vinculaba con los ambientes de altura.
Pero más allá de estos datos, lo novedoso y llamativo de este entierro es que como parte de su ajuar se encontraron artefactos líticos (puntas de proyectil, cuchillos) asociados a la caza y procesamiento de grandes mamíferos. No es la primera vez que se encuentran enterratorios de mujeres con ajuares asociados a instrumentos de caza o, como se observó en otras latitudes, a artefactos de guerra (recuerden el caso del guerrero vikingo que luego de estudios de ADN resultó ser guerrera).
Pero, como sostienen les autores de la investigación, la observación de un entierro de una adulta en el Holoceno temprano asociada a un conjunto de artefactos vinculados con la caza mayor planteaba: ¿Hasta qué punto ese entierro era un incidente aislado, o si era parte de un patrón de conducta mayor?
Para responder a este interrogante, les autores revisaron los enterramientos publicados entre el límite Pleistoceno-Holoceno (hace unos 11 mil años) y el Holoceno temprano (entre hace 11 y 8 mil años) en América, e identificaron 429 individuos. De ellos, 27 estaban asociados con herramientas de caza mayor. Incluyendo este caso, 11 se identificaron como mujeres y 16 se identificaron como varones.
Estos resultados revelan varios aspectos de los sesgos de género asociados a la investigación científica:
a) inferir a partir de datos etnográficos de sociedades cazadoras-recolectoras actuales la división sexual del trabajo
b) a proyección acrítica de esta división sexual del trabajo a las sociedades del pasado
c) la suposición que la capacidad de gestar de las mujeres es la causa principal de esta división sexual del trabajo, donde la caza es una labor predominantemente masculina y la recolección es femenina, pues permite el cuidado de los niños.
El artículo aborda estas cuestiones, y es nuestro interés analizar estos tres puntos mencionados como parte del problema del sesgo de género en la arqueología y sobre cómo este sesgo ha generado interpretaciones del pasado que no se basan en la evidencia, sino en suposiciones (como la de que si un esqueleto humano tiene un ajuar de instrumentos de caza es un varón).
Roles de género – División sexual del trabajo
La división sexual del trabajo ha sido un campo de estudio abordado por la Antropología desde sus inicios, y posteriormente se ha trasladado a partir de la proyección de los datos etnográficos al análisis de los datos arqueológicos, a las sociedades del pasado.
Si bien es claro por los datos ofrecidos por Murdock, que la división sexual del trabajo varía mucho entre las sociedades, en la mayoría de los grupos actuales la caza de grandes animales es una actividad practicada mayormente por varones, en tanto que las mujeres y los niños cazan pequeños animales en las cercanías de los campamentos.
Esta división sexual del trabajo ha sido asociada a la capacidad de gestar que poseen las hembras de nuestra especie, otros autores han señalado a la neotenia -el periodo de crianza prolongada que poseen las crías humanas hasta poder ser independientes- como la causa de esta división sexual del trabajo. Aun así, ninguno de estos dos factores, la gestación o la dependencia prolongada de les niñes, explicaría por qué las mujeres no podrían haber sido cazadoras.
Les autores del artículo hacen una observación muy relevante sobre esto último: la joven cazadora de Puno tenía entre 16 y 19 años, y todavía quizás no había alcanzado su madurez sexual en términos sociales. Pero, además, el sistema de armas empleado (el propulsor) era de fácil aprendizaje si se enseña desde la niñez. Por ende, concluyen, la presencia de mujeres jóvenes como cazadoras no debería ser extraño, ya que podrían haber desarrollado esta habilidad mucho antes de comenzar a tener hijos.
Otro punto que resalta es que las actividades de caza de grandes mamíferos podrían ser y probablemente hayan sido colectivas, requiriendo la presencia de muchas personas, varones y mujeres de diferentes edades, para lograr el objetivo. La caza colectiva se podría haber sumado a la existencia de sistemas de cuidado que no recayera exclusivamente en las mujeres, sino en el grupo como un todo.
Adultos mayores, mujeres gestantes o con hijes lactantes podrían no participar en la caza de manera directa, pero podrían cuidar a les niñes más grandes de otras mujeres dejándolas libradas para tales tareas. Este conjunto, el modelo de crianza aloparental y la caza colectiva/comunal, habrían conducido al mantenimiento de las redes sociales en varias escalas, así como el sostenimiento de comunidades de práctica que apoyaran el sentimiento de pertenencia a los grupos.
Entonces, el hallazgo de este trabajo es arrojar luz a algo que desde la Arqueología de Género se viene señalando: es un error proyectar las actuales divisiones sexuales del trabajo a las sociedades del pasado. Este punto también ha sido enfatizado por Rita Segato en su estudio sobre el patriarcado y las sociedades indígenas.
Segato argumenta que la división del trabajo que es registrada por les antropologues en las comunidades indígenas actuales a lo largo del mundo se ha visto modificada por la interacción con las sociedades occidentales patriarcales o con dominación masculina.
Y esto sucede porque la mayoría de los agentes estatales que toman contacto con estas comunidades suelen ser varones (antropólogos, agentes de organismos del estado, ONGs) que entablan relaciones con los varones indígenas, generando asimetrías en el acceso al poder político en dichas sociedades.
Incluso, la acción de estos agentes estatales han cambiado la división sexual del trabajo, y tareas que antes eran realizadas por mujeres (como la horticultura) pasan a ser realizadas por varones, quienes son los que reciben la formación y el apoyo de dichos agentes.
A esto se le suma que la mayor parte de la etnografía sobre comunidades cazadoras recolectoras actuales ha sido generada por antropólogos y arqueólogos varones interesados mayormente en registrar las prácticas de caza o tareas llevadas a cabo por varones.
Si bien hay numerosas etnografías producidas por antropólogas mujeres (Mead, Benedict, Meggers, Chapman, entre muchas otras) el sesgo de género en muchas de sus interpretaciones y en lo que se elegía como objeto de estudio sigue estando presente.
De esta manera, desde la década de 1960 vienen sucediendo giros no solo en la práctica, sino en el pensamiento antropológico y arqueológico para dar cuenta cada vez más de cómo la perspectiva de les propies investigadores incide en la elección del objeto de estudio, pero también en las conclusiones que se extraen sobre él.
Arqueología de género
La arqueología de género empezó a ser más practicada desde fines de la década del 1990. Autoras tales como Gero, Hernando, entre otras, empezaron a analizar no sólo los sesgos de investigación que pesan sobre la arqueología, sino el rol de las mujeres dentro de esta profesión. Algo que la militancia feminista ha dicho en numerosas ocasiones: no basta la presencia de mujeres en el campo, sino también la existencia de mujeres arqueólogas investigadoras con perspectiva de género que permitan abordar temáticas complejas sobre identidad de género, roles de género y división sexual del trabajo en las sociedades del pasado.
Un ejemplo de evidencias que aportan al análisis de las sociedades desde esta perspectiva está relacionado con que en la Patagonia existen datos etnográficos, crónicas e historias orales que relatan que en las diferentes comunidades indígenas, las mujeres jugaron un rol fundamental, no solo en lo político (la cacica María, mencionada por Fitz-Roy) sino también en lo económico como parte de las partidas de caza (las memorias de Pati Chapala relatadas a Ana Aguerre).
Sin embargo, casi no existen proyectos de investigación que pongan el foco en las mujeres como agentes de ese pasado. Es cierto, tampoco existen proyectos que pongan el acento en los varones, pero como bien vimos en el artículo objeto de este trabajo, los varones en la ciencia -como sujeto de estudio o como investigador- funcionan como objeto no marcado. Es por esta razón que todo proyecto que no incorpore una perspectiva de género -aunque ésta sea la mera elaboración de la pregunta sobre las mujeres- es un proyecto con un sesgo de género.
Entonces: la existencia de evidencias fragmentarias o no concluyentes han sido utilizadas en el pasado para frenar la posibilidad de hacer preguntas sobre el rol de las mujeres en las sociedades del pasado, pero, como se ve en este trabajo, las evidencias están. Sólo debemos hacer las preguntas correctas (y tener proyectos que nos permitan financiarlas).
*Arqueólogas. Docentes de la Universidad Nacional de La Matanza y Universidad de Buenos Aires
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