El Mundo

16 octubre, 2020

«Es en América Latina donde se está jugando gran parte de la disputa, y EE.UU. lo sabe»

Segunda parte de la entrevista con el sociólogo y periodista Marco Teruggi, de cara a las elecciones en el Estado Plurinacional de Bolivia.

Fernando Toyos y Nicolás Masciocchi

@fertoyos

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Los comicios que se celebrarán el próximo domingo 18 en el Estado Plurinacional de Bolivia serán, sin duda, un hecho de gran trascendencia para América Latina y el Caribe. A poco de que se cumpla un año del golpe de Estado que desplazó a Evo Morales y Álvaro García Linera del Palacio Quemado, luego de que la presidenta de facto Jeanine Añez suspendiera las elecciones en dos oportunidades, este domingo debería dirimirse el futuro presidente del hermano país. El candidato del MAS-IPSP, Luis Arce, lidera las encuestas con una intención de voto del orden del 43%, seguido del candidato de derecha Carlos Mesa, quien fuera vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Losada. A pocos días de esta jornada, entregamos la segunda y última parte de la entrevista a Marco Teruggi, sociólogo y periodista argentino residente en Venezuela, en la que despliega su aguda mirada respecto de las fuerzas conservadoras de la región.

-Yo quería pedirte si podés caracterizar un poco a estas referencias de la derecha boliviana, porque uno ve a Jeanine Añez, que no era una figura conocida de la oposición, de repente ungida presidenta a través del golpe de Estado y también ve a la figura de Fernando Camacho, y uno no conoce muy bien de dónde salen. Sobre todo, quizás estaría bueno tratar de analizar la matriz profundamente racista en este país dividido en dos, entre la “medialuna oriental” -blanca y oligárquica- y el oeste  indígena campesino, etcétera. Me gustaría pedirte que des una breve caracterización de estos sectores opositores y de la base social que representan.

-La limitación de sus proyectos se explica, entre otras cosas, porque recurren a estos mecanismos, digamos, evidentes, de inhabilitaciones políticas a dirigentes y partidos  políticos. Eso es una señal de la incapacidad de construcción de un proyecto que pueda sostenerse por el convencimiento democrático, en la construcción de mayorías. Hay derechas muy conservadoras, como Bolsonaro, con un discurso pro-dictadura, homofóbico, misógino, etc.; hay derechas con un perfil más liberal en lo cultural, pero hay una sola agenda económica que es una agenda neoliberal. En eso coinciden todas las derechas, y todas están, además, alineadas con Estados Unidos. Entonces, cada derecha que gana se alinea con el Departamento de Estado, reconoce a los que tienen que reconocer, desconoce a los que tienen que desconocer, desarma los procesos de integración regional y montan un plan de endeudamiento…y es casi de manual, o una fotocopia, digamos. 

En este sentido la derecha boliviana evidentemente no escapa a eso, además, porque es una derecha producto de un golpe que triunfó, entre otras cosas, por el respaldo internacional que hubo, el cual, cuando monta o es gran parte de la construcción, después viene a facturar lo que le corresponde. Entonces, Jeanine Áñez apareció en paracaídas, como se diría, y se autoproclamó presidenta en un acto casi tan impresentable como cuando Guaidó dijo a 15 estaciones de metro del Palacio presidencial que era el presidente de Venezuela. Son situaciones que no resisten un minuto de análisis pero que en la correlación de fuerza determinada, Áñez pasó a ser presidenta de Bolivia, pero a mí la impresión me da es que es una pieza transitoria, que se beneficia de un poder que de repente le cae, y la tensión empieza a aparecer cuando decide presentar su candidatura.

Ahí comienza una tensión con Fernando Camacho, que es el dirigente de Santa Cruz -el espacio central de la oligarquía boliviana de oriente- desde donde había fogoneado el golpe de Estado en el 2008. Camacho expresaba esa potencia radical del golpismo, con una diferencia: que esta vez logró ser aceptado en La Paz. Este es el momento de quiebre, si se quiere, de la estrategia golpista, cuando Camacho logra aterrizar e ingresar a la ciudad de La Paz. Santa Cruz es el bastión de ese sector, que es un sector, además de clasista, profundamente racista. La sociedad boliviana tiene una mayoría indígena, con clivaje occidente y oriente, y hay un sector minoritario que coincide con los grandes propietarios de la tierra, y que estuvieron absolutamente opuestos al proceso de cambio, más allá de que puedan hacer acuerdos para ganar y acumular capital. Camacho es el ala más radical que tiene ese sector y está en tercera posición en las encuestas. Tuto Quiroga es un operador que estaba en EE.UU., fue parte de la trama golpista, pero no ha logrado posicionarse en términos presidenciables y finalmente se bajó de la candidatura, al igual que Añez.

Finalmente, Mesa es el que termina emergiendo nuevamente, ahora en segunda posición, al igual que en el 2019. Enfrente hay un bloque histórico, que es el bloque histórico que encabezó la revolución, el proceso de cambio, que tiene que ver con sectores campesinos, indígenas, mineros, trabajadores, de partes de clases medias. Hay que mirar con detenimiento, no es lo mismo la construcción en el trópico de cochabamba que la construcción en el altiplano, los dirigentes no son los mismos, no es lo mismo el candidato que emergía desde el trópico -Andrónico Rodríguez- que Choquehuanca, que termina siendo el candidato a vicepresidente. En el bloque histórico está el sector indígena, el sector campesino, en parte la Central Obrera Boliviana que ha tenido posiciones oscilantes, y un rol clave en agosto para lograr garantizar que las elecciones se den en octubre. 

Hay toda una reflexión sobre la cuestión de todas esas clases medias nuevas que se van conformando con la ampliación de derechos y el ascenso en la capacidad de consumo. Existe un sector que evidentemente jugó en contra del gobierno, y siempre está el gran debate sobre las capas capas medias que generan los procesos de cambio: que no se hizo, qué no se logró hacer para apuntalar, para que eso sea un voto a favor o un apoyo a favor del proceso de cambio. Por ejemplo: un sector que fue parte de la oposición, en el último tiempo, al gobierno era la Universidad de El Alto, y quienes la integran no son los chicos de la oligarquía, no son la burguesía histórica, ahí se entra en un debate que está también en el proceso en Brasil, del proceso en Argentina, que tiene  que ver con un tiempo prolongado de gobierno, una mejora del acceso a los recursos la distribución de la riqueza, de la capacidad de consumo que, digamos, en determinado momento puede ser traccionado por parte de los sectores de la derecha.

No digo que todo se resuelva eso con la famosa clave de “falta formación política”, porque es incluso medio abstracto por momentos. Habría que hablarlo, pero sí es claro que no hay una traducción lineal entre mejoras en las condiciones de vida y apoyo político al proceso que permitió eso, me parece que es una ecuación que no hay que darla en ningún momento por automática. Veremos cómo es la traducción el día de las elecciones, cómo se expresarán estos bloques inestables en pugna, donde Arce podría ganar en primera vuelta. Estados Unidos, por su parte, juega a varios canastos, pero su apuesta principal parece ser Camacho, hoy sin posibilidad de victoria presidencial, antes que Mesa. 

Hay una acumulación de las estrategias de la derecha. Cuando digo “la derecha” me refiero al poder real, no a quien circunstancialmente está al frente -Macri, Piñera, etc.- que son elementos circunstanciales de la expresión política de los factores de poder real, factores económicos, mediáticos, del Poder Judicial, de los intereses de las grandes corporaciones, de la política de EE.UU. hacia el continente. Algunos tiempos y estrategias se parecen, lo que pasó en Bolivia, por ejemplo, es casi calcado a lo que intentaron hacer en Venezuela desde el año 2019. Guaido, que es una ficción de gobierno, llegó diciendo que lograría un “cese de la usurpación, un gobierno de transición y elecciones libres”. Bueno, es el mismo discurso y método que se puso en marcha en Bolivia: derrocamiento, gobierno de transición, elecciones. Es una fórmula con mucha potencia, porque no es el formato clásico de golpe de Estado, sino que se enmarca en los golpes que han tenido lugar en América Latina desde el 2008. 

La dimensión comunicacional es muy importante en ese esquema, si logran ganar la percepción de unas grandes mayorías acerca de lo que pasa, logran imponer un discurso, entonces esta idea de la transición… bueno, la transición implica persecución, sangre, proscripciones, gente en las embajadas, gente fuera del país, privatizaciones, etcétera, pero implica un horizonte electoral, y que pasado ese horizonte electoral, el gobierno será reconocido: ahí es calcado a lo que pasó en Honduras o en Paraguay. Ahí tenemos la expresión más avanzada de la estrategia, que es el formato de golpe de Estado en Venezuela: eso no dio resultado y estamos en otra dinámica que se venía dando de antes, con operaciones armadas, grupos de mercenarios que se entrenan en Colombia e intentan ingresar a Venezuela; un formato más parecido a lo que fue la Nicaragua en los años ‘80 contra el sandinismo. 

Hay un gran tiempo continental que tiene que ver con o cercenar, impedir el avance de las fuerzas populares que están en el gobierno, o impedir que accedan o regresen al gobierno. En el caso de Colombia, sólo en este año, según los números de la fundación INDEPAZ, van 67 masacres más la que hubo en septiembre en Bogotá, donde la policía asesinó a diez personas. Contando con esto los asesinatos de 166 líderes sociales es un proceso, digamos, de “exterminio a baja intensidad”, para que nunca puedan acceder las fuerzas progresistas y de izquierda. Sin embargo, en Colombia nunca se estuvo tan cerca como en las elecciones pasadas con Gustavo Petro a la cabeza. 

En Ecuador, la revolución ciudadana, con Correa inhabilitado para su candidatura a vicepresidente, sigue teniendo una mayoría electoral. En Bolivia, el bloque histórico sigue teniendo la mayoría en los pronósticos electorales y podría ganar en primera vuelta. En Argentina, el gobierno del Frente de Todos tiene la mayoría de los votos y los gobiernos de derecha no gozan de buena salud. En el caso de Brasil, sobre el que hay que reflexionar, Bolsonaro con un discurso muy confrontativo, muy del estilo Trump, ha logrado, al igual que Trump solidificar su propia base social, que es una base social de un 30%, conservadora, clasista, y ampliarla con una política de ayudas sociales a los sectores más golpeados. Él logra movilizar eso pero, claro, Lula está proscripto. Con Lula como candidato sería otra situación, entonces creo que la derecha está en una ofensiva: está intentando limitar las posibilidades democráticas desde dentro de la democracia, pero América Latina es el territorio donde con más fuerza se han hecho experimentos de transformación política en los últimos 20 o 25 años, y es a su vez el continente donde mayor impugnación hay al neoliberalismo. 

La rebelión en Chile, en Ecuador, en Colombia, Haití, el triunfo con los votos en Argentina, no es un proceso de estabilidad, el neoliberalismo no logra asentarse, y por esto emplean todos estos mecanismos. Lo más probable es que esta dinámica se vaya agravando, porque hay una pandemia, una crisis económica que se articula con la pandemia y crea más desigualdad, más pobreza, mayor concentración de la riqueza, mayor financiarización de esa riqueza, mayor fuga de capitale, en conclusión, Estados desfinanciados que se tienen que plantear algo tan lógico como es un impuesto sobre quienes concentran la riqueza, y al hacer eso se genera más confrontación. Ahora, si no se tocan determinados resortes del poder, no se puede avanzar y el status quo que plantean las derechas es inviable para cualquier gobierno que quiera transformar el orden injusto de las cosas y poner a producir un país, darle de comer a la gente, darle educación, salud. Lo otro es un modelo de tierra arrasada, lo que se ha venido haciendo en Chile desde la dictadura, pero combinado con el formato que hay hoy en Colombia, esta lógica de asesinato de lideres, de territorios controlados por bandas criminales y narcotraficantes, ese es el formato que tiene como respuesta el neoliberalismo que genera mayor pobreza y también contempla respuestas ante eso, lo tienen previsto para controlar la pobreza a punta de disparo. 

Esto es lo que estamos debatiendo y se está jugando mucho en un contexto de adversidad pero en un contexto también de mucha potencia: es en América Latina donde se está jugando gran parte de la disputa y EE.UU. lo sabe. Entonces, van a aplicar todos los métodos que tienen a su alcance. Venezuela es la punta de lanza, el Departamento de Estado le puso precio a la cabeza del presidente, oficialmente vale 15 millones de dólares, vivo o muerto, como en el lejano oeste. Pero también está operando China con inversiones, con diplomacia muy inteligente, está operando Rusia, hay posibilidades. No es el mundo del fin de los ‘90, con EE.UU. haciendo y deshaciendo a su antojo, hoy es posible construir otras alianzas,  hay que construirlas y retomar lo que se hizo mejor: la construcción latinoamericana, desde la cual se puede plantear una construcción de igual a igual con las potencias del mundo.

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