17 septiembre, 2020
La masacre de Sabra y Chatila: un acto genocida impune
Considerada así por la Asamblea General de Naciones Unidas, el asesinato de cuatro mil palestinos en los campamentos de Beirut -perpetrado entre el 16 y 18 de septiembre de 1982 por ultraderechistas cristianos libaneses en complicidad con el Ejército de Israel- todavía permanece impune.


Nicolás Castelli
En junio de 1982 las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) invadieron el sur del Líbano con el pretexto de expulsar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) liderada por Yasser Arafat. Tres meses después, el mundo presenció el espectáculo de miles de cadáveres de hombres, mujeres, ancianos y niños palestinos fusilados, mutilados y violados sobre las estrechas calles de Sabra y Chatila, dos campamentos de refugiados al oeste de Beirut, capital del país.
El contexto
Para comprender el trasfondo de esta masacre hay que retroceder a 1976 cuando estalló la guerra civil del Líbano entre cristianos maronitas y musulmanes. Estos últimos eran mayoritarios en el país y exigían cambios en el reparto del poder que hasta ese momento beneficiaba a los primeros. Fue así que comenzaron los enfrentamientos y desde ese entonces Beirut quedó dividida en dos sectores por una línea verde que recorría la calle de Damas: al norte los cristianos y al sur los musulmanes.
En 1978 Israel ya había invadido y ocupado el sur del país con el fin de desalojar a la resistencia libanesa y palestina de su frontera norte. Desde inicios de la guerra mantuvo contactos para establecer una alianza y coordinar esfuerzos con la ultraderechista Falange del partido Kataeb -creado por Pierre Gemayel en 1936 tras inspirarse en el modelo español luego de un viaje por el continente europeo- que era la estructura militar hegemónica en la derecha libanesa cristiana.
Los objetivos de Israel y los falangistas cristianos se reforzaban mutuamente. Mientras que el Estado sionista deseaba destruir la base de la OLP en el Líbano e instalar un régimen títere en Beirut, los segundos también deseaban terminar con la guerrilla palestina que apoyaba a los musulmanes, para poder seguir reteniendo en sus manos el poder político del país.

Esta nueva invasión israelí -que dio inicio a la primera guerra del Líbano (la segunda ocurrió en el 2006, también con Israel como protagonista)- fue comandada por Ariel Sharon quien en ese entonces era el ministro de Defensa del gobierno de Menahem Begin, fundador del Likud, partido de ultraderecha israelí que había ganado las elecciones en 1977.
Los hechos
El 14 de septiembre de 1982 murió en un atentado Bashir Gemayel -líder de la falange cristiana, hijo del fundador y presidente electo del Líbano en agosto de ese año-. Perdió la vida por la explosión de la sede central de las Fuerzas libanesas en Beirut. En una maniobra de desinformación y de acusaciones cruzadas, el ataque fue adjudicado a grupos pro-sirios y pro-palestinos. Sin embargo, los falangistas se convencieron que los palestinos asesinaron a su referente.
La muerte de Gemayel, al cual Tel Aviv pretendía que “de ser el líder emocional de una banda, llena de odio” se transformase en un “líder político relativamente prudente y cauteloso”, sirvió de excusa para que sus tropas se precipiten sobre la capital del país.
Al día siguiente, dos divisiones de las FDI ocuparon el oeste de la ciudad. Los campamentos de Sabra y Chatila ya estaban rodeados. Previamente, Sharon se había reunido con el jefe de Estado Mayor de Israel, Rafael Eitan, y con la Falange Libanesa para organizar la ofensiva.

El plan consistía en que los falangistas entraran en los campamentos en busca de guerrilleros palestinos con el apoyo logístico y la asistencia médica de las fuerzas israelíes. La misión era “peinar” el lugar para localizar y eliminar guerrilleros de la OLP.
Pero los falangistas cristianos solo encontraron civiles que no opusieron resistencia ya que la mayor parte de los combatientes palestinos se habían retirado de la ciudad en agosto.
Apostados en edificios adyacentes y disparando bengalas durante la noche para iluminar los campamentos, las FDI fueron testigos y cómplices de los delitos de lesa humanidad cometidos por las milicias libanesas ultraderechistas en el anochecer del día 16 cuando unos 150 falangistas irrumpieron en Sabra y Chatila desatando el horror.
El manto de impunidad
Hasta el día de hoy, nadie ha sido juzgado ni sentenciado por este acto genocida. Fue Israel, el mismo Estado cómplice de los hechos, el único en realizar una investigación oficial sobre lo sucedido.
Para eso, días después de la masacre, encargó un informe a la Comisión de investigación Kahan la cual finalmente dictaminó que el genocidio fue perpetrado exclusivamente por las falanges cristianas libanesas y recomendó la destitución de Sharon por “negligencia grave” frente a los crímenes. Sharon terminó por perder el cargo de ministro de Defensa, pero años más tarde fue elegido jefe de Estado.
En tanto que el primer ministro Begin declaró: “En Chatila no judíos mataron a no judíos ¿qué tenemos que ver nosotros con eso?”.
En el 2018 salieron a la luz unos documentos secretos de la Comisión Kahan que demuestran la coordinación entre los israelíes y los falangistas desde los tiempos de la guerra civil y el rol organizador que cumplió Sharon quien pocos días después de la masacre declaró: “En realidad, no buscamos los elogios de nadie, pero si los elogios fueran necesarios, entonces serían para nosotros, ya que salvamos a Beirut de la anarquía total”.
A finales de 1982, a seis meses de la invasión israelí, unas 19 mil personas habían sido asesinadas, casi todas ellas civiles palestinos o libaneses.
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