6 septiembre, 2020
El día de la militancia montonera
Un día como hoy de 1970 caían bajo las balas policiales Fernando Abala Medina y Carlos Ramus, dos dirigentes y fundadores de la organización político militar Montoneros, un actor clave de la década del setenta. Hace años que se recuerda este hecho para conmemorar a toda una generación que dio la vida por Perón y por una sociedad más justa.


Nicolás Castelli
El día de la militancia montonera también podría decirse que es el día de toda una generación que entregó su vida por un mundo justo y solidario muy diferente al que vivimos cuatro décadas después. Se trató de años de efervescencia por cambiar todo lo que tiene que ser cambiado.
Es muy difícil imaginar hoy -donde decir «revolución» es una mochila pesada y el horizonte parece ser la moderación y no dar vuelta la taba- como toda una generación puede llegar a entregar su vida por una idea. Vivimos épocas donde la sola mención a una reforma agraria integral es una “locura” que clausura todo tipo de debate sobre la concentración y extranjerización de nuestro suelo. La épica de lo posible parece moderar lo que sí y lo que no se puede discutir en nuestro país.
Sin embargo, hubo un tiempo donde los jóvenes que crecieron con el primer peronismo, decidieron radicalizar la lucha contra un sistema que proscribió durante casi dos décadas a la opción política de la mayoría de nuestro pueblo, con bombas y fusilamientos.
Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus fueron dos jóvenes de aquella generación que un día como hoy en 1970 murieron enfrentándose a la policía en una pizzería de la localidad de William Morris. Dos protagonistas de la época que tuvieron “un amor concreto y real por los que sufren” como dijo al despedirlos el padre tercermundista Carlos Mugica, quien años después también caería bajo las balas de los que defienden los privilegios.

Ambos fueron fundadores de Montoneros y ese mismo año participaron del operativo que secuestró y ajustició al general Pedro Eugenio Aramburu, ideólogo de los bombardeos y el golpe que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955 y masacraron a más de 300 argentinos en Plaza de Mayo. El presidente de facto de la autodenominada «Revolución Libertadora» contra la amenaza del cabecita negra politizado, organizado y con un líder que había que matar o proscribir.
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Hay momentos de la historia donde las cosas se suceden con la misma velocidad que una bala. En tan solo cuatro años esta generación pasó de tocar el cielo con las manos con Héctor Cámpora en el gobierno a ser expulsados de la plaza por Perón, quien siempre estuvo en el poder. Hubo y hay más de un peronismo como intérpretes de su historia y de los años de la tendencia revolucionaria del movimiento para explicar esos vertiginosos días.
La memoria montonera puede resultar incómoda para algunos, una nostalgia inconducente y piantavotos para otros, o el otro demonio asesino para los que todavía hoy reivindican el terrorismo de Estado y pretenden hacer pasar como víctimas a los verdugos.
Pero la militancia de los setenta es una parte de nuestra historia y de una generación que a veces se reivindica pero que omite a uno de sus protagonistas principales, con sus aciertos y errores.
Y no es fácil después de tanta sangre derramada y negociada en algunos casos. Como tampoco es fácil convivir en democracia con tanta muerte y violencia institucional.
Mantener viva la memoria de la militancia de los setenta no se trata de un ejercicio de nostalgia acrítico y trasnochado. Los y las que entregaron su vida para vivir una libertad donde nadie muera de hambre o por las balas del Estado y que en otra época y con otros medios soñaron con transformar esta realidad, merecen ser recordados.
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