Salud

3 septiembre, 2020

Alzar la voz

En la Ciudad de Buenos Aires, la más rica del país y con los mejores indicadores sociosanitarios, quienes trabajamos en efectores de salud estamos hacinados. En Centros de Salud y Acción Comunitaria (CeSACs), consultorios externos y otros ámbitos de hospitales el espacio es insuficiente. La desidia del gobierno porteño sigue igual a pesar de la pandemia.

Julián Pavese*

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La pandemia cambió la vida de todes. Verdad de perogrullo en la que ya se han detenido cientos de analistas, de los buenos y de los otros. Las relaciones personales cambiaron; las familias, les amigues, todes ponemos lo nuestro para bajar los contagios, para cuidarnos. Pero hay cosas que no cambian. La desidia, la pereza mental para generar mejor organización, la poca empatía, la idea de que todes les trabajadores somos intercambiables, deshechables, reubicables, son todos elementos que atraviesan a la gestión de la Ciudad hace años.

Los aplausos al personal de salud se callaron hace tiempo. Está bien. En todo caso habría que haber ampliado ese aplauso a tantas otras personas cuyo trabajo es esencial (sin repetir y sin soplar: recicladores, recolectores de basura, trabajadores del cuidado, del comercio, del transporte, de la educación…). Pero lo que estuvo poco presente y que siempre fue reclamado es otra cosa, otro reconocimiento: el reconocimiento de que, al fin y al cabo, somos trabajadores y tenemos derechos.

Al comienzo del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) se decidió formar cohortes en los efectores de salud para, por un lado disminuir la cantidad de gente en espacios reducidos y, por el otro, para tener “dos equipos” que se pudieran reemplazar en caso de contagio. Punto a favor este último, punto en contra el primero: si se trabajara en condiciones dignas, no habría que disminuir la cantidad de gente porque los espacios serían suficientes. Digamoslo entonces, con todas las letras: en la Ciudad de Buenos Aires, la ciudad más rica del país, con los mejores indicadores sociosanitarios, quienes trabajamos en efectores de salud estamos hacinados. HACINADOS.

En CeSACs, consultorios externos y otros ámbitos de hospitales el espacio es insuficiente. Muy insuficiente. Siempre se proponen soluciones intermedias (separaciones hechas con paneles, apertura de consultorios en cuartos no construidos con tales fines, uso de instalaciones de otras organizaciones barriales), pero pocas de fondo. Cualquier persona con algún tinte amarillo tirará sobre la mesa cifras acerca de las obras que hicieron en los últimos años. Cierto. Se han ampliado guardias y se han remodelado CeSACs. En algunos casos se han construido nuevos CeSAC. Bueno, aceptado esto, hay que decir que las obras son pocas. MUY POCAS. Seguirán siendo pocas en tanto siga habiendo hacinamiento.

Al mismo tiempo circuló una normativa que explica que al personal bajo la órbita del Ministerio de Salud se le podrá asignar otras tareas, realizar cambios de horario, realizar cambios de dependencia. También se suspendieron las licencias por stress o vacaciones. Es una medida lógica. Estamos en emergencia sanitaria, en medio de una pandemia, nada tiene más sentido. Ahora, redistribuir personal o asignar tareas distintas a las habituales tiene que hacerse con algún criterio. El primero de ellos tiene que ser pensar en qué perfiles de profesional pueden desempeñar qué tareas. El segundo tiene que ser llevar algún tipo de registro de cuántas tareas se asignan y cuánto tiempo ocupan, algo esencial para la organización del trabajo. Ninguno de los criterios parece ser tenido en cuenta. Parece primar otro criterio, uno más familiar: vamos bajando órdenes y tareas hasta encontrar a los que nunca se niegan a hacerlas.

Los centros de salud (CeSAC), sobre todo aquellos situados en los barrios vulnerables (villas, para menos eufemismo), cumplen funciones que la mayoría de las personas desconocen. Su sigla significa Centros de Salud y Acción Comunitaria. Históricamente fueron espacios despreciados por el mismo sistema de salud. Lugares de descarte de profesionales que, o luchaban demasiado, o trabajaban demasiado poco. Un lugar incómodo para gente incómoda.

“La salita” le dicen, una definición que en boca de une vecine puede ser cariñosa, en boca de funcionarios o colegas suele sonar despectiva. Lo cierto es que son espacios que hace años se vienen recuperando de la manos de cientos de profesionales que elegimos trabajar en ellos (algunos tenemos una especialidad que sólo tiene sentido por la existencia de tales espacios), pero que siguen estando a las órdenes de funcionarios que, o jamás trabajaron en uno o, si lo hicieron, mágicamente lo olvidaron.

Definir las funciones de un CeSAC es difícil. Una buena aproximación es entender que se trata de una puerta de entrada al Estado. Porque sí, es verdad, es el lugar del primer nivel de atención en salud, donde se atienden personas sanas y enfermas, con patologías de manejo ambulatorio.

Pero también, y quizás más importante, son el Estado en el barrio. Deben serlo. Son el lugar donde se hacen los controles que permiten cobrar la Asignación Universal por Hijo (AUH), son el lugar donde se acerca alguien sin casa, sin comida, a averiguar de qué manera arrancarle derechos a ese mismo Estado que debe garantizarlos. Son el lugar donde la violencia configura un problema de salud y se aborda como tal. Son el lugar donde las mujeres con embarazos no deseados son acompañadas y se garantiza el acceso a la interrupción legal de los mismos. Son el lugar donde esas mismas mujeres pueden conversar para elegir de qué manera cuidarse. Son el lugar donde les vecines se acercan cuando no tienen luz, no tienen agua, no tienen cloacas, para exigir soluciones porque, en definitiva, se trata de una oficina del Estado, pero una donde se entiende que todo eso son problemas de salud.

Son el lugar donde les pibes acceden a profesionales que les ayudan en su tránsito escolar (además de la escuela, claro, y en general en trabajo conjunto). Son el lugar donde se respeta y se trabaja con la interculturalidad. Son el lugar donde se accede a la entrega de leche que corresponde a les menores de 6 años. Son el lugar donde se vacuna. Son el lugar donde a veces se llega después de haber rebotado por distintas oficinas. Son el lugar donde se entregan medicamentos y se explica de qué manera tomarlos (porque no, no es tan fácil para todes gestionarse los medicamentos). Son el lugar de donde salen les profesionales que hacen los famosos controles de foco ante enfermedades como el dengue o la tuberculosis (sí, la tuberculosis que existe y es mucha).

Son el lugar donde docentes, curas, vecines, médiques, psicólogues, promotores de salud, pibes y pibas, madres, padres, buscan soluciones a los cientos de quilombos que la vida cotidiana le depara a quienes viven en los barrios más postergados de esta ciudad, que es la más rica, pero que es tremendamente desigual. Los CeSAC cumplen funciones que no entran fácilmente en un listado, así como lo hacen las escuelas, los clubes de barrio, las parroquias. Y, aunque sea otra perogrullada decirlo, parece que no queda claro: todo eso lleva tiempo. TIEMPO. Mucho más que el que cualquiera que nunca lo haya hecho se imagina.

Todo esto no se detuvo con la pandemia. Hay problemas que no entienden de los peligros de la enfermedad. Los CeSAC, con sus cohortes que trabajan más cómodas por no estar hacinadas (de nuevo, a este punto se tuvo que llegar para darnos cuenta de las terribles condiciones en que trabajamos), siguen atendiendo todo eso. Pero además, hace meses que tienen que hacer un triage previo para evitar que entre gente que pueda diseminar el coronavirus (tiempo y gente destinada a esa tarea), y además tienen que hacer seguimientos telefónicos de personas que estuvieron en contacto con casos positivos (tiempo y gente destinada a esa tarea).

Ahora, desde hace unos días, se les pide también también que hagan seguimientos telefónicos a personas COVID positivas que se aislan en sus casas, muchas veces sin las condiciones necesarias y en contra de todos los protocolos escritos. Mucha gente decide quedarse en la casa por miedo a que les roben en su ausencia, o por no tener nadie que cuide de su familia. Problemas que debería solucionar (haber solucionado hace tiempo) el Estado. Pero no, mejor seguir haciendo las cosas mal. Y seguir tirando tareas a cientos de trabajadores que hacen mucho más de lo que los que se sientan en su sillón a bajar órdenes pueden imaginar. Seguro que muchos leerán esto (entre ellos quienes dan las órdenes) y pensarán “un llamadito telefónico no es tanto”. Están invitades a pasar un día acá, en algún CeSAC, y tratar de hacer el “llamadito” a una persona que quizás habla poco castellano, con señal de celular de mala calidad, que atiende mientras cuida a 3 o 4 hijos, mientras usted, sí, usted, quien hace el llamado, además tiene en espera a una mujer embarazada sin controles, una mujer con un embarazo no deseado que desea interrumpirlo por cualquier medio, un niño golpeado por sus padres, una niña abusada, dos pibes que se pelearon con cuchillos por alguna moneda, otros dos que quieren dejar de fumar paco pero no pueden, una madre a la que dejaron de pagarle la AUH porque no presentó el papel, un padre que chupa vino desde la mañana para olvidar que ya no tiene ni tendrá laburo, una chica que quiere empezar a cuidarse con anticonceptivos, un pibe al que asaltaron en la esquina y le pegaron con un fierro, una señora mayor que vive sola y confunde las dosis de insulina, un chico que tiene tuberculosis y abandonó el tratamiento más veces de las que podemos contar, una familia que se quedó sin casa y quién sabe qué otra situación que puedan entrar por la puerta. Intente hacer ese “llamadito”, y después vemos.

Una idea nomás, si se permite: quizás contratando más profesionales para que sólo hagan los llamaditos durante el tiempo de pandemia, se consiguen mejores

*Médico de CeSAC. Integrante del Movimiento Nacional de Salud Irma Carrica

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