Batalla de Ideas

1 septiembre, 2020

Toda flexibilización es política

La apertura de nuevas actividades en pleno ascenso de casos de coronavirus y cuando Argentina se empieza a ubicar entre los países con mayor tasa de contagios se justifica en base a falacias y decisiones políticas que desamparan a los más débiles en lugar de protegerlos.

Santiago Mayor

@SantiMayor

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“En el largo plazo estamos todos muertos”

John Maynard Keynes

“Los pobres no tenemos tiempo para inversiones, porque estamos muy ocupados tratando de no ser pobres”

Earn (Donal Glover), en la serie Atlanta

Dos argumentos: “la gente” que en teoría está “harta” de la cuarentena, por un lado. La situación -real- de quienes necesitan dinero y la única opción que tienen es volver a trabajar o abrir su pequeño negocio para sobrevivir, por el otro. 

Se trata de un doble juego que busca mostrarse empático con los sectores populares pero que construye una falsa dicotomía y oculta alternativas.

El discurso de los anticuarentena no es nuevo. Lo llamativo es que el gobierno nacional decidió asimilarlo, tomarlo como profecía autocumplida y echar a la basura los meses de buen manejo de la pandemia.

¿La gente “no aguanta más”?

Como señaló María Esperanza Casullo en su newsletter para Cenital, si alguien se limitara a entender la realidad argentina mirando solo medios de comunicación y redes sociales pensaría que en este país ”las preferencias políticas son volátiles y fluctuantes”. 

Efectivamente en esas plataformas los debates son acalorados, a veces violentos y muchas, abiertamente mentirosos. La amplificación de las protestas anticuarentena por canales de televisión -incluso los afines al gobierno- construyen un imaginario de que hay un amplio sector de la población harto de las medidas sanitarias. 

Sin embargo esto contrasta fuertemente con los estudios de opinión de distintas consultoras que dan cuenta de variaciones mínimas en las simpatías políticas y, sobre todo, nulos cambios abruptos. 

Por ejemplo, según un sondeo de Ágora Consultores, el porcentaje de personas que consideraba positiva la gestión de Alberto Fernández en marzo ascendía al 71%. En el mes de agosto ese número se ubicó en un 73%. Es decir que, a pesar de los cinco meses de cuarentena, no sólo no descendió, sino que subió y alcanzó en abril un increíble pico del 89%.

Según un sondeo de Ágora Consultores, el porcentaje de personas que consideraba positiva la gestión de Alberto Fernández en marzo ascendía al 71%. En el mes de agosto ese número se ubicó en un 73%.

Con números más bajos, pero mostrando igual un amplio nivel de aceptación, la Universidad de La Matanza relevó que en agosto un 48% consideraba buena o muy buena la gestión del Ejecutivo frente a la pandemia; un 19,2% creía que había sido regular y una minoría del 33% (menos que los votos que sacó Mauricio Macri hace un año) la calificaba de mala o muy mala.

En la misma línea se puede analizar la valoración del ex presidente Mauricio Macri. La Universidad de San Andrés registró que, desde mediados de 2018 la imagen del entonces presidente pasó a ser más negativa que positiva (recordemos que el dólar sufrió dos fuertes devaluaciones en mayo y agosto de ese año). Desde entonces, eso se mantuvo estable con proporciones que variaron poco: un 55/60% de rechazo y un 30/40% de aceptación. De nuevo, similar a sus votos.

Otro relevamiento de Zubán-Córdoba Consultores no sólo aporta guarismos similares, sino que refuerza la tendencia de la mínima variación a lo largo del tiempo. 

Por eso, más allá de las percepciones personales, a nivel social existe un amplio consenso -todavía mayoritario- respecto al gobierno y el manejo que se venía haciendo de la pandemia.

Salud o economía

El gobierno argentino se caracterizó desde el comienzo de la cuarentena por combatir la falsa dicotomía que planteaba que si se cuidaba la salud de la población, se perjudicaba la economía. El presidente repitió varias veces que, para trabajar, las personas necesitan estar vivas.

Lo que sucedió en gran parte del mundo le dio la razón. Países como EE.UU., Brasil o Chile que tuvieron medidas más flexibles vieron como los contagios se multiplicaban al mismo tiempo que se desplomaron sus economías: aumentó el desempleo, la pobreza y se redujo el comercio. 

Por eso resulta llamativo el aval que ha dado la Casa Rosada para las reuniones al aire libre y al jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, para que siga abriendo actividades en el momento de mayor cantidad de casos y muertes. 

Si se toma en cuenta la última semana, en términos de muertos por millón de habitantes, Argentina quedó cuarta en el ranking mundial (4,76 diarios sobre el promedio semanal). Si se mide en términos generales, nuestro país está en 177 fallecidos por millón (es decir, en el top 30). Pero ese número se vuelve alarmante y se eleva a 667 en la Ciudad de Buenos Aires.

Si se toma en cuenta la última semana, en términos de muertos por millón de habitantes, Argentina quedó cuarta en el ranking mundial (4,76 diarios sobre el promedio semanal). Si se mide en términos generales, nuestro país está en 177 fallecidos por millón (es decir, en el top 30). 

Pero ese número se vuelve alarmante y se eleva a 667 en la Ciudad de Buenos Aires donde el ministro de Salud, Fernán Quiros, asegura que ya pasó el pico y que se puede habilitar -ya se hizo- el funcionamiento de bares y otros comercios. 

El sociólogo Daniel Feierstein publicó un interesante hilo de Twitter, cuestionando esta mirada. Allí analiza cómo funciona -o debería funcionar- la lógica de comunidad y recuerda que la cuarentena es una herramienta milenaria que fue utilizada en sociedades mucho más antiguas y más pobres que las actuales. “Ante la aparición de un virus desconocido, se detenían todos los movimientos hasta conocer más y se vivía de lo que se había acumulado”, sostiene.

En ese sentido, no hay dudas de que la humanidad ha acumulado mucho más hoy que en toda su historia. Es decir que recursos no faltan para sostener a quienes hoy no pueden o no deberían trabajar. El problema es que están pésimamente distribuidos y no parece haber voluntad política de repartirlos de manera más equitativa. 

En enero de 2020 un estudio de Oxfam reveló que 2.153 millonarios tienen más riqueza que 4.600 millones de personas (el 60 % de la población mundial). A pesar de esta foto, pocos han sido los Estados que han intentado tomar cartas en el asunto.

Argentina recién ahora está avanzando en una ley de aporte solidario por única vez de quienes tienen mayores fortunas. Servirá para paliar algunas cosas, pero será insuficiente y obviamente acotada en el tiempo. En cambio decidió dar marcha atrás en la expropiación de Vicentín, una medida que hubiera significado un aporte fundamental y de largo plazo para la planificación económica y la soberanía nacional.

De esta forma se elige clausurar las alternativas y obligar a millones de personas a arriesgar su vida y la de los demás. Se opta por ceder ante los poderosos, ante discursos radicalizados por derecha que apuntan a desgastar al gobierno y mantener el statu quo de sus privilegios.

Como señaló el periodista Marco Teruggi “el dispositivo acusatorio” de las derechas a nivel mundial tiene varios efectos y en Argentina se ven claramente. “Uno de ellos es un posible desplazamiento de las ideas: cualquier medida de regulación estatal, transformación democratizadora, impositiva, redistributiva, pasa a ser señalada de radical. El debate se desplaza: propuestas de centro aparecen como de izquierda intransigente, y las de izquierda -¿nacionalizar es de izquierda?- quedan acorraladas o borradas”, detalla.

Pero Teruggi también advierte que “una de las lecciones de los años recientes en el continente es que ceder a las demandas de los grandes grupos económicos y sus voceros políticos no detiene los asedios y, puede, al contrario, debilitar la capacidad para enfrentarlos”. 

El gobierno eligió invertir su premisa de “empezar por los últimos”. La flexibilización de la cuarentena era un camino posible. Uno entre muchos. El que propone y quiere la derecha. 

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