19 agosto, 2020
Claves para entender la crisis en Bielorrusia
Desde las elecciones presidenciales del 9 de agosto, importantes protestas y huelgas que reclaman la renuncia del presidente Aleksandr Lucashenko, han puesto en el centro de la escena al país de Europa oriental.

Este miércoles la Unión Europea informó oficialmente que desconoce los resultados de las elecciones bielorrusas del pasado 9 de agosto. Allí, según las autoridades electorales del país, el actual presidente Aleksandr Lukashenko fue reelecto con el 80% de los votos.
En segundo lugar quedó Svetlana Tijanóvskaya, con el 10%. La principal candidata de la oposición -hoy autoexiliada en Lituania- tuvo que postularse en lugar de su marido, el youtuber Serguéi Tijanovski que fue proscripto y arrestado antes de los comicios.
Lo mismo le sucedió a otros candidatos como Viktor Babaryko, banquero del Gazprombank también detenido, y Valery Tsepkalo, ex embajador de Bielorrusia en EE.UU. y México vetado por no conseguir los avales necesarios.
Elección y protestas
El mismo día de la votación se registraron alrededor de 3000 arrestos por parte de las fuerzas de seguridad. Por eso, ese 9 de agosto se llevó a cabo la primera manifestación en Minsk, la capital, para exigir la liberación de las personas detenidas.
Además, al conocerse los resultados, los sectores opositores comenzaron a denunciar fraude. Tijanóvskaya aseguró que iba a recurrir a la justicia para impugnar la elección. Sin embargo al día siguiente, tras estar “desaparecida” tres horas (se presume que fue amedrentada por las fuerzas de seguridad), reapareció llamando a reconocer los resultados.

No obstante, se autoexilió en la vecina Lituania y desde allí volvió a plantearse como líder de la oposición para una transición hacia una Bielorrusia post Lukashenko.
Los días siguientes las movilizaciones continuaron, así como también la represión gubernamental que dejó hasta ahora tres víctimas fatales. El servicio de internet estuvo cortado en todo el país hasta el miércoles 12 de agosto.
Las presión de las huelgas
El jueves 13 de agosto, trabajadores y trabajadoras de distintas empresas estatales iniciaron medidas de fuerza. Las huelgas afectaron las importantes industrias de maquinaria agrícola y automotriz, entre ellas BelAZ, Minsk Tractor Works y Minsk Automobile Plant.
También se sumaron, días después, empleados y empleadas de los medios públicos y de la industria minera.
Si bien Lukashenko sostuvo desde un comienzo que las acciones en contra de su gobierno eran alentadas desde el extranjero, los paros en las fábricas lo llevaron buscar un discurso de mayor diálogo interno.
El lunes 17 se presentó ante los trabajadores de una planta de tractores en Minsk y dio un discurso ante gritos que le pedían su renuncia. Sin inmutarse, sostuvo que no habrá nuevas elecciones (como pide la oposición), pero en cambio propuso una reforma de la Constitución.
“Vengan, siéntense y trabajemos sobre la Constitución, y llevémosla a referéndum. Y les entregaré mis poderes constitucionales. Pero no haré nada bajo presión ni a través de la calle», afirmó el mandatario.
El líder de la ‘ostalgia’ bielorrusa
En varios países de Europa del Este se vivió y se vive hasta hoy un fenómeno sociológicamente definido como ‘ostalgia’ (‘ostalgie’ en alemán). El mismo remite a un rechazo de distintos sectores de la población a las abruptas transformaciones que vivieron esos Estados al disolverse la Unión Soviética en 1991 y pasar a vivir bajo regímenes capitalistas neoliberales.
Bielorrusia, una ex república soviética, no fue la excepción. Por eso, tras un breve período de liberalización y crisis económica de tres años, en 1994 Lukashenko llegó a la presidencia por primera vez.

En aquel momento, el joven dirigente de 40 años representaba a un sector que defendía el pasado socialista. De hecho fue el único miembro del Soviet Supremo de su república en votar en contra de la disolución de la URSS.
Su llegada al gobierno implicó un retorno al intervencionismo estatal como forma de aplacar la crisis. Nacionalizó la banca, duplicó el salario mínimo e impuso controles de precios.
También modificó la bandera nacional, aprobando por referéndum un diseño muy similar al que tenía en tiempos soviéticos. Resultó así desplazada la bandera roja y blanca -históricamente ligada al nacionalismo y anticomunismo bielorruso- que hoy se ve en las manifestaciones opositoras.
Sin embargo, acompañó estas acciones con una concentración del poder político y una fuerte persecución a la oposición con su policía secreta, la KGB (si, mantuvo el mismo nombre de la era comunista). De hecho se ha mantenido en el gobierno desde entonces mediante comicios en los que nunca ha sacado menos del 77% de los votos.
En el último tiempo, el estancamiento económico y un mal manejo de la pandemia de coronavirus generaron descontento y dieron reimpulso a la oposición.
Una pieza en el tablero geopolítico europeo
Por el perfil político de Lukashenko, Bielorrusia ha mantenido una cercanía con Rusia que es clave para Moscú en relación a su “área de influencia” y ha contrastado con la mayoría de los países de Europa oriental. Estos, tras la caída de la URSS, se volcaron hacia Occidente.
Muchos ingresaron a la Unión Europea y, como es el caso de los bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) hasta permitieron la instalación de bases militares estadounidenses en la misma frontera rusa.

Bielorrusia, además, resistió a la oleada de las llamadas “revoluciones de colores” de principios de siglo. Impulsadas principalmente por EE.UU., estos movimientos “ciudadanos” lograron derrocar gobiernos pro-rusos o anti-occidentales en Georgia, Yugoslavia, Ucrania y Kirguistán. Sin embargo, su versión bielorrusa -la “revolución blanca” de 2006- fracasó.
Por eso, independientemente de la voluntad del pueblo bielorruso, en su país se juega mucho más que una disputa electoral. Ha quedado claro con la posición de las potencias occidentales de desconocer los comicios y exigir la renuncia del jefe de Estado. Por su parte tanto Rusia como China han reconocido y felicitado a Lukashenko por su reelección.
Si bien hasta hace poco las relaciones entre Minsk y Moscú se habían enfriado, la crisis desatada después del 9 de agosto volvió a acercar posiciones. El Kremlin buscará sostener a su aliado para evitar perder influencia en el marco de un mundo en transición cuyo horizonte todavía está en disputa.
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