12 agosto, 2020
Los incendios forestales y el mercado inmobiliario: sentidos de la naturaleza en disputa
La quema de miles de hectáreas a lo largo del Paraná pone de manifiesto una vez más que el avance de la frontera extractiva tiene muchas expresiones. Una de ellas es el negocio inmobiliario, que tiene una forma de entender la naturaleza que debemos contrarrestar.

El panorama desolador que nos mostró la costanera rosarina en las últimas semanas puso sobre el tapete nuevamente el riesgo que supone para nuestros ecosistemas el avance de ciertas actividades económicas a través de un mecanismo tan letal como incontenible: el fuego.
Es sabido que este tipo de incendios no obedecen a causas naturales, sino que se explican por intereses económicos y transformaciones productivas de largo aliento. Así como los incendios que llenaron de humo todo el Río de La Plata en 2008 se los podíamos atribuir al desplazamiento de la ganadería hacia las islas del Delta por parte de la agricultura, esta vez parece que la cosa viene por el lado de intereses inmobiliarios. De hecho, al puente Rosario-Victoria no sólo se movilizaron sectores urbanos reclamando por la Ley de Humedales, sino que también lo hicieron ganaderos que no quieren ser el blanco de las acusaciones.
El uso del fuego como instrumento para cambiar drásticamente el uso (y el precio) del suelo no se inventó ayer, pero en los últimos años ha cobrado especial relevancia en muchos puntos del país. Lo estamos viendo ahora en el Delta del Paraná, pero también ha sucedido algo similar (a menor escala) en 2015 en Cholila (al norte de Chubut), y el año pasado en Traslasierra y otras zonas de Córdoba.
Lamentablemente, es una amenaza no solo para los humedales sino para todo tipo de ecosistema boscoso. El denominador común es el crecimiento de localidades donde el turismo y el negocio inmobiliario canalizan recursos en un patrón de urbanización difusa, lo cual implica una presión sobre áreas suburbanas y periurbanas. Pero ojo que es más complejo. Para entender posiciones aparentemente paradójicas como la de los empresarios que quieren lotear las islas del Delta pero dicen tener “un plan sustentable”, es necesario tener en cuenta una serie de elementos.
La emergencia de los desarrolladores inmobiliarios
“Ahorrar en ladrillos” es una vieja costumbre nacional, una suerte de reaseguro ante los vaivenes de la economía y la moneda nacional, que asalariados y profesionales argentinos aprendieron a fuerza de planes de ajuste y devaluaciones periódicas.
Con el tiempo, y especialmente durante el boom de la construcción con el que salimos del pozo del 2001, se consolidó el rol de la propiedad inmobiliaria (ya sea tierra o todo tipo de viviendas) como reserva de valor y canalización del ahorro. En este contexto, emergió con fuerza un actor específico del mercado inmobiliario, el desarrollador, que se encarga de adquirir terrenos en los márgenes de las ciudades para crear emprendimientos con una impronta de exclusividad, en la búsqueda de pequeños ahorristas y grandes inversores.
Así podemos entender, por un lado, como el suelo urbano y periurbano se han convertido con mayor fuerza en activos financieros para los peces gordos del mercado. Una financiarización más “rústica” que la de los complejos mecanismos que explotaron en los países centrales con la burbuja del 2008, pero financiarización al fin.
Y también podemos entender la relación con otra actividad que creció mucho en los años 2000, el turismo, posicionando a muchos destinos del interior como lugares agradables para comprar una propiedad (y en una de esas también irse a vivir) a los ojos de miles de habitantes de las grandes ciudades. Sumale la paranoia securitaria y vas a tener cientos de urbanizaciones cerradas y countries en las afueras de muchos pueblos del interior.
Los desarrolladores inmobiliarios pueden ser grandes empresas que operan a nivel nacional como Eidico, estudios de arquitectos e ingenieros con contactos en los gobiernos provinciales, o bien pequeñas y medianas agencias cuyo accionar se restringe a una escala regional o local. Sin embargo, comparten una serie de estrategias de intervención en el territorio que hace a una lógica en común. ¿Cuáles son?
Primero, tenemos estrategias fundiarias: la premisa inicial es acceder a la tierra a un precio lo más bajo posible, y obtener una ganancia luego de su fraccionamiento y venta al público. Con frecuencia se trata de tierras de antiguos usos rurales ahora en decadencia.
Segundo, están las estrategias de ubicación: en función de la necesidad de atraer un público de origen metropolitano con un ritmo de vida particular, la cuestión de la movilidad de los habitantes/inversionistas se convierte en un factor de localización clave. Es por eso que este tipo de emprendimientos se suele ubicar sobre vías de acceso rápidas a los centros urbanos. Y a veces tiene la capacidad de condicionar la generación de nueva infraestructura carretera en función de sus intereses.
Tercero, contamos con estrategias de financiamiento, mecanismos financieros rudimentarios pero efectivos en su objetivo de atraer ahorros. Por ejemplo, la escrituración inmediata es una vía para concretar operaciones rápidamente, especialmente importante cuando se trata de turistas. O el financiamiento en pesos, que permite a los desarrolladores atraer ahorristas paulatinamente, y reducir el riesgo de inversión asumido al comprar la tierra.
Por último, y lo más interesante, estrategias de promoción, donde se presenta con mayor claridad la relación con el turismo. Los desarrolladores promocionan sus productos con un lenguaje y un registro visual muy cercano a los de la promoción turística. Se presentan las bondades del emprendimiento en función de una promesa de bienestar, mejora en la calidad de vida, contacto con la naturaleza, goce estético del paisaje, exclusividad, y recuperación de prácticas rurales tradicionales. Hay desarrolladores que aprovechan la presencia de relictos de vegetación nativa como forma de diferenciar y valorizar el producto inmobiliario, o bien se atienen a la figura de reserva privada para adaptarse a la legislación más restrictiva.
Los sentidos de la naturaleza en disputa
En el mejor de los casos, lo que proponen los desarrolladores más “conscientes” es un contacto con la naturaleza privatizada, exclusiva, sin gente que moleste cultivando, pescando o cazando para vivir. Lo más común es una naturaleza totalmente vacía, como mero objeto de contemplación desde la comodidad de nuestros hogares.
Una naturaleza que sea bella y amigable, ideal para sacarle fotos y subirlas a nuestras redes sociales, pero de ser posible que no haga mucho ruido, que no tenga olor, y que no nos pique ni nos muerda. Si creen que exagero, pregúntenle a los pobres carpinchos y gansos que rajaron del country Abril en Berazategui. Es éste sentido de la naturaleza, vacía y privatizada, el que choca con la idea de la naturaleza como bien común.
La pandemia nos va a dejar más pobres (a la mayoría) y miedosos. Muy probablemente se venga una nueva oleada de gente queriendo rajarse de las grandes ciudades a lugares más “verdes” y tranquilos. Sería una locura que se le dé más aire a un modelo de urbanización que es a todas luces social y ambientalmente insustentable.
Necesitamos prepararnos para combatir una lógica de producción de la ciudad atada a la extracción de rentas de forma especulativa, que no duda en arrasar con todo a su paso; ya sea para encontrar soluciones a una crisis habitacional en vías de agravarse, como para hallar formas de relacionarnos con la naturaleza que no dejen a nadie afuera.
*Doctor en Geografía
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