El Mundo

11 agosto, 2020

Kamala Harris, cambiar para que nada cambie

Joe Biden anunció que la senadora por California será su compañera de fórmula en las elecciones de noviembre. Aunque su imagen de mujer afroamericana y relativamente joven sea refrescante, políticamente no demuestra nada que la distinga del establishment del Partido Demócrata.

Nicolás Zyssholtz

@likasisol

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A días del inicio de la Convención Nacional Demócrata en Milwaukee, donde se hará oficial su candidatura presidencial, Joe Biden anunció a su compañera de fórmula. Kamala Harris, senadora por California, intentará convertirse en la primera vicepresidenta mujer y afroamericana de la historia de los Estados Unidos.

Harris, de 55 años, tuvo un breve momento de gloria durante los primeros debates de la primaria, a fines de 2019. Paradójicamente o no tanto, fueron sus duras críticas a Joe Biden por su relación con políticos racistas en los años ‘70 las que hicieron crecer su popularidad, al punto de que algunas encuestas ubicaban su intención de voto a la altura de la de Bernie Sanders o Elizabeth Warren.

Sin embargo, ese globo se desinfló rápidamente y el 3 de diciembre, exactamente dos meses antes del inicio de las primarias, bajó su candidatura, excusándose en una falta de recursos económicos para seguir adelante. Recién en marzo hizo público su apoyo a Biden.

Tras una larga trayectoria como fiscal, primero en San Francisco y luego de procuradora general del estado de California, ambos cargos electivos, dio el salto hacia el Poder Legislativo en 2017, cuando fue electa senadora nacional con más del 61 por ciento de los votos.

Sus tres años en el Congreso son más bien grises: no hay ninguna propuesta de ley destacable que haya llevado su firma. Progresista en asuntos de derechos LGBT+, inmigración o aborto, a la hora de discutir política económica y posicionamientos internacionales, su historial la ubica claramente dentro del establishment demócrata.

Harris no apoyó la propuesta de Elizabeth Warren de un impuesto a la riqueza, y también se muestra dubitativa respecto al Medicare for All (la atención médica universal) que fue eje de la campaña de Bernie Sanders. “No estoy intentando reestructurar la sociedad, solamente intento ocuparme de los asuntos que no dejan dormir a la gente”, dijo en una entrevista con el New York Times.

En el ámbito de la geopolítica sus posturas están mucho más claras: fue una de las primeras legisladoras demócratas en mostrar su apoyo incondicional al “presidente” autoproclamado Juan Guaidó y llamó a Nicolás Maduro “un dictador represor y corrupto”. Al igual que su flamante compañero de formula, se mostró a favor de las criminales sanciones económicas que causan el sufrimiento de millones de venezolanos y venezolanas.

Otro asunto siempre presente en la política estadounidense es la situación en Medio Oriente. Harris votó a favor de un paquete de apoyo militar a Israel por 3800 millones de dólares, apoyó los bombardeos en Gaza y también los asentamientos israelíes en Cisjordania, violatorios de los acuerdos de Oslo y condenados por gran parte de la comunidad internacional.

Harris, entonces, es una gran victoria para el establishment del Partido Demócrata, que nuevamente tambaleó ante la popularidad de Bernie Sanders y los triunfos de candidatos izquierdistas en elecciones legislativas.

Los demócratas mantienen así la línea política pero ganan en el ámbito de las identity politics, las políticas identitarias. La candidata a vicepresidenta no piensa nada demasiado distinto a Biden, pero a diferencia de él, es mujer, es afroamericana y es relativamente joven. Este último dato es central cuando se tiene en cuenta que, de ganar las elecciones, el candidato demócrata asumiría su cargo con 78 años y podría no estar en condiciones de buscar la reelección en 2024, o incluso de terminar su mandato.

Aunque no siempre ocurre en esos términos en la política estadounidense, en este caso es evidente que Kamala Harris es mucho más que una posible vicepresidenta: es una apuesta al futuro. A pesar de su magro desempeño en las encuestas que la llevaron a ni siquiera competir en las primarias, el Partido Demócrata ahora intentará convertirla, desde este momento y por los próximos cuatro años, en presidenciable.

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