20 julio, 2020
Claves para revitalizar el debate sobre el imperialismo hoy: notas sobre “Las Venas del Sur siguen abiertas”
El debate sobre el imperialismo y sus lógicas en el siglo XXI nos plantea la necesidad de rediscutir, afinar y revalorizar las interpretaciones sobre el tema. El Instituto Tricontinental de Investigación Social y la editorial Batalla de Ideas publicaron un libro con aportes de referentes de peso sobre estos temas.

Estados Unidos ha sido el imperio más excepcional de la historia. No solo ha tenido la capacidad militar de imponer su programa económico-político de reconstrucción del mundo de post guerra, sino que además tuvo un plus: se convirtió realmente en un Estado de Estados con el consentimiento de parte de los países capitalistas occidentales. Más aún logró imponer su mirada del mundo y su cultura a buena parte del mundo occidental, y luego de la caída del Muro de Berlín, a buena parte de los territorios ex soviéticos. La legitimidad de la democracia liberal en su formato estadounidense, la pujanza de su economía durante los años de la reconstrucción de posguerra y toda una impronta cultural que tuvo a Hollywood como principal usina, hicieron de Estados Unidos un imperio particular.
Sin embargo, la década de 1970 marcó un punto de inflexión que viene poniendo en cuestión la capacidad de readaptación de la política estadounidense y la creciente disputa de su hegemonía global por parte de potencias alternativas en el oriente del globo. Por esos años, el modelo keynesiano se agotaba como vía para garantizar a la vez las ganancias del gran capital productivo y la capacidad hegemónica del Estado imperial. A la par, la derrota en la Guerra de Vietnam y las diferentes luchas por la liberación nacional en el tercer mundo llevaron a una crisis del imperio estadounidense, que lejos de resolverse luego de la implosión de la URSS, se vio acelerada.
Las lecturas celebratorias de la globalización neoliberal, como la de Francis Fukuyama y otros asesores de la CIA y el Pentágono, no han sido más que manotazos de ahogado de un imperio en una decadencia que avanza a paso firme. Luego del ataque a las torres gemelas en 2001, la nueva réplica imperial profundizó las tendencias previas: los neoconservadores impusieron la agenda militarista a través de las diferentes administraciones, mientras que el desarrollo de la financiarización adquirió dimensiones inimaginables que decantaron en la llamada “crisis subprime” en 2007-2008.
Estas dimensiones, el militarismo y la financiarización, son dos de los indicadores clave que dan cuenta de la profundidad de la crisis de un imperio que había sabido ganar su prestigio a través del consenso con las potencias mundiales.
La tendencia de largo plazo a la crisis de la hegemonía internacional de Estados Unidos se torna aún más dramática en el contexto actual de la pandemia del Covid-19. Con una tasa alarmante de muertes y contagios, discursos y acciones más beligerantes hacia los Estados no alineados a su política, una profundización de sus lógicas de imposición económica al sur global, son algunos de los rasgos centrales del imperio en el marco de pandemia. El modelo estadounidense ya no aparece como una referencia posible ni siquiera para los países occidentales.
Esta situación de crisis del imperio estadounidense, sus pormenores, sus estrategias como así también las lógicas más estructurales mediante las cuales el imperialismo oprime a nuestros pueblos del sur, nos llevan a hacernos algunas preguntas que remiten a nuestra capacidad de lectura de la crisis desde el sur global.
¿Nos permite el imperialismo explicar el mundo actual?
El concepto de imperialismo ha sido descartado de plano de los debates actuales sobre las relaciones Norte-Sur. En el campo intelectual se lo trata como un término demodé, basado en argumentaciones puramente ideológicas, en el sentido peyorativo del término. En esta “Era de la Globalización” parece innecesario reeditar categorías de otros momentos históricos que nos llevarían a viejas recetas para mejorar la vida de nuestros pueblos, sino más bien reconocer el tiempo que vivimos y hacer primar el realismo. Esta argumentación nos inmoviliza y nos convence de que este mundo desigual solo puede transformarse en su dimensión molecular. Sin embargo, esto es parte del triunfo de largo plazo del modelo civilizatorio occidental y capitalista que encabezó Washington. Su decadencia imperial no implica que aun el concepto de imperialismo haya dejado de ser una categoría que nos permite comprender nuestras opresiones como pueblos del Sur del mundo.
El Sur global requiere que pensemos en explicaciones globales en relación a ciertas tendencias. La apropiación de bienes comunes en África y América Latina; la expansión de los talleres textiles en condiciones infrahumanas de trabajo y la extensión de la precarización a través de la economía digital en Asia; el dominio de la producción de los países del Sur de Europa y Norte de África por parte empresas radicadas en Alemania y Francia; la dominación del Estado de Israel sobre Palestina; la imposición de la propiedad privada sobre espacios comunales transformándolos en espacios para la acumulación de capital; las innumerables intervenciones militares en Oriente Medio; la imposición del American Way of Life a través de la industria cultural estadounidense y del valor de “su” democracia liberal, no son más que expresiones de que el capitalismo global, como mencionaba Samir Amin, es un “sistema desigualador entre países y regiones”.
Esta desigualdad no es una abstracción, no es pura elucubración teórica, sino que se vive en los cuerpos de los oprimidos y oprimidas del Sur. Es por ello que consideramos que la categoría más adecuada para entender esta desigualdad global es la de imperialismo. Aun en el siglo XXI, el imperialismo es el conjunto de mecanismos económico-político que permite producir y reproducir dicha desigualdad.
En el Siglo XXI, la decadencia imperial de Estados Unidos muestra su cara más feroz, más asfixiante y más deshumanizante. Ya no importan las formas y la construcción de consenso y los coletazos de la crisis de hegemonía favorecen e impulsan abiertamente los brotes de racismo, de fascismo, de conservadurismo, de individualismo, de militarismo y despojo en los pueblos del Sur.
Por un lado, en términos económicos el gigante en crisis ha fortalecido los mecanismos de apropiación de excedentes provenientes del Sur global a través de los canales financieros (donde aparece como clave el endeudamiento público y la fuga de capitales privados) y comerciales (donde las transnacionales del norte favorecen la ubicación de los países del Sur en los extremos de las Cadenas Globales de Valor como exportadores de materias primas y ensambladores de bienes). Estos canales nos permiten pensar que la crisis del imperialismo estadounidense exacerba las formas de explotación y superexplotación del trabajo en el Sur, profundiza una división internacional del trabajo en la cual nuestros países producen bienes con bajo valor agregado e intensifican la tendencia del dólar a fortalecerse como moneda global. Estos son los “mecanismos ocultos” que el imperialismo enmascara tras el discurso modernizador neoliberal.
Por otro lado, la ofensiva desesperada de Estados Unidos por recuperar lo que consideran un derecho natural de su pueblo-nación, tiene expresión visible en el plano militar donde efectivamente la disputa por el control de Eurasia con potencias emergentes, el endurecimiento de su anillo de Estados-tapones en Asia Oriental, la recuperación a través de cualquier estrategia (golpes de Estado clásicos, guerra híbrida, presión económica, etcétera) de una América Latina alineada a Washington, se enmarcan en la Nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos trazada en 2015, confirmada en 2017 y que continua hasta nuestros días. En esa estrategia, China aparece como el enemigo clave y todos los proyectos políticos nacionales que pretenden ganar autonomía política y económica, como Estados funcionales al crecimiento geopolítico chino.
Estos elementos son los que hemos trabajado en el reciente libro Las venas del Sur siguen abiertas, con aportes de intelectuales que sienten en carne propia el sufrimiento de los pueblos del sur. La caída de Estados Unidos y el ascenso de un nuevo orden global multipolar no será una transición pacífica. Por el contrario, muestra las tendencias más brutales del imperialismo norteamericano.
¿Qué oportunidades se abren para el Sur global?
Si hurgamos en la historia de las diferentes hegemonías globales, el despliegue de todas las fuerzas opresivas por parte de los centros imperialistas en sus momentos de crisis, no es para nada paradójica. Cada momento de crisis imperial fue al mismo tiempo el de despliegue de su mayor capacidad de daño. Hoy, después de 40 de la emergencia de China como una potencia global con características muy diferentes a las aceptables por los parámetros capitalistas occidentales, la posibilidad de una sucesión hegemónica ya es un hecho.
Esto abre oportunidades para los pueblos del sur global. Pone de manifiesto la necesaria rediscusión de nuestra inserción económica al mundo, donde cobran un rol clave las coordinaciones regionales con tendencia a la cooperación más que a las lógicas de mercado, la conformación de relaciones comerciales no mediadas por el dólar, los acuerdos comerciales y de inversiones que favorezcan la multipolaridad, la autonomía y desconexión de los ciclos de acumulación propios de una etapa del capitalismo global basada en las finanzas y las plataformas, la necesidad de poner en tela de juicio la desigualdad a escala nacional que la inserción dependiente de nuestros países favorece, entre otras cuestiones. Más allá de los aspectos económicos, esta situación nos enrostra la necesidad de la cooperación política sur-sur, de los agrupamientos políticos antimperialistas de los gobiernos y los movimientos populares que permitan resistir a los embates de la guerra híbrida que el imperio viene ensayando desde la “Primavera Árabe” hasta las incontables intervenciones en la República Bolivariana de Venezuela.
Por estos motivos, consideramos urgente volver a darle contenido, actualizado a nuestros tiempos y a nuestras luchas, a un concepto potente en términos explicativos e históricamente asociado a las luchas de los pueblos por la liberación. Una palabra que hace referencia tanto a una categoría nativa de nuestros proyectos de emancipación del Sur como a un concepto elaborado por algunos de los intelectuales más valiosos del campo de la izquierda y del nacionalismo revolucionario. Es momento de retomar y rediscutir los aciertos y errores de una década larga que comenzó con el triunfo de Chávez como presidente de Venezuela en 1998 y provocó el entierro del ALCA, la formación de la UNASUR y luego la CELAC como espacios de coordinación con la ausencia de Estados Unidos. A su vez, por esos años, se desarrolló con poca influencia real en los países más grandes de nuestra región, una propuesta de coordinación político-económica potente y esperanzadora: el ALBA como contracara del MERCOSUR.
La virulencia del imperialismo en crisis que hoy se encuentra conducido por el Americanismo de Donald Trump, sumada a la situación de pandemia y crisis económica sin precedentes, nos debe plantear como una tarea estratégica comprender mejor al enemigo global para cerrar el desangre que implica la expoliación de nuestros cuerpos, de nuestra cultura, de nuestros bienes comunes y de nuestro trabajo. Sobre ese conocimiento se construyeron los proyectos emancipatorios, de liberación nacional y nacional-populares en el Sur a lo largo de nuestra historia. El Che sintetizaba con claridad esta cuestión y planteaba que más allá de los desacuerdos tácticos, “en cuanto al gran objetivo estratégico, la destrucción total del imperialismo por medio de la lucha, debemos ser intransigentes”.
*Instituto Tricontinental de Investigación Social :: IdIHCS/CONICET-UNLP.
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