Batalla de Ideas

15 julio, 2020

El derrame cultural y la resignificación del menemismo

El ex presidente Carlos Saúl Menem cumplió 90 años el 2 de julio, desatando un revuelo en las redes sociales.

Javier Slucki

@javslucki

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¿Resignificación histórica del menemismo? Eso pareció suceder hace dos semanas cuando, con motivo del simbólico cumpleaños 90 de Menem, cientos de usuarios en Twitter se sorprendieron a sí mismos dando a entender que lo que sucedió entre 30 y 20 años atrás no fue tan malo como pensábamos, ¿cómo se explica?

Empecemos por lo obvio: la vejez y la debilidad suelen ayudar a mejorar la percepción de los odiados y poderosos, lo mismo que la distancia temporal. La nostalgia también fue un componente importante. Los que recordaron con añoranza los noventa fueron, en su mayoría, quienes crecieron en aquella década y no quienes ya tenían entonces una posición establecida.

Pero hay, sin embargo, algunos otros factores que van más allá. Primero, valga decir: a nivel personal, Menem es cualquier cosa menos no romantizable. Una rápida biografía lo comprueba como un personaje precoz, carismático, audaz y exitoso. Un envidiable currículum que, entre los presidentes que tuvo el país desde 1955, comparte quizás solo con los Kirchner.

Incluso, antes de la era del coaching, Menem hizo una institución a partir de su imagen corporal y, como suele pasar más frecuentemente entre quienes hacen del cinismo un instrumento político, logró caer bien parado hasta en sus furcios.

También, como pocos presidentes argentinos, el ex mandatario pudo triunfar en sus propios términos, sobre todo porque se convirtió en un acabado producto de lo que él mismo ayudó a crear: una sociedad que reivindica el éxito antes que el compromiso ideológico. Si el modelo le explota a otro, un par de años de recesión no son nada contra la estabilidad económica y política de una década.

En los últimos días, muchos creyeron romantizar al menemismo cuando en verdad estaban romantizando a Menem. Otros, sin embargo, hicieron las dos cosas. ¿Cómo es posible, con el vendaval de pobreza, hambre, desempleo y corrupción que su presidencia dejó? La respuesta es que, obviamente, nadie reivindicó eso.

Hay en cambio otro plano en el que el menemismo resulta hoy “reivindicable” como no lo era hace 25 o 30 años: el plano cultural. No porque la pizza y el champagne sean la etapa superior de la humanidad. Pero está claro que hoy se volvieron moneda corriente los que para el campo progresista eran en ese momento rasgos tan novedosos como vergonzosos.

El materialismo, el individualismo y la frivolidad, impulsados a principios de los noventa por una elite política, económica y mediática tachada de mersa y kitsch, hoy son, para bien o para mal, el nuevo paradigma de la era de las redes sociales. Donde no hubo derrame económico sí hubo derrame cultural.

Por supuesto que el factor de la distancia histórica también le juega a su favor, porque sirve para mostrar que el menemismo no fue simplemente una mancha en el oasis. ¿Vino a rifar el legado de su propio partido? Sin dudas, pero lo mismo sucedió en esos años con el comunismo, el socialismo, el laborismo y hasta cierto punto con el radicalismo.

¿Significó un retroceso para la democracia en casi todos sus aspectos? También, pero quienes quieran hacer uso del relativismo se verán consolados. Hace veinte años, el menemismo era algo así como el gobierno más corrupto del siglo XX, responsable de la peor crisis de la historia argentina y representante local de la ideología yanqui. Hoy vemos que corrupción tuvieron todos, que la crisis era y siguió siendo estructural y que la cultura menemista inauguró una era.

Nada de esto salva a Menem de sus culpas como máximo responsable de una de las épocas de mayor empobrecimiento y destrucción productiva del país. Más aún si se compara su gestión con la del período 2003-2015, que intentó y en buena medida logró desandar parte del camino. Pero las deudas fundamentales de los últimos 37 años no se restringieron a la década del noventa.

Justificar el hambre y la exclusión, por suerte, sigue siendo imposible. Romantizar una época negra, en cambio, resulta más fácil cuando las vivencias económicas de los que la padecieron son parte del pasado y su legado cultural se mantiene. Más todavía si al final la democracia entera es un poco más gris de lo que pensábamos.

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