Batalla de Ideas

13 julio, 2020

“Un país que no resuelve la alimentación de su población, está condenado a ser dependiente”

Miryam Gorban, referenta histórica de la Soberanía Alimentaria, aporta miradas y puntos de vista al debate sobre un nuevo modelo de producción y consumo de alimentos.

Tamara Perelmuter*

@tamiperelmuter

COMPARTIR AHORA

El debate en torno a la probable expropiación de la empresa Vicentín, puso en la agenda pública la cuestión de la Soberanía Alimentaria. Concepto enraizado a las luchas campesinas e indígenas, nació a mediados de los 90 ante la necesidad de crear discursos y prácticas alternativas que pudieran dar cuenta de todo lo que estaba siendo avasallado por el neoliberalismo, y las implicancias que esto estaba teniendo en el agro.  

Para aportar al debate, entrevistamos a Miryam Gorban, quien ha dedicado gran parte de sus jóvenes 89 años al debate y la disputa por otro modelo de producción y consumo de alimentos.

Miryam es nutricionista. Fue Jefa de Alimentación del Sanatorio Güemes en los años setenta, estuvo secuestrada por la última dictadura cívico-militar por su actividad gremial, en los noventa se vinculó con el movimiento piquetero y casi sin querer, se convirtió en una referenta indiscutida de la Soberanía Alimentaria. Hoy es la coordinadora de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (CALISA) – Escuela de Nutrición (UBA), que es parte de una Red que nuclea más de 50 cátedras y espacios afines a lo largo del país. 

¿Cómo llegaste vos al debate de la Soberanía Alimentaria?

-Llegué de una manera muy casual. En 1996 tuvo lugar la Cumbre de la Alimentación de la FAO. Yo fui en como delegada de las nutricionistas argentinas a la cumbre de la sociedad civil. En ese momento se armaron dos reuniones: la oficial y la paralela, de la que participé yo, que elaboró un documento: “Alimentos para todos o ganancias para pocos”, realizado entre todas las organizaciones presentes. Allí se plantearon varios problemas hoy vigentes, como la idea de que el alimento no es una mercancía, y una postura muy fuerte en contra de que éstos sean utilizados como herramientas políticas de dominio de los pueblos. Se trató de un documento muy potente.

Allí me encontré con más mil entidades y organizaciones sociales del mundo entero, incluso se armó un bloque América Latina muy interesante. Y conocí a la Vía Campesina, espacio de articulación de organizaciones de todo el mundo que se había conformado en 1992, y que vino con la propuesta de la Soberanía Alimentaria. Yo al principio no entendía de qué se trataba. Por mi formación académica como nutricionista no tenía la integridad del proceso de la alimentación. Nos centramos en el producto final: el alimento, su composición, sus valores nutricionales. Pero el proceso de producción, de comercialización no estaba en nuestra formación. Por eso, esto de la Soberanía Alimentaria, en tanto concepto integral, me entusiasmó. Yo lo que tenía era una base de formación política, y con ese ojo pude hacer una síntesis entre lo profesional y lo político. Me pareció una variante muy viva de la Reforma Agraria.

-¿Cómo llegó ese debate a nuestro país?

-Cuando volví a Buenos Aires comencé a difundir esto. Era 1996, justo cuando en nuestro país se aprobaba la soja transgénica. Yo estaba representando a la Federación de Graduados de Nutrición, y fue la que convocó a la primera reunión que se hizo en Argentina sobre Soberanía Alimentaria en el sindicato de prensa. A partir de ahí se fueron tejiendo relaciones con los agrónomos, con los movimientos sociales y las organizaciones campesinas. Empezamos a trabajar dando puntada tras puntada para tejer este traje que fuimos cosiendo.

En 2002, ocurrió algo que para mí fue un antes y un después: una convocatoria de Chiche Duhalde como ministra de Desarrollo Social en el marco de la campaña Soja Solidaria, y que se hizo en la Biblioteca Nacional. Yo supuse que mi postura iba a estar en solitario pero me encontré con una gran sorpresa. Había más de 100 organizaciones científicas, participación de funcionarios del Estado e incluso la participación de un representante de la FAO. Ahí lo conocí a Jorge Rulli del Grupo de Reflexión Rural (GRR). Finalmente, el plenario rechazó la soja como alimento base de la alimentación argentina, que era lo que querían imponer. Nos ayudó mucho la declaración de la sociedad de pediatría que la prohibió para menores de dos años y la declaró no recomendada para menores de 5 y solo dos veces por semana para los adultos. Ni siquiera se refería solo a la soja transgénica, sino a la soja en general, porque tiene falsas hormonas, y antinutrientes que impiden la absorción sobre todo de hierro y calcio.

-Y luego llegaron las Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria

-Si, como suele pasar en la mayoría los espacios, en la escuela de Nutrición también se fueron construyendo los dos bandos: los que están a favor de la industria, incluso son parte de ella; y los que fuimos construyendo una voz opositora a esa mirada y empezamos a levantar la bandera de la Soberanía Alimentaria. Este debate yo comencé a darlo en los dos ámbitos donde me movía: en los movimientos sociales y en el ámbito profesional. Y así nos fuimos contactando y llegamos a la conformación de primera Cátedra Libre que se dio en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) en 2003. Yo en ese momento estaba como presidenta de la Sociedad de Nutricionistas de la provincia de Buenos Aires y me invitaron a dar la charla inaugural. Luego de eso, mucha agua corrió bajo el puente.

Cuando estuvimos en Roma, que ya habían aparecido muy tímidamente los transgénicos, solo se hablaba sólo de intolerancia a los antibióticos. Pero el hecho de que en Argentina hayamos sido ratas de laboratorio, comenzaron a aparecer las investigaciones de la Universidad de Córdoba, de Rosario, de La Plata, de la UBA  que fueron abonando los elementos que demostraron que era mucho más que eso, que había disfunciones hormonales, abortos a repetición, malformaciones y aumento de cáncer. Hasta ese momento poco se discutía el modelo productivo en su integralidad.

En ese camino nos fuimos encontrando con Walter Pengue, con Santiago Sarandon, con Norma Giarracca, con Miguel Teubal, con otros ingenieros agrónomos que estaban de este lado, con los médicos de pueblos fumigados. En el 2010 hubo una asamblea muy importante pero también difícil porque ahí se decía “todos los ingenieros agrónomos son asesinos”. Y eso claramente no es así. En todos los colectivos profesionales están divididos y debatiendo todos esos problemas. No podíamos etiquetar a todos de la misma manera.

La cosa siguió caminando: en 2012 se abrió se abrió de la Facultad de Agronomía de la UBA con Carlos Carballo a la cabeza. Y en 2013 se sumaron los estudiantes de la escuela de nutrición de la UBA y se pusieron al hombro el armado de la Cátedra Libre en medicina. Luego se fueron multiplicando rápidamente y hoy son 50 en todo el país. Y comenzaron a aparecer cosas nuevas, como el debate de los cinturones verdes, el tema de la comercialización, el comercio y el consumo justo, y muchos otros temas. A medida que caminamos el concepto de la soberanía alimentaria de profundizó y se seguirá ampliando porque es un concepto en construcción. El tema de Vicentín nos obligó a volver de discutir este tema.

-Teniendo en cuenta todo este camino recorrido, ¿cómo definirías hoy la Soberanía Alimentaria?

-Yo señalo siempre lo mismo: no puede haber Soberanía Alimentaria en un país como el nuestro que tiene resabios feudales a través de los latifundios. Por lo tanto, no hay Soberanía Alimentaria sin reforma agraria y sin cambiar el sistema de productivo del agronegocio por la agroecología. Y por supuesto, es central una distribución equitativa de la riqueza.Tenemos un país excepcional, con una riqueza de climas que nos permite producir en zonas cálidas y muy frías. No todos los países tienen esta particularidad y hay que poder aprovecharla ya que nos da una amplia variedad de producción.

Yo creo que la Soberanía Alimentaria está vinculada con la autosuficiencia de los pueblos que garantiza su seguridad alimentaria. Un país o un pueblo que no resuelve la alimentación de su población, está condenado a ser dependiente. Nunca pensamos que podríamos estar importando alimentos. En las últimas décadas el alimento dejó de ser alimento para nosotros, para alimentar vacas, chanchos y automóviles. Y cuando esta puja que se libra todos días en todo el mundo la maneja el mercado, las decisiones de producción se hacen solo en función de la rentabilidad. El ejemplo más claro es el de la soja: cuando llegó a 600, 700 dólares la tonelada, dejamos de producir carne y trigo que son la base esencial de la mesa de los argentinos. Esto pasa cuando las políticas del Estado no están orientadas a resolver cosas que son centrales, como la alimentación que es un derecho humano básico.

-Mencionaste que con la discusión de Vicentín volvió a ponerse sobre la mesa el tema de la Soberanía Alimentaria, y en otro momento te escuché decir que con la expropiación le estaríamos dando un hachazo a la espina dorsal monopólica y oligopólica del comercio de granos. ¿A qué te referís con esto?

Yo creo que la expropiación es central porque sería la primera reforma estructural. Hasta ahora no hemos sido capaces de expropiar ni cinco hectáreas de la empresa Benetton. La característica de la alimentación en nuestro país es la concentración monopólica y transnacional de la economía alimentaria, desde la producción hasta el consumo. Vicentín es un ejemplo: produce, es dueño de tierras, tiene una de las industrializaciones más altas en cuanto a derivados de granos, tanto para combustibles como para alimentos animales, y casi todo lo hace para exportación.

Además, es dueña de puertos. Argentina fue perdiendo soberanía porque perdió regaló su soberanía marítima: perdimos los barcos y los puertos. Nadie sabe lo que entra ni lo que sale. Por lo tanto, el control de una empresa con estas características le permitiría al Estado tener la trazabilidad de lo que sucede con la producción del país. Y esto puede ser un paso importante para hacer una reconversión productiva. En vez de hacer que la semilla de soja se transforme en aceite de soja para exportar, se podría moler el girasol y tener aceite de este producto para consumo local. Si se tiene una molienda de granos, ¿por qué no moler el trigo?. Contaríamos con una empresa testigo y a partir de ella, poder comenzar a resolver este problema tan severo que tenemos que es el costo de los alimentos que limita el acceso y por ende, viola el derecho a la alimentación. Por supuesto esto requiere un acondicionamiento. No da lo mismo quien lo dirija.

Por eso decimos: por una gestión transparente, para que sea una empresa pública con participación de las cooperativas y de los trabajadores. Con la brújula puesta hacia la soberanía, no para seguir haciendo lo mismo.  Es necesario tener decisión política para comenzar a revertir la situación. No podemos permitir que se siga concentrando y transnacionalizando nuestro sistema agroalimentario. Hoy tenemos cuatro grandes empresas alimentarias que son monopólicas: Molinos, Arcor, Nestlé y Kraft. En granos también son muy pocas: Cargill, Dreyfus, Vicentín y algunas más. Ya el sólo hecho de recuperar los puertos sería un paso soberano.

-Si vos pudieras definir las políticas agroalimentarias, ¿cuáles serían las medidas más urgentes que te parecen necesarias para desandar el camino del agronegocio y comenzar a cambiar en uno basado en la Soberanía Alimentaria?

-Lo primero y central es el acceso a la tierra.  Por eso digo que necesitamos una Reforma Agraria integral, popular, adaptada a los tiempos que vivimos.  Para que la “vuelta al campo” sea posible en un campo en el que valga la pena vivir una vida digna.  Y el segundo tema, es el cambio de modelo productivo: salir progresivamente de los agronegocios y una transición hacia la agroecología. Mientras sigamos produciendo con venenos, no hay soberanía alimentaria posible. Y apuntar a la desmonopolización de todo lo que está concentrado.

Con dos o tres medidas de políticas públicas, nada fáciles porque son estructurales, podríamos comenzar a transformar el modelo. Por eso yo valoro algunas de las medidas que fueron tomando, como el paquete que sacó el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires ”Alimentos bonaerenses”, donde plantea tarjeta campo a tasa cero para los pequeños agricultores y apoyo a la agroecología. Esas son las medidas que necesitamos.

El municipio a Gualeguaychú es una bandera que tenemos que levantar, pero también Guaminí y ahora Tapalqué, en la provincia de Buenos Aires, donde se está construyendo una colonia agrícola. Y es central descentralizar esta concentración. Es necesario que en cada municipio haya un tambo, por ejemplo, que abastezca a todos los establecimientos educativos de la zona. De esta manera, los chicos tomarían leche de verdad al tiempo que le estaríamos dando un hachazo a dos gigantes como Nestlé y La Serenísima. Y algo muy importante, no dependeríamos del transporte que requiere mucha energía fósil. Es central proteger y revalorizar los cinturones verdes alrededor de las ciudades, para que estas puedan ser autosuficientes alimentarias para evitar los alimentos que recorren muchos kilómetros.

Son cuestiones estructurales. Hace falta mucha decisión política, porque hay vientos que juegan en contra. Y de parte de los movimientos populares, hace falta un alto grado de organización y de coordinación para sostener estas medidas, sino van a ser arrasadas por los de siempre.

*Doctora en Ciencias Sociales, Investigadora del IEALC (Instituto de Estudios sobre América Latina y el Caribe). Docente de la UBA.

Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.

Aportá a Batalla de Ideas