Deportes

9 julio, 2020

La historia se repite sólo dos veces

En los últimos años nos tocó perder un par de finales que se parecen bastante, pero la que lloramos, la que lamentamos, la que seguimos recordando fue aquella que cumple 30 años. Después pudo haber venido la farsa, pero aquella final de Italia 90 fue nuestra tragedia futbolística, la que nos define y nos identifica. La que nunca vamos a poder olvidar.

Hernán Aisenberg

@Cherno07

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Me acuerdo que no se le tenía mucha fe al equipo, ni al técnico. Seguramente en todo el mundo éramos candidatos, porque claro, teníamos equipo para pelear, pero eran pocos los argentinos que realmente se imaginaban llegar al último partido. De hecho, la mayoría de esos pocos que bancaban a la Selección y al DT antes del mundial, probablemente eran hinchas de Estudiantes. 

Teníamos al mejor del mundo pero con eso no bastaba. Además al crack no lo favorecía el anfitrión. Aunque parecía que iba a estar cómodo en ese país, los locales lo silbaban en todos los partidos y pagaban la entrada para verlo perder. Les gustaba el morbo.

La Primera Ronda en los papeles era accesible, pero costó más de la cuenta. Un equipo africano rápido y poco conocido, una selección del este europeo con poca tradición futbolera y un país que era más conocido por su enfrentamiento político con EE.UU. y el mundo occidental y cristiano que por el deporte más lindo del mundo.

Un equipo que no jugaba bien, mucha presión desde las tribunas por la hostilidad de los hinchas locales y algunas lesiones importantes complicaron al equipo, pero pasó esta fase y ahí nomás empezó otro mundial, empezó El Mundial.

En octavos de final el duelo era bravo y nadie podía creer como lo habíamos ganado. Cuando parecía un empate clavado, una magia del 10, nuestro ancho de espada, sirvió para asistir al ancho de basto, para una definición exquisita e inolvidable. En los cuartos nos esperaba un europeo de segunda línea, pero que jugaba realmente bien. Le ganamos y se festejó mucho el triunfo, pero muchos creían que ahí se terminaba el sueño.

La semifinal fue contra uno de los históricos europeos, con chapa encima y que, por si fuera poco, nos tenía de hijo. Si bien habíamos empatado en el último enfrentamiento en una zona de grupos, la última vez que habíamos jugado contra ellos nos habían eliminado sin merecerlo y claramente esa semi era nuestra revancha. Por eso esta vez nos tocaba a nosotros, pero había que sufrir más de la cuenta.

No pudimos sacarnos diferencia en los 90 y tampoco en el alargue, pero en los penales se hizo grande el arquero. También discutido antes de viajar, pero que se fue ganando el cariño de la gente de a poco. En esta semifinal atajó dos penales, nos metió en la final y se convirtió en héroe, pero ahí esperaba Alemania. Con el local afuera en semis, Argentina era el favorito, pero enfrente estaba Alemania. Pero enfrente estaba Alemania y nosotros sin el ancho de basto, sin la compañía perfecta para el mejor.

***

Salimos con la camiseta azul, con la suplente, porque enfrente estaba Alemania, de punta en blanco. La Selección de la FIFA, el equipo del poder, una verdadera potencia mundial iba a enfrentar a los sudacas, al mundo subdesarrollado, a los pobres. Como en el ajedrez, a ellos le tocaba las blancas y a nosotros las oscuras. 

Ahí no había empresas multinacionales, no había imperialismo ni dependencia, no había disparidad, no importaba el PIB ni la historia nacional. Ahí éramos 11 contra 11 atrás de una pelota y nosotros teníamos al mejor. Teníamos al mejor del mundo y no teníamos nada que perder porque hasta ese momento, lo nuestro era impecable, porque nadie lo esperaba. El sacrificio ya estaba. Más no podíamos pedir. Nuestros hombres eran Héroes igual.

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La resistencia duró más de la cuenta. El tiempo pasaba y todavía sobrevivían los de azul, hasta que pasó lo que tenía que pasar. La parca, vestida de negro pero jugando para los blancos, le puso fin a nuestra ilusión, le dio la victoria a los teutones quizá sin grandes merecimientos. 

Ya estaba decidido, la victoria y la gloria tenían que ser para otros. Quizá porque el mundo tenía que ver el festejo de la Alemania unificada, quizá porque el imperio todavía tenía la sangre en el ojo de lo que había pasado antes, quizá porque los europeos tenían que ponerle un freno a los “monitos” del sur, quizá simplemente porque el árbitro quiso quedar en la historia o quizá por todo eso junto.

Con una extraña medalla de plata colgada al cuello y la desolación inconsolable, el mejor lloraba sin compasión, como si fuese un niño al que le arrebataron su dulce. Creía que no había podido cambiar la historia. El mundo lloraba con él y los apóstoles que lo acompañaban.

***

Otra vez la FIFA, otra vez el poder, otra vez el árbitro, otra vez el robo y el final que tenía que ser para ellos. Otra vez la misma historia. Otra vez el dolor, otra vez el sabor amargo, otra vez dejamos todo, otra vez sopa. Pero, ¿tanto se parecen?

Alguien dijo una vez que la historia se repite dos veces pero no lo tomamos en serio. 24 años estuvimos esperando la revancha, ansiando una nueva final que también se nos escapó de la misma forma, contra el mismo rival, con el mejor de nuestro lado y con el árbitro del lado de ellos. A esta altura 30 años ya cumplimos sin sin que podamos cicatrizar esa herida. Porque la farsa de Brasil 2014 se apiló encima de la tragedia de Italia 90 con todas sus similitudes a cuestas, porque si antes ya dolía, ahora solo duele un poco más.

Porque no sabemos cuando vamos a sacarnos ésta espina, pero algo es seguro: aquel mundial de Italia 90 nos corresponde. Porque 30 años después seguimos hablando de lo mismo, seguimos emocionandonos con la misma música, seguimos recordando aquel gol de Caniggia a Brasil, seguimos discutiendo el bidón y la estrategia de Bilardo y seguimos llorando e insultando al aire cada vez que escuchamos el himno.

A 30 años seguimos llorando la derrota, pero convencidos que la gloria fue toda nuestra. Porque aprendimos de injusticia, de desigualdad y de rebelión. Aprendimos que contra el poder, el afano y el desconsuelo lo mínimo que podíamos hacer es mantenernos de pie, resistir y cuando las cámaras decidan tirarnos un primer plano, hacerles saber al mundo que no nos han derrotado. 

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